El Credo de los Apóstoles: Salvación

INTRODUCCIÓN

A través de estas lecciones, hemos mencionado que el Credo de los Apóstoles empezó como un breve resumen de las creencias que los primeros cristianos confesaban cuando eran bautizados. En ese contexto, es fácil imaginar que la parte más emocional de su confesión, para muchos, serían los artículos del credo que expresaban su fe en su salvación personal.

Y, ¿no es esto verdad también para nosotros también? Nosotros amamos a nuestro gran Dios — Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y valoramos la iglesia que él construyó. Pero nuestro más grande gozo son las buenas nuevas de que la salvación es para nosotros. Nos regocijamos en la seguridad de que Dios nos ama, que Él perdona nuestros pecados, y que Él tiene un maravilloso destino para nosotros, tanto ahora como en el mundo venidero.

Esta es la sexta lección en nuestra serie el Credo de los Apóstoles. La hemos titulado Salvación. En esta lección, observaremos los artículos de fe en el Credo de los Apóstoles que afirman la creencia en las buenas nuevas de perdón y vida eterna.

En la Escritura, la palabra salvación es usada de diversas maneras, indicando que hay muchas facetas para nuestra salvación en Cristo. Cuando los cristianos modernos usan la palabra "salvación", generalmente tenemos en mente la recepción de las bendiciones que Cristo ha comprado por su muerte expiatoria, empezando con el ser nacidos de nuevo y reconciliados con Dios, continuando a través de la vida en el proceso de la santificación, y culminando con nuestra glorificación final en los nuevos cielos y la tierra nueva.

El Credo de los Apóstoles habla de este aspecto de la salvación con estas palabras:

Creo en…
El perdón de los pecados,
La resurrección del cuerpo,
La vida eterna.

Ahora, estas tres ideas — perdón, resurrección y vida eterna — no agotan la descripción bíblica de nuestra salvación. Pero son declaraciones primarias en el Credo de los Apóstoles que confiesan la creencia en aspectos particulares de lo que Dios hace cuando salva a creyentes individuales.

PERDÓN

Nuestra discusión de la salvación en el Credo de los Apóstoles mencionará cada una de estas dimensiones de nuestra salvación. Primero, hablaremos acerca del perdón de pecados. Segundo, exploraremos la doctrina de la resurrección del cuerpo. Y tercero, consideraremos la naturaleza de la vida eterna. Empecemos con la cuestión familiar del perdón de los pecados.

Para entender lo que quiere decir el Credo de los Apóstoles por perdón, mencionaremos tres cosas relacionadas: primero, el problema del pecado que hace al perdón necesario; segundo, la gracia divina que hace el perdón posible; y tercero, nuestra responsabilidad individual, las cosas que necesitamos hacer para recibir el perdón. Observaremos primeramente al problema del pecado.

Problema del Pecado

Los cristianos que creen en la Biblia reconocen que una de las razones principales por las cuales Jesús murió fue para resolver el problema creado por nuestro pecado. El pecado nos separa de las bendiciones de Dios, y nos pone bajo su maldición. Y no hay forma en la cual nosotros podamos vencer este problema por nosotros mismos. El pecado nos condena. Y aparte de Cristo, no tenemos forma de salvarnos a nosotros mismos de su presencia y sus consecuencias.

Investigaremos lo que la Escritura enseña acerca del problema del pecado en tres partes. Primero, ofreceremos una definición bíblica del pecado. Segundo, hablaremos acerca del origen del pecado en la raza humana. Y tercero, observaremos las consecuencias del pecado. Empecemos con la definición del pecado.

Definición de Pecado

La Biblia habla acerca del pecado en una variedad de formas. Usa palabras como infracción, rebelión, transgresión, ofensa, maldad, perder la marca, y una variedad de otras palabras para describir las cosas que son pecaminosas. Y cada una de estas palabras agrega algo a nuestro entendimiento del pecado.

Pero cuando las Escrituras hablan del pecado abstractamente — cuando ofrece su propia definición del pecado — una palabra tiende a levantarse sobre las otras: infracción. En el vocabulario bíblico, el pecado es fundamentalmente una violación a la ley de Dios.

Tal como lo escribió el apóstol Juan en 1 Juan capítulo 3 versículo 4:

Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley. (1 Juan 3:4)

Observamos este énfasis del pecado como infracción en lugares como Romanos capítulo 7 versículos 9 al 25, y 1 de Corintios capítulo 15 versículo 56. Este concepto básico del pecado también es reflejado en la teología de muchas tradiciones cristianas diferentes.

Por citar un ejemplo, escuchemos la pregunta y respuesta número 14 del Catecismo menor de Westminster. Respondiendo a la pregunta:

¿Qué es el pecado?

El catecismo responde:

El pecado es la falta de conformidad con la ley de Dios o la transgresión de ella.

Notemos que esta respuesta identifica dos tipos generales de violación a la ley de Dios: falta de conformidad a la ley, y transgresión de la ley.

Por una parte, falta de conformidad de la ley es el fallo en hacer lo que ordena la Escritura. Esto muchas veces es llamado pecado de omisión debido a que omitimos o descuidamos lo que deberíamos de hacer. Por otra parte, transgresión de la ley es hacer lo que la Escritura prohíbe. Este tipo de quebrantamiento es muchas veces llamado pecado de comisión debido a que nosotros activamente cometemos el pecado al pensar, sentir o hacer algo que la Escritura prohíbe.

Ahora, cuando hablamos de la ley de Dios como el estándar que define al pecado, es importante mencionar que la ley de Dios no es arbitraria o casual. Por el contrario, la ley es la reflexión del carácter perfecto de Dios.

Escuchemos la manera en que Pablo describió la ley en Romanos capítulo 7 versículo 12:

De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno. (Romanos 7:12)

Como dijo Pablo, los mandamientos de Dios son santos, justos y buenos, tal como Dios es en sí mismo. Los mandamientos de Dios siempre están de acuerdo con su naturaleza.

Esto es el por qué la Escritura enseña que si amamos a Dios, guardaremos sus mandamientos. Si amamos a Dios, nosotros también amaremos aquellas cosas que reflejan a Dios, tal como lo es su ley. Observamos esto en Deuteronomio capítulo 5 versículo 10 y capítulo 6 versículos 5 y 6, Mateo capítulo 22 versículos 37 al 40, Juan capítulo 14 versículos 15 al 24, y muchos otros pasajes. Escuchemos lo que Juan escribió en 1 de Juan capítulo 5 versículo 3:

Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos. (1 Juan 5:3)

El amor a Dios es manifestado en obediencia a su ley. Entonces, cuando quebrantamos su ley, no estamos actuando en amor a Dios. Y por lo tanto, estamos pecando.

Existe en la Biblia una cercana conexión entre amar a Dios y obedecer a Dios. Pienso que la primera cosa que tenemos que aclarar es que amar a Dios meramente no es el cumplir el mandamiento de amar a Dios. Puede existir una orientación del deber, una obligación de trabajo pesado que nunca estuvo en mente cuando la Biblia dijo "si me aman" o cuando Cristo dijo, "si me aman, guarden mis mandamientos". Pero si el amor esta allí, si es un don voluntario enraizado en el deleite en Dios, entonces la manifestación más natural y valida de esa voluntad será una profunda, dispuesta y lista obediencia ya que está enraizada en un deseo de agradar a Dios a quien más amamos y en quien nos deleitamos; está enraizada en la confianza de que Sus caminos son confiables y para nuestro bien así como Su propio carácter. [Dr. Glen Scorgie]

Cuando fallamos en actuar en base a nuestro amor a Dios, pecamos al rebelarnos en contra de Él, al transgredir su ley, al hacer lo malo, al perder la marca, ofendiendo su santo, justo y buen carácter. Pero cuando nuestro amor a Dios nos motiva, ponemos sus intereses y demandas por encima de las nuestras. Y como resultado, podemos evitar muchos pecados y sus terribles consecuencias para nuestras vidas.

Con esta definición del pecado como una violación de las leyes de Dios en mente, Veamos el origen del pecado en la raza humana.

Origen del Pecado

Muchos de nosotros estamos familiarizados con los eventos registrados en Génesis capítulo 3, la historia de cuando nuestro primeros padres Adán y Eva se rebelaron en contra de Dios al comer del fruto prohibido del árbol del conocimiento del bien y del mal. Desde un punto de vista bíblico, este hecho no fue un evento aislado. Causó que la humanidad entera se convirtiera en culpable del pecado, y fuera corrompida por el pecado. Los teólogos comúnmente se refieren a este evento como la caída de la humanidad en pecado, o simplemente la caída.

Génesis capítulo 1 versículos 26 al 31 nos menciona que cuando Dios creó a la humanidad, nosotros éramos muy buenos. En este caso, la palabra "bueno" significa que nosotros éramos precisamente lo que Dios quería que fuésemos. Nuestros primeros padres fueron moralmente, puras imágenes de Dios, perfectamente adecuados para servirle y señorear sobre todo el mundo que Dios había creado.

Como Pablo indicó en Romanos capítulo 5 versículo 12, el pecado no había entrado en la humanidad antes de la caída. Nosotros nunca habíamos cometido pecado, no estábamos inclinados hacia el pecado, no éramos corruptos por el pecado, y no estábamos revestidos por el pecado.

Pero incluso en el estado de no pecado, nosotros si teníamos la habilidad y la oportunidad de pecar. Cuando Dios creó a Adán y Eva y los puso en el jardín del Edén, él les reveló muchas cosas a ellos. Pero un mandamiento rápidamente se traslado a primer plano como una prueba de su disposición de servir a Dios. En Génesis capítulo 2 versículos 16 y 17, leemos que Dios permitió a Adán y Eva el comer de cualquier árbol en el jardín excepto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Y la posibilidad de quebrantar esta ley presentó una oportunidad para Adán y Eva de pecar.

Trágicamente, como sabemos de Génesis capítulo 3 versículos 1 al 6, la serpiente engañó a Eva a comer del fruto prohibido. Entonces Eva ofreció algo del fruto a Adán, y él comió también. Adán y Eva violaron la ley justa de Dios y voluntariamente escogieron pecar. Apocalipsis capítulo 12 versículo 9 indica que la serpiente era Satanás, y 1 de Timoteo capítulo 2 versículo 14 indica que Eva fue engañada. Pero ni la tentación de Satanás ni la tontería de Eva excusaron el pecado de nuestros primeros padres. Ambos fueron culpables de escoger el mal en contra del bien.

En estos eventos observamos de nueva cuenta que el pecado es fundamentalmente una cuestión de violar la ley de Dios, su voluntad revelada. Cuando nosotros pensamos, hablamos o actuamos de formas que difieren de la ley revelada de Dios, estamos escogiendo el mal en contra del bien. E incluso si somos engañados o burlados al pecar, Dios nos sigue manteniendo responsables de lo que hemos hecho. Este es el por qué es de mucha ayuda el guardar la palabra de Dios en nuestros corazones — no sólo para que la conozcamos, pero también para que la amemos. Cuando conocemos la ley de Dios, nos ayuda a reconocer el pecado para que no seamos engañados. Y cuando amamos la ley de Dios, se nos hace más fácil el escoger obedecerle.

Habiendo considerado la definición y el origen del pecado, estamos listos para observar las consecuencias del pecado.

Consecuencias del Pecado

La Escritura indica que después de que Adán y Eva pecaron, Dios juzgó y maldijo a toda la raza humana. Esta maldición afectó cada aspecto de nuestro ser. Resultó inmediatamente en la muerte espiritual de la cual se habla a través de la Escritura, como en Juan capítulo 5 versículos 24 y 25, Efesios capítulo 2 versículos 1 al 5, y Colosenses capítulo 2 versículos 13 y 14. También produjo corrupción en nuestro ser, tanto en cuerpo y alma, como lo vemos en Jeremías capítulo 17 versículo 9 y Romanos capítulo 7 versículo 18 al capítulo 8 versículo 11. Y ultimadamente nos conduce a la muerte física, como leemos en Génesis capítulo 3 versículo 19 y Romanos capítulo 5 versículo 12. Finalmente, el pecado obtuvo para la humanidad eterno sufrimiento bajo el juicio de Dios en el infierno, como aprendemos de pasajes como Mateo capítulo 5 versículos 29 y 30.

El bien conocido pastor Charles Spurgeon, quien vivió de los años 1834 a 1892, habló de la maldición de Dios para Adán y Eva en su sermón La maldición removida. Escuchemos lo que él dijo:

¿Qué es lo que incluye la maldición? Involucra muerte, la muerte de este cuerpo …incluye la muerte espiritual, una muerte de la vida interior que tenía Adán — la vida del espíritu, que ahora ha huido, y que sólo puede ser restaurada por [el] Espíritu Santo …E incluye, el final de todo, y lo peor de todo, la muerte eterna …todo lo que se puede reunir en esa terrible, horrible …palabra "infierno".

Lo que es peor, las consecuencias del pecado de Adán y Eva también se propagaron a toda la raza humana — a todos los que descienden de ellos a través de la generación natural. Observamos la extensión universal del pecado en pasajes como 1 de Reyes capítulo 8 versículo 46, Romanos capítulo 3 versículos 9 al 12, Gálatas capítulo 3 versículo 22, y Efesios capítulo 2 versículo 3. Escuchemos la forma en que Pablo habló acerca del pecado de Adán en Romanos capítulo 5 versículos 12 al 19:

El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron…por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores. (Romanos 5:12-19)

Como hemos visto en una lección anterior, Adán era el representante del pacto de toda la raza humana. Y Pablo enseño que debido a esto, el pecado de Adán fue acreditado a todos sus descendientes. Y como resultado, somos pecadores por naturaleza. Venimos a este mundo espiritualmente muertos, sujetos al dolor y privaciones, y destinados a la muerte física.

Es imposible incluso entender la completa consecuencia del pecado. Pero nuestro pecado es una rebelión en contra del Creador. Es un esfuerzo para robarle de su gloria, es quebrantar su ley, caer corto de su gloria. Es en todo sentido situarnos a nosotros mismos como enemigos de Dios. Interrumpe nuestra relación con Dios debido a que Dios es santo. Él no puede mirar al pecado. Como consecuencia de su santidad, Él debe derramar su ira sobre el pecado. Entonces, cuando vemos la pecaminosidad de los humanos, es todo lo que necesitamos saber sobre nuestro problema y acerca de nosotros mismos. El pecado es la psicología de seis letras que nos ayuda a entender lo que vemos en el espejo, y lo que sabemos que es. También nos recuerda que no hay forma de que podemos rescatarnos a nosotros mismos de este apuro. Sólo Dios puede hacerlo, y lo hace en Cristo. [Dr. R. Albert Mohler, Jr.]

El problema del pecado es realmente terrible. Toda la humanidad está absolutamente perdida y condenada. No tenemos manera de redimirnos a nosotros mismos. Estamos perpetuamente condenados a sufrir bajo el juicio de Dios. No hay forma para que nosotros ganemos su favor de vuelta, o para hacer compensaciones por nuestro pecado. Aparte del perdón misericordioso de Dios, absolutamente no hay esperanza de salvación.

Habiendo observado al problema del pecado, ahora enfocaremos nuestra discusión del perdón de los pecados a la gracia divina que hace posible el perdón.

Gracia Divina

En su misericordia, Dios no estuvo dispuesto a dejar que toda la raza humana permaneciera bajo la maldición del pecado. Él seguía con el plan de que la humanidad llenara y gobernara la tierra, y que la convirtiera en un reino digno de su presencia. Así que, Él envió un redentor para resolver el problema del pecado. Y ese redentor fue su Hijo, Jesucristo.

Como redentor, Jesús nos salva de nuestra culpa y corrupción; él nos reconcilia consigo mismo; él restaura nuestra habilidad para convertir al mundo en su reino terrenal. El plan de Dios no se basa en la habilidad de simples seres humanos para merecer nuestra propia salvación. Se basa en la gracia de Dios, su inmerecido favor, que nos otorga a través de su representante especial: el Señor Jesucristo.

Como leemos en Romanos capítulo 3 versículos 23 y 24:

Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús. (Romanos 3:23-24)

Como obra de gracia divina, el perdón envuelve a las tres personas de la Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y empezó con el Padre.

Padre

La salvación es trinitaria en el corazón. El Padre que la inicia, el Hijo que la lleva a cabo, el Espíritu quien la aplica. Cuando pensamos en la relación Padre-Hijo deberíamos de pensar en que cuando pensamos en el Padre, Hijo y Espíritu Santo, todas las tres personas están involucradas en la planeación de nuestra salvación. Todas las tres personas están actuando en gracia y en amor y en misericordia así como defendiendo su ira, justicia y juicio. Entonces cuando el Padre es visto como el iniciador, Él no lo está haciendo independientemente del Hijo y del Espíritu Santo. [Dr. Stephen Wellum]

El perdón empezó con el Padre porque Él es el que lo planeó. El Nuevo Testamento explícitamente enseña que el Padre envió al Hijo al mundo y lo designó como el redentor. Observamos esto en Juan capítulo 3 versículos 16 al 18, Hechos capítulo 2 versículos 34 al 36, y Hebreos capítulo 3 versículos 1 y 2.

El Nuevo Testamento también enseña que el Padre autorizó a Jesús dándole poder como redentor de su pueblo, y prometió aceptar el sacrificio de Jesús en la cruz como pago por el pecado. Leemos acerca de estos roles del padre en pasajes como Juan capítulo 10 versículos 14 al 18, Colosenses capítulo 1 versículos 18 al 20 y Hebreos capítulo 2 versículo 10.

De hecho, Romanos capítulo 3 versículo 25 dice que fue el Padre quien ofreció a Jesús como sacrificio. Escuchemos lo que Pablo escribió aquí:

A quien Dios puso como propiciación. (Romanos 3:25)

El Padre es el gran arquitecto de la redención. Es su clemente plan y misericordioso deseo perdonar nuestros pecados y bendecirnos. Y es su autoridad que hace la salvación tanto posible como cierta.

La idea de que en la cruz, Jesús está tratando de alejar la ira de su Padre celestial en contra de su pueblo de tal manera que Jesús está amando y el Padre no, es en realidad una interpretación errónea de lo que está sucediendo en la obra expiatoria de Jesucristo. La obra de Jesús en la cruz es en realidad la expresión del amor que el Padre tuvo primero para con su pueblo. Pensemos que tan seguido en el Nuevo Testamento se resalta que la venida de Jesús a este mundo y el llevar la cruz es de hecho el resultado del amor del Padre. El versículo que la mayoría de nosotros quizás hemos memorizado al empezar nuestras vidas cristianas, es Juan capítulo tres versículo dieciséis que enfatiza, "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito…" Ahora, ¿Qué amor está siendo enfatizado en ese versículo? No quiero decir de ninguna manera que dejemos de lado el amor de Jesús, pero es el amor del Padre Celestial al dar a su Hijo, el que está siendo enfatizado en ese pasaje. [Dr. J. Ligon Duncan III]

La gracia divina que lleva a cabo nuestro perdón también involucra al Hijo, quien es nuestro redentor.

Hijo

En cumplimiento de la promesa del Padre, el Hijo fue enviado al mundo, encarnándose como Jesús, el tan esperado Mesías, para expiar por el pecado humano. Encontramos esta enseñanza en muchos lugares como Romanos capítulo 3 versículos 25 y 26, y Hebreos capítulo 2 versículos 14 al 17, y capítulo 10 versículos 5 al 10.

Jesús expió por el pecado al morir en la cruz en lugar de los pecadores. Él recibió la maldición divina que había sido justificada por nuestro pecado. Y su perfecta justicia fue acreditada a nuestro favor, para que pudiéramos ser contados no como pecadores, sino como obedientes hijos de Dios. Para citar algunos pasajes en los que este tema aparece, lo encontramos en Juan capítulo 10 versículos 14 al 18, Gálatas capítulo 2 versículo 20, 2 de Corintios capítulo 5 versículo 21, y Hebreos capítulo 10 versículos 9 al 14. Como Pablo escribió en Efesios capítulo 1 versículo 7:

En [Jesucristo] tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia. (Efesios 5:21)

Nuestros pecados son perdonados no porque Dios los ignora, sino porque Él los ha castigado en Cristo. Y este es el por qué la Escritura nos anima a tener la confianza en nuestra salvación.

Aparte de depender en estas obras del Padre y del Hijo, el perdón también es el resultado de la gracia divina del Espíritu Santo.

Espíritu Santo

El Espíritu Santo es la persona de la Trinidad que aplica el perdón a nuestras vidas. El Padre puso los planes y el Hijos llevó a cabo la expiación. Pero nuestros pecados no son perdonados hasta que el Espíritu Santo haga su obra.

Cuando primeramente venimos a la fe, el Espíritu nos reconcilia con Dios perdonando todos los pecados que hemos cometido hasta ese punto. Él también nos da una nueva vida espiritual al regenerar nuestros espíritus, tal como Jesús lo mencionó en Juan capítulo 3 versículos 5 al 8. Hechos capítulo 11 versículo 18 habla acerca de esta experiencia como "arrepentimiento para vida" porque la regeneración y la fe siempre involucran tristeza y confesión de nuestra pecaminosidad. Esta idea es confirmada en muchos pasajes, tales como 1 de Corintios capítulo 6 versículo 11.

Y el Espíritu continúa aplicándonos el perdón durante toda nuestra vida. Él es el que mantiene nuestra fe, el que nos guía a un arrepentimiento diario, y que continuamente aplica el perdón a nosotros. Observamos esto en lugares como Romanos capítulo 8 versículos 1 al 16 y Gálatas capítulo 5 versículo 5.

Para citar un ejemplo, escuchemos lo que Pablo escribió en 2 de Tesalonicenses capítulo 2 versículo 13:

Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad. (2 Tesalonicenses 2:13)

Aquí, Pablo escribió que los creyentes son salvados por las obras el Espíritu que nos limpia del pecado y la injusticia, esto es, las obras del Espíritu que aplican el perdón a nosotros. Y el Espíritu nos continúa aplicando el perdón mientras nosotros continuamos creyendo en la verdad.

El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo todos demuestran la gracia salvífica hacia nosotros. Y esto tiene al menos tres implicaciones para nuestra vida. Primero, cuando nosotros pecamos y apelamos a Dios para perdón y otros aspectos de la salvación, estamos correctos en hacer conocer nuestras peticiones a estas tres personas divinas. Segundo, cuando recibimos estas bendiciones, nosotros deberíamos de dar gracias a estas tres personas de Dios. Y tercero, podemos tener gran confianza en nuestra salvación, sabiendo que las tres personas de la Trinidad nos aman y obran para asegurar nuestra redención. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo trabajan juntos, para nuestro beneficio, para resolver el problema del pecado.

Habiendo observado al perdón de pecados desde las perspectivas del problema del pecado y la gracia divina, estamos listas para hablar acerca del rol que la responsabilidad individual juega en el perdón.

Responsabilidad Individual

La Escritura claramente enseña que Dios no perdona los pecados de cada persona. Algunas personas son perdonadas, y otras no. ¿Por qué es esto verdad? Desde una perspectiva humana, la razón es que el proceso del perón ordinariamente envuelve un elemento de responsabilidad individual. Hablando generalmente, aquellas personas que cumplen estas responsabilidades son perdonadas, pero aquellas que disminuyen estas responsabilidades no lo son.

Nuestra discusión del rol de la responsabilidad individual se dividirá en dos partes. Primero, mencionaremos algunas condiciones que la Escritura identifica como requerimientos ordinarios del perdón. Y segundo, hablaremos acerca de los medios para recibir perdón. Empecemos con las condiciones que la Escritura asocia con el perdón.

Condiciones

La Escritura habla de dos condiciones primarias de perdón. Primero, habla de la fe en Dios como prerrequisito del perdón.

En la Escritura, la fe es un concepto multifacético. Pero en este contexto, cuando hablamos de la fe en Dios nosotros tenemos en mente:

El reconocimiento de la soberanía divina de Dios, la sumisión leal a Él, y la confianza en que Él nos mostrara su misericordia por causa de nuestro redentor Jesucristo.

A pesar de que puede sonar extraño para los oídos modernos, la Escritura muchas veces se refiere a este tipo de fe como el "temor de Dios".

Por ejemplo, el Salmo 103 versículos 8 al 13 describe la naturaleza condicional del perdón de esta forma:

Misericordioso y clemente es Jehová; lento para la ira, y grande en misericordia. No contenderá para siempre, Ni para siempre guardará el enojo. No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades …Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, Engrandeció su misericordia sobre los que le temen. Cuanto está lejos el oriente del occidente, Hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones. Como el padre se compadece de los hijos, Se compadece Jehová de los que le temen. (Salmo 103:8-13)

Notemos que es aquellos que temen al Señor los que reciben su perdón, cuyas transgresiones son removidas.

Esta misma idea se encuentra a través de toda la Biblia. Por ejemplo, la hallamos en 2 de Crónicas capítulo 30 versículos 18 y 19, el Señor dijo que perdona a la gente que prepara su corazón para buscarlo a Él. En Marcos capítulo 4 versículo 12, Jesús indicó que sólo aquellos que perciben y entienden al Señor pueden ir a Él para el perdón. Y en Hechos capítulo 26 versículos 17 y 18, el perdón sólo se puede tener por aquellos cuyos ojos han sido abiertos a la verdad de la gloria y el poder del Señor.

La segunda condición ordinaria del perdón hallada en la Escritura es el quebrantamiento. El quebrantamiento es:

Una pena genuina sobre el pecado; un verdadero lamento por violar la ley de Dios.

No es simplemente el lamento por haber sido descubierto o castigado, sino el estar de acuerdo en que los requerimientos del Señor son santos, y estar quebrantado por haber fallado en honrarlo.

En términos de contrición, fuimos hechos, todos nosotros, a sentir la culpa de nuestro pecado. Pienso en David después de haber pecado con Betsabé. Sí, había pecado contra Betsabé, y contra el esposo de Betsabé. Había pecado contra la iglesia del Antiguo Testamento, pero ultimadamente contra Dios, contra Ti he pecado y he hecho lo malo delante de Tus ojos. Y se siente algo de contrición en su corazón. El término moderno creo que es quebrantamiento, y nosotros necesitamos la palabra, por el Espíritu, para que nos quebrante, nos quebrante en la presencia de Dios. [Dr. Derek W. H. Thomas]

Por ejemplo, en 2 de Samuel capítulo 11, David no muestra remordimiento cuando él comete adulterio con Betsabé, y después él arregla la muerte de su esposo Urías para poder ocultar su embarazo. Él vivió sin tristeza por sus acciones durante todo el embarazo de Betsabé, hasta que el niño nació. Entonces, el profeta Natán confrontó a David sobre su pecado, como lo vemos en 2 de Samuel capítulo 12. Hasta este entonces David admitió su crimen y sintió una profunda convicción sobre eso. Después, en un espíritu de quebrantamiento, él escribió el Salmo 51, su gran salmo de arrepentimiento, para expresar la profundidad de su tristeza y lamento.

Escuchemos lo que David escribió en el Salmo 51 versículos 6 y 17:

He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo …Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios. (Salmo 51:6,17)

David reconoció que para poder recibir el perdón de Dios, él necesitaba compartir la perspectiva de Dios en su pecado. Él necesitaba odiar lo que había hecho, y sentirse realmente arrepentido por ello.

Observamos este mismo énfasis de quebrantamiento en Salmo 32 versículos 1 y 2, donde el perdón viene para aquellos que no hay engaño en ellos. Lo encontramos en Isaías capítulo 55 versículo 7, donde la misericordia de Dios es dada a aquellos que abandonan su pecado. Y escuchamos esto en Jeremías capítulo 5 versículo 3, donde el perdón es negado a aquellos cuyos corazones son duros debido a su pecado.

Creo que cultivamos contrición, el cual es el corazón del arrepentimiento, al enfocar nuestras mentes en la santidad de Dios. Podemos hacer eso al contemplar lo que la Biblia dice desde Génesis hasta Apocalipsis acerca del Dios que no puede tener compañerismo con gente desobediente, pero que juzga la desobediencia, y trae retribución a aquellos que transgreden. Esa es la santidad de Dios en su mera esencia. Y mientras nos criamos con la santidad de Dios, volteamos a ver el registro de nuestras propias vidas para observar algunas de las formas en las que hemos transgredido, desobedecido, alejándonos sin tomar en cuenta lo que Dios ha dicho, haciendo un desorden de nuestras vidas en una manera que le deshonra a Él. Ahora pensemos de nuevo, toda la retribución que debemos, recayó sobre los hombros de Cristo y fue soportada por él. Y esto nos dice que tan grave nuestros pecados han sido, que sólo pueden ser expiados por la muerte del encarnado hijo de Dios por nosotros. Y tan pronto nos demos cuenta de la gravedad de nuestro pecado a la luz de la santidad de Dios y lo que se demandaba para ponerlos de lado, nuestro sentido de la gravedad de nuestro pecado se hará más aguda, nuestra contrición más profunda, y de todo eso saldrá un intento honesto de nuevo, otra vez y otra vez, para comprometernos con Dios para santidad, para decirle lo mucho que lamentamos y que de hecho odiamos los pecados que hicieron que la expiación fuera necesaria. [Dr. J.I. Packer]

Las condiciones de fe y quebrantamiento son importantes para la vida de todas las personas, sean o no sean creyentes. Para aquellos que no han recibido a Cristo como Señor y salvador, estas condiciones son oportunidades para que ellos vengan a Dios y que sus pecados sean perdonados, y para empezar una vida nueva en Cristo. Para todos nosotros que ya pertenecemos al Señor, son recordatorios de que necesitamos vivir vidas de constante fe, y estar realmente arrepentirnos de los pecados que continuamente cometemos, para que podamos seguir recibiendo perdón y limpieza diariamente.

Ahora que hemos observado que las condiciones de perdón normalmente incluyen a Dios obrando una fe y un quebrantamiento en nuestros corazones, observaremos los medios ordinarios con los cuales podemos recibir perdón.

Medios

Algunas veces, los cristianos fallan en distinguir entre los medios de gracia y la base de la gracia. Como resultado, ellos erróneamente piensan que los medios de gracia pueden ser usados para obtener gracia, o incluso forzar a Dios para que nos muestre gracia. Entonces, es importante distinguir claramente entre medios y bases.

Para ayudar a ver esta distinción, imagine que una persona necesita terapia física para recuperarse de una lesión. La terapia es costosa, y es pagada por un donante. Podríamos decir que los medios por los cuales una persona se recupera completamente es la terapia. Pero la base financiera de su recuperación será la donación.

Podríamos resumir estas diferencias al decir que la base es el fundamento o mérito en el cual se basa una acción o consecuencia, y que los medios son una herramienta o mecanismo para llevar a cabo esa acción o consecuencia.

Cuando se trata de recibir perdón y gracia de Dios, la base es siempre el mérito de Cristo, el cual el obtuvo por su vida obediente y muerte de sacrificio en la cruz. Observamos esto en pasajes como Mateo capítulo 26 versículo 28, Colosenses capítulo 1 versículos 13 y 14, y Juan capítulo 2 versículo 12. El perdón es siempre ganado. Pero es ganado por Cristo, no por nosotros.

Y los medios fundamentales por los cuales toda gracia es aplicada a nuestras vidas es la fe. Ya sea que se exprese directamente a Dios, o a través de medios de gracia, la fe es la herramienta principal a través de la cual Dios aplica gracia y otras bendiciones a nuestras vidas.

La Escritura menciona diversos medios a través de la cual la fe normalmente obra. Para los propósitos de esta lección, podemos resumir estos otros medios en dos categorías generales, empezando con la oración.

A través de la Escritura, la oración se presenta como un medio ordinario para pedir a Dios por gracia y perdón. Por ejemplo, la Biblia comúnmente habla de oraciones de confesión y arrepentimiento como expresiones de fe a través de las cuales el Espíritu Santo nos aplica el perdón. La efectividad de estas oraciones es enseñado en 1 de Reyes capítulo 8 versículos 29 al 40, Salmo 32 versículos 1 al 11, Hechos capítulo 8 versículo 22, 1 de Juan capítulo 1 versículo 9, y en muchos otros pasajes.

Para aquellos que acaban de conocer al Señor, oraciones fieles de confesión y arrepentimiento son los medios a través del cual el Espíritu Santo aplica inicialmente perdón y salvación a sus vidas. Este es el por qué la iglesia se refiere a la conversión como "arrepentimiento para vida" en Hechos capítulo 11 versículo 18. Y para todos los creyentes, las oraciones de confesión y arrepentimiento continúan siendo importantes medios de recibir la gracia de Dios en nuestras vidas. Como leemos en 1 de Juan capítulo 1 versículo 9:

Si confesamos nuestros pecados, [Dios] es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. (1 Juan 1:9)

Las maravillosas nuevas del evangelio es que Dios libremente perdona nuestros pecados en base a lo que Cristo ha hecho por nosotros. Y podemos recibir este perdón simplemente pidiéndolo con fe.

Muchas personas piensan que si enseñamos que Dios perdona a los pecadores, simplemente con el hecho venir a Él diciendo, "Perdóname, Padre Celestial", abarataría la gracia de Dios. Pero el hecho del asunto es que, exalta la gracia de Dios, no porque nuestro arrepentimiento nos salva, o porque es la base con la cual Dios nos perdona, sino porque Dios mismo ha proveído la base de nuestro perdón y reconciliación en la infinitamente valiosa e incalculable muerte costosa de su hijo unigénito. [Dr. J. Ligon Duncan III]

El hecho de que Jesucristo, el Hijo de Dios, la segunda persona de la Trinidad viniera a la tierra y pasara treinta años en humildad y servidumbre y luego sufriera y muriera en la cruz — tomara la deuda eterno del pecado en la cruz para pagar la penalidad de nuestros pecados. Es un precio eterno, un costo eterno, y un costo enorme, un costo infinito por nuestros pecados. Esto no es gracia abaratada. Esta es la gracia más costosa que se haya logrado. La recibimos como un regalo gratuito, pero sólo porque Jesús dio todo de sí por nosotros. [Dr. Mark Strauss]

Todo el que viene a Él y simplemente dice, "Perdóname, Señor" es perdonado. No porque su petición de perdón fuera noble, o porque su arrepentimiento haya sido muy bueno, sino porque Jesús ha hecho todo lo necesario para que nosotros seamos reunidos en compañerismo con nuestro padre celestial. [Dr. J. Ligon Duncan III]

Ahora, debemos de hacer una pausa para mencionar que además de las oraciones de confesión y arrepentimiento, las cuales funcionan como medios ordinarios de perdón, oraciones de intercesión algunas veces funcionan como extraordinarios o inusuales medios de perdón.

La intercesión se puede definir como: la mediación o petición u oración en beneficio de otro.

La Escritura registra muchos ejemplos bíblicos de personas ofreciendo oraciones intercesoras efectivas. Observamos esto en Números capítulo 14 versículos 19 y 20, donde el Señor perdonó el pecado de Israel en respuesta a la oración intercesora de Moisés. Encontramos en 2 de Crónicas capítulo 30 versículos 18 al 20, donde el Señor perdonó a las personas que no habían preparado la pascua apropiadamente en respuesta a la intercesión de Ezequías. Observamos en Job capítulo 1 versículo 5, donde aprendemos que Job regularmente ofrecía sacrificios efectivos de intercesión por sus hijos. Y lo vemos en Santiago capítulo 5 versículos 14 y 15, donde Santiago enseñó que los ancianos de la iglesia pueden obtener perdón para aquellos que han pecado. Dios no siempre otorga el perdón en respuesta a las oraciones intercesoras de los fieles. Pero muchas veces si lo hace.

Y más allá de estos tipos de intercesiones humanas, tanto el Hijo y el Espíritu Santo interceden por las personas. La intercesión que Jesús ofrece es mencionada en pasajes como Isaías capítulo 53 versículo 12, Romanos capítulo 8 versículo 34, y Hebreos capítulo 7 versículo 25. Y la intercesión del Espíritu es enseñada en Romanos capítulo 8 versículos 26 y 27.

La segunda categoría general de los medios de perdón son los sacramentos, o lo que muchas iglesias protestantes modernas llaman las "ordenanzas", es decir el bautismo y la cena del Señor.

Ahora, cuando usamos el término "sacramento" necesitamos ser claros que no estamos hablando del punto de vista de la cena del Señor y del bautismo que tiene la iglesia Católica Romana. En cambio, la palabra "sacramento" ha sido usada históricamente por muchas denominaciones protestantes para referirse a la cena del Señor y al bautismo como ceremonias especiales, santas ordenanzas que Dios proveyó a la iglesia como medios para expresar nuestra fe y recibir su bendición. Las tradiciones protestantes difieren sobre los detalles del funcionamiento de estas ordenanzas. Pero todas están de acuerdo en que son especiales de cierta forma.

Algunas veces los cristianos sienten sospecha cuando escuchan a otros hablar acerca de la cena del Señor y el bautismo como medios de perdón. Así que, es importante enfatizar que no estamos diciendo que estas ordenanzas tienen algún mérito en sí mismas que las hagan efectivas. Ellas no son las bases del perdón.

Al mismo tiempo, la Biblia enseña que cuando nosotros expresamos nuestra fe a través de la cena del Señor y el bautismo, el Espíritu Santo usa estas ordenanzas para aplicar el perdón a nuestras vidas.

El bautismo es mencionado como un medio de gracia en pasajes como Marcos capítulo 1 versículo 4, Hechos capítulo 2 versículo 38, Romanos capítulo 6 versículos 1 al 7, y Colosenses capítulo 2 versículos 12 al 14.

Para citar un ejemplo, escuchemos las palabras de Ananías a Pablo en Hechos capítulo 22 versículo 16:

Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre. (Hechos 22:16)

En estas instrucciones, Ananías indicó que los pecados de Pablo podían ser perdonados o "lavados" a través del bautismo.

Ahora, por supuesto, el bautismo no es un medio necesario de perdón. También podemos ser perdonados a través de otros medios. Por ejemplo, el ladrón que vino a la fe mientras era crucificado con Jesús nunca fue bautizado. Sin embargo, Lucas capítulo 23 versículo 43 indica que él fue perdonado y salvado. Entonces, nosotros no deberíamos de cometer el error de pensar que el perdón y la salvación sólo están disponibles para aquellos que han sido bautizados. Sin embargo, la Escritura hace bastante claro que el bautismo ordinariamente funciona como un medio para aplicar el perdón a nuestras vidas.

Y lo mismo es verdad de la cena del Señor. Pablo explícitamente enseñó que el ser partícipe de la cena del Señor es un medio para recibir los beneficios de la muerte de Cristo, tal como es el perdón.

Escuchemos lo que Pablo escribió en 1 de Corintios capítulo 10 versículo 16:

La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? (1 Corintios 10:16)

Estas fueron preguntas retóricas. Todos al leer la epístola de Pablo sabían que las respuestas eran "sí, por supuesto". Al ser partícipe de la cena del Señor en fe, nosotros estamos unidos a Cristo.

El perdón de pecados es una gran bendición de salvación que experimentamos a través de nuestras vidas cristianas. Ya sea que seamos nuevos conversos, o creyentes de toda la vida, el perdón es un aspecto continuo de nuestro andar en Cristo. Y también resulta en muchas otras bendiciones.

Juan Wesley, fundador de la iglesia Metodista quien vivió de los años 1703 a 1791, habló acerca del perdón en su sermón número 26, en el cual él expuso el sermón del monte. Escuchemos lo que él dijo en ese sermón:

Tan luego como recibi¬mos el perdón de los pecados …obtenemos igualmente "suerte entre los santificados por la fe que es en él." El pecado ha perdido su poder; no tie¬ne dominio sobre aquellos que están bajo de la gracia, es decir: que gozan del favor de Dios. Puesto que "ninguna condena¬ción hay para los que están en Cristo Jesús," están libres del pecado lo mismo que de la culpa; "la justicia de la ley se cum¬ple en ellos," y "no andan conforme a la carne, mas conforme al Espíritu."

Pienso que el perdón de pecados, es en cierta manera, la realidad más preciosa que tenemos como cristianos. Fundamentalmente lo que significa ser perdonado de nuestros pecados es estar en una correcta relación con Dios, con nuestro Creador. Cuando observamos al mundo de hoy, vemos que la gente esta anhelando aceptación, significado, propósito. Y hay tanta confusión en nuestra cultura. ¿De qué se trata la vida? ¿Cuál es la razón de vivir? ¿Por qué estoy aquí? Y la gente trata todo tipo de cosas para encontrar significado y sentido — ya sea que persigan su trabajo o sexualidad o drogas. Quiero decir que hay todo tipo de lugares y caminos donde la gente está tratando de encontrar felicidad y gozo. Pero el evangelio nos dice que nuestra necesidad fundamental como seres humanos es estar en una relación recta con nuestro Creador, con Él que nos hizo. El evangelio dice que Dios envió a su Hijo, Jesucristo, para expiar por nuestros pecados, para absorber la ira de Dios. Dios en su amor envió a su Hijo para que nuestros pecados fueran perdonados, si ponemos nuestra confianza en Él, podemos ser perdonados de nuestros pecados. Y cuando venimos a esta experiencia, cuando vamos a Jesús para perdón hay un increíble sentimiento de paz, un sentido de rectitud con el mundo porque verdaderamente es rectitud con el mundo. De repente nos damos cuenta de que esto es para lo que fuimos creados. Fuimos creados para estar en una relación correcta con Dios. Lo reconocemos en este momento. [Dr. Tom Schreiner]

RESURRECCIÓN

Ahora que hemos explorado la doctrina del perdón de pecados, estamos listos para considerar nuestro siguiente artículo de fe: la resurrección del cuerpo.

Recordemos estas palabras del Credo de los Apóstoles:

Creo en…
La resurrección del cuerpo.

Necesitamos ser claros en este punto, que el credo no está hablando acerca de la resurrección de Jesús. La propia resurrección de Jesús aparece antes en el credo cuando dice que Jesús se levantó de entre los muertos al tercer día. Cuando el credo habla de la "resurrección del cuerpo" tiene en mente la resurrección general — la resurrección de toda la gente cuando Cristo regrese en gloria.

Consideraremos la resurrección general del cuerpo en tres etapas. Primero, observaremos la maldición que resulta en la muerte de nuestros cuerpos. Segundo, explicaremos que el evangelio cristiano ofrece vida para nuestros cuerpos. Y tercero, observaremos la forma en que nuestros cuerpos eventualmente experimentan la redención. Empecemos con la maldición que causa que nuestros cuerpos mueran.

Maldición

Como hemos visto en una lección anterior, Dios creó seres humanos que consistían de cuerpos físicos y almas no físicas. Basado en Hebreos capítulo 4 versículo 12 y 1 de Tesalonicenses capítulo 5 versículo 23, algunas tradiciones han mantenido que cada ser humano también posee un espíritu además de un alma. Pero existen aproximadamente 200 versículos en los cuales uno u otro de estos términos es usado para referirse a todo lo interior, aspectos no físicos de nuestro ser como un todo. Entonces, la mayoría de las tradiciones cristianas han concluido que las palabras "alma" y "espíritu" se refieren a la misma realidad subyacente, y que los seres humanos consisten sólo de dos partes: cuerpo y alma.

Antes de nuestra caída en pecado, nuestros cuerpos y nuestras almas no estaban afectados por el pecado y sus poderes corruptores. Pero cuando Adán y Eva cayeron en pecado, el pecado corrompió no sólo sus almas, sino también sus cuerpos. Y esta corrupción de sus cuerpos resultó finalmente en su muerte física.

Escuchemos la maldición de Dios sobre Adán en Génesis capítulo 3 versículo 19:

Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás. (Génesis 3:19)

Cuando Adán y Eva pecaron en contra de Dios, Él maldijo a ambos. Y parte de esta maldición fue que ellos podían ser mortales. Ellos eventualmente morirían y regresarían al polvo. Y debido a que todos los seres humanos descienden de Adán y Eva, todos nosotros nacemos con una corrupción similar.

Como Pablo escribió en Romanos capítulo 5 versículo 12:

Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. (Romanos 5:12)

El pecado afectó a Adán y Eva tanto en formas físicas como espirituales. Y debido a que nosotros somos sus descendientes naturales, nosotros llevamos la misma maldición. Nuestras almas vienen al mundo en un estado que la Biblia describe como muerte espiritual. Estamos bajo el juicio de Dios, y hemos perdido toda habilidad para complacerle. Leemos sobre esto en pasajes como Romanos capítulo 5 versículos 12 al 19, y capítulo 8 versículos 1 al 8.

Y al igual que Adán y Eva, nuestros cuerpos también son corrompidos por el pecado. Esta corrupción resulta en dificultades físicas, enfermedades, y eventualmente muerte. Pablo hablo acerca de esto en Romanos capítulo 6 versículos 12 al 19, y capítulo 7 versículos 4 al 25. El pecado corrompe todo lo que somos — todo nuestro ser, cuerpo y alma. Pero la maravillosa promesa de Dios es que la salvación en Cristo redime tanto nuestras almas como nuestros cuerpos.

Los cristianos no deben de ver nunca la muerte como algo normal. Muchas veces transmitimos ese tipo de idea. Algunas veces en los funerales podemos decir "bueno, vivió una buena y larga vida". Y es solamente en la muerte de algún niño pequeño o la muerte de alguien en sus veintes o treintas que decimos, "oh, es terrible". Esto no es realmente un punto de vista cristiano propio de la muerte humana. El punto de vista cristiano de la muerte humana ve la muerte como algo que es anormal. Fuimos creados desde el comienzo para vivir para siempre. Pensemos como, incluso en el registro de la creación en el séptimo día Dios descansó. Él entraría en un gozo completo con Su creación. Nosotros por lo tanto debemos vivir para su gloria y llevar a cabo el mandato de la creación. No fuimos creados para morir. En cambio, el pago del pecado, la entrada del pecado a este mundo, Génesis capítulo 3, la paga del pecado que el Apóstol Pablo menciona, y del cual se habla en Génesis capítulo 2, es la muerte. Muerte, la cual es física, muerte que también es espiritual. [Dr. Stephen Wellum]

En un sentido, la muerte física es una bendición para los creyentes debido a que somos tomados directamente a la presencia de Cristo. Pero en un sentido más fundamental, la muerte física es trágica. Es una experiencia universal humana, pero también es horriblemente antinatural. Dios no creo a la humanidad para la muerte; Él la creó para vida. Y nuestra salvación no será completa hasta que Cristo regrese y redima nuestros cuerpos.

Habiendo observado la maldición que resulta en la muerte de nuestros cuerpos, ahora vayamos a los aspectos del evangelio que aseguran nuestra resurrección.

Evangelio

¿Cuántos de nosotros conocemos a cristianos que creen que pasaran la eternidad en el cielo como espíritus sin cuerpo? Probablemente más de unos pocos. Tan extraño como pudiera sonar, la doctrina de la resurrección del cuerpo es casi completamente desconocida en algunas iglesias modernas. Y una razón de esto es que los cristianos muchas veces fallan en entender la importancia de nuestros cuerpos humanos. Pero la Escritura claramente enseña la buenas nuevas de que no sólo nuestra almas, sino también nuestros cuerpos, serán glorificados cuando Cristo regrese.

Exploraremos la idea de que la resurrección del cuerpo es parte del evangelio considerando tres cosas. Primero, mencionaremos el trasfondo del Antiguo Testamento de esta doctrina. Segundo, observaremos que es claramente proclamado en el Nuevo Testamento. Y tercero, hablaremos acerca de la relación entre la resurrección de los creyentes y la resurrección de Jesús. Empecemos con el Antiguo Testamento.

Antiguo Testamento

Muchos cristianos modernos no se dan cuenta de esto, pero la palabra evangelio, que significa buenas nuevas, viene del Antiguo Testamento. En particular, la encontramos en Isaías capítulo 52 versículo 7 y capítulo 61 versículo 1, y Nahúm capítulo 1 versículo 15.

Para citar un ejemplo, escuchemos lo que dice Isaías capítulo 52 versículo 7:

¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: ¡Tu Dios reina!. (Isaías 52:7)

En el Antiguo Testamento, las "buenas nuevas" o "evangelio" eran que Dios salvaría a su pueblo venciendo a sus enemigos. En un sentido estricto, estas eran las buenas nuevas que Dios rescataría a su pueblo de la opresión de sus enemigos terrenales. Pero en un sentido más amplio, eran las buenas nuevas que Dios revertiría todas las maldiciones que resultaron de la caída en pecado de Adán y Eva. Él extendería su glorioso reino celestial sobre toda la tierra, y finalmente bendeciría a todos los que tuvieran fe en Él.

Por supuesto, la salvación que Dios proveía en el Antiguo Testamento estaba basada en la futura victoria de Cristo. A pesar de que Cristo no había venido a morir por los pecados, él ya había prometido que moriría en beneficio de su pueblo. Y esa promesa fue suficiente para asegurar la salvación. De hecho, toda esperanza de salvación en el Antiguo Testamento apuntaba a Cristo y lo que él lograría.

Escuchemos la forma en que Hebreos capítulo 10 versículos 1 al 5 describe los sacrificios del Antiguo Testamento:

Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros …porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados. Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo. (Hebreos 10:1-5)

El autor de Hebreos indicó que los sacrificios del Antiguo Testamento eran sólo sombras de la realidad que fue realizada posteriormente en Cristo. Los sacrificios de animales nunca pudieron expiar perfectamente por el pecado debido a que Dios requería que el pecado humano fuera castigado con la muerte humana. Pero ellos podían y de hecho apuntaban a Jesús, cuya muerte humana fue perfectamente suficiente y una expiación efectiva para el pecado.

Como parte del evangelio del Antiguo Testamento, el pueblo de Dios fue enseñado que un día Dios levantaría a todos los muertos de la humanidad, y los juzgaría por sus obras. Aquellos que hubieran vivido rectamente, habiendo tenido fe en Dios, serían bendecidos perpetuamente. Pero aquellos que se rebelaron contra Dios serían condenados a un futuro de perpetuo sufrimiento. Ambos de estos tipos de consecuencias continuarían por siempre en una forma corporal. Los teólogos cristianos comúnmente se refieren a este evento como el juicio final.

Como lo vimos en una lección previa, el Credo de los Apóstoles se refiere al juicio final en la línea:

Y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.

Quizás la declaración más clara de la idea de que el juicio final que envuelve la resurrección del cuerpo se puede encontrar en Daniel capítulo 12, donde un mensajero angelical le reveló a Daniel que en el futuro Dios libraría a su pueblo de la opresión.

Escuchemos lo que aparece en Daniel capítulo 12 versículos 1 y 2:

Pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro. Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua. (Daniel 12:1-2)

Daniel se refiere específicamente a la resurrección del cuerpo cuando habla de aquellos que duermen en el polvo de la tierra. Las almas no duermen en el polvo de la tierra; los cuerpos sí. Y son esos cuerpos los que se levantarán en el juicio final.

Isaías también habló del día del juicio que incluía una resurrección general. Escuchemos lo que él escribió en Isaías capítulo 26 versículos 19 al 21:

Tus muertos vivirán; sus cadáveres resucitarán. ¡Despertad y cantad, moradores del polvo! …la tierra dará sus muertos…Porque he aquí que Jehová sale de su lugar para castigar al morador de la tierra por su maldad contra él. (Isaías 26:19-21)

De nueva cuenta, observamos que los muertos, aquellos que moran en el polvo, se levantarán de sus sepulcros con una nueva vida, como si la tierra diera nacimiento a ellos. Y esto ocurrirá en el contexto de juicio, cuando el Señor venga a castigar a los moradores de la tierra por su maldad.

La doctrina de la resurrección del cuerpo también está implícita en diversos pasajes del Antiguo Testamento que hablan de la liberación del seol en el contexto del juicio final y recompensa, tales como Salmo 49 versículos 7 al 15, y Salmo 73 versículos 24 al 28. Y en Job capítulo 19 versículos 25 al 27, Job expresaba confiadamente su creencia de que él sería resucitado para ver a Dios en el día que el Señor vendría a poner pie sobre la tierra. El día del juicio.

La resurrección futura y juicio no son tan claros en el Antiguo Testamento como lo son en el Nuevo. Pero ciertamente hay indicios en el Antiguo Testamento de que esto es algo que tomará lugar. Isaías, por ejemplo habla de un tiempo en el cual la gente muerta vivirá, saldrán de sus sepulcros. Daniel habla de forma similar de un tiempo cuando los muertos saldrán, los justos y los malvados al juicio final. Y esto es algo que, es una creencia que surgió, al menos entre algunos de los judíos, pero no en todos. Los fariseos del tiempo de Jesús creían en la resurrección. Los saduceos no. Pero Jesús mismo, cuando los saduceos vinieron y le preguntaron si había tal cosa, y le hicieron una pregunta capciosa para que quedara en ridículo. Jesús citó el pasaje cuando Dios dice; Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Y Jesús dice que Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Y con, Abraham, cuando Dios forma una relación, una relación de pacto con alguien, es realmente una relación personal con ese individuo y si Abraham sólo iba a permanecer tumbado en la tierra, y nunca fuera despertado de nuevo no tiene mucho sentido decir que Dios está en una relación de pacto por siempre con Abraham. Entonces, eso quiere decir que el Nuevo Testamento es, por supuesto, irrevocablemente comprometido con la doctrina de la resurrección. Y por supuesto que la resurrección de Jesús pone el sello final en eso. [Dr. John Frame]

Habiendo visto que la resurrección general era parte del evangelio en el Antiguo Testamento, observaremos el hecho de que es también parte del mensaje del evangelio en el Nuevo Testamento.

Nuevo Testamento

La diferencia más grande entre la proclamación del evangelio del Antiguo y del Nuevo Testamento es que en el Nuevo Testamento, el redentor finalmente ha llegado. Él ha sido finalmente revelado en la historia como Jesús de Nazaret. Dios ahora esta reinando a través de su Hijo, Jesús. Esto es el por qué el Nuevo Testamento muchas veces enfatiza que Jesús es Señor, queriendo decir que él es el rey prevaleciente. Vemos esto en lugares como Lucas capítulo 2 versículo 11, Hechos capítulo 2 versículo 36, Romanos capítulo 10 versículo 9, y 1 de Corintios capítulo 12 versículo 3.

La salvación viene de la misma forma en el Antiguo y Nuevo Testamento, por fe en la promesa de la provisión de Dios. Lo que es diferente acerca de la fe en el Antiguo Testamento y la fe en el Nuevo, no es la fe hacia Dios, sino la especificidad con la cual la promesa es dada. La fe en el Antiguo Testamento es fundamentalmente observar hacia la promesa que va ha ser cumplida. La fe en el Nuevo Testamento es mirar en retrospectiva hacia la cruz en la promesa que ha sido cumplida. Entonces ambas envuelven la fe directamente hacia Dios por una provisión que Él hará y que nosotros no podemos suplir. [Dr. Robert G. Lister]

En Jesús, todas las promesas del Antiguo Testamento de salvación son cumplidas. Como hemos visto en Hebreos capítulo 10 versículos 1 al 5, su muerte es la realidad a la cual apuntan los sacrificios del Antiguo Testamento. Y en Romanos capítulo 15 versículos 8 al 13, y Gálatas capítulo 3 versículo 16, Pablo enseñó que el evangelio de Jesús cumple las promesas hechas a los patriarcas del Antiguo Testamento. En estas y otras maneras, el Nuevo Testamento afirma el evangelio del Antiguo Testamento — buenas nuevas que el divino Rey ha venido finalmente a traer salvación a su pueblo por gracia a través de la fe.

Jesús enseñó que la resurrección general tomaría lugar en el juicio final. Por ejemplo, en Mateo capítulo 22 versículos 23 al 32 y Lucas capítulo 20 versículos 27 al 38, él refutó la negación de los saduceos de la resurrección general. En Lucas capítulo 14 versículos 13 y 14, él animó a los creyentes a hacer buenas obras en base a que ellos serían recompensados en la resurrección. Y en Juan capítulo 11 versículos 24 al 26, él confirmó la doctrina en su conversación con Marta, la hermana de Lázaro.

Escuchemos lo que Jesús dijo en Lucas capítulo 20 versículo 37:

Pero en cuanto a que los muertos han de resucitar, aun Moisés lo enseñó en el pasaje de la zarza. (Lucas 20:37)

Aquí, Jesús insistió que la doctrina de la resurrección general ya había sido revelada en el Antiguo Testamento.

Y esta misma idea está confirmada a través del resto del Nuevo Testamento. Desafortunadamente, en muchas ramas de la iglesia, la resurrección corporal es bastante ignorada. Muchos cristianos creen que permaneceremos como espíritus sin cuerpo por toda la eternidad. Pero en Hebreos capítulo 6 versículos 1 y 2, la resurrección del cuerpo es descrita como una de las doctrinas básicas de la fe cristiana. Y en Hebreos capítulo 11 versículo 35, la resurrección de los creyentes se mantiene como motivación para hacer buenas obras.

De hecho, los apóstoles señalaron regularmente que los cristianos creían en las promesas de resurrección del Antiguo Testamento.

Por ejemplo, Pedro y Juan hicieron esto en Hechos capítulo 4 versículos 1 y 2. Y Pablo lo hizo en Hechos capítulo 23 versículos 6 al 8 y capítulo 24 versículos 14 al 21.

Para citar un ejemplo, escuchemos como Pablo defendió su ministerio en Hechos capítulo 24 versículos 14 y 15:

Pero esto te confieso, que según el Camino que ellos llaman herejía, así sirvo al Dios de mis padres, creyendo todas las cosas que en la ley y en los profetas están escritas; teniendo esperanza en Dios, la cual ellos también abrigan, de que ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos. (Hechos 24:14-15)

Aquí, Pablo mencionó que la esperanza cristiana en la resurrección general en el juicio final fue precisamente la misma que la esperanza judía. La diferencia fue que los cristianas creían que está resurrección se completaría a través de Cristo.

Es importante para nosotros el entender que el plan de Dios de salvación siempre ha sido el mismo. Él no designo una forma para el antiguo Israel para ser salvo, y otra forma para que nosotros seamos salvos. Él no designó una forma de salvación para los judíos, y otra para los gentiles.

El Antiguo y el Nuevo Testamento están unidos en su enseñanza. Y esta es parte de la razón por la cual los cristianos valoran el Antiguo Testamento como palabra de Dios para sus vidas. El pueblo de Dios siempre ha sido salvo por gracia, a través de la fe, y en Cristo. Los cristianos son parte de una larga historia de misericordia y redención que Dios siempre ha provisto para su pueblo fiel. Y toda la Biblia — ambos Testamentos — nos enseñan acerca de esta maravillosa verdad.

Ahora que hemos visto que tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, el evangelio incluyó las buenas nuevas de que habría una resurrección del cuerpo, veamos la relación entre la resurrección de creyentes y la resurrección de Jesús.

Resurrección de Jesús

El Nuevo Testamento enseña que hay al menos dos conexiones importantes entre la resurrección de Jesús y la resurrección de creyentes. Primero, seremos resucitados para una vida bendecida específicamente debido a que estamos unidos a Jesús en su resurrección. Como Pablo escribió en Romanos capítulo 6 versículos 4 y 5:

Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección. (Romanos 6:4-5)

Pablo enseñó que a través de la fe, el bautismo nos une a la muerte de Cristo, resultando en el pago de nuestra deuda que incurrimos por nuestro pecado. Pero también nos une a su resurrección, resultando en la regeneración de nuestros espíritus en la vida presente, y la resurrección de nuestros cuerpos físicos en un tiempo futuro. Nuestra unión con la resurrección de Jesús es también enseñada en lugares como 1 de Corintios capítulo 15 versículos 21 y 22, Filipenses capítulo 3 versículos 10 al 12, y Colosenses capítulo 2 versículo 12.

Como resultado del hecho de que estamos unidos a Jesús en su resurrección, nuestra propia resurrección es garantizada.

Escuchemos lo que Pablo escribió en 1 de Corintios capítulo 15 versículos 20 al 23:

Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos…Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. (1 Corintios 15:20-23)

Aquí, Pablo se refirió a la resurrección de Jesús como las primicias de la cosecha que incluye a todos los que son de Él.

En el Antiguo Testamento, Dios exigía a Israel que le llevaran una ofrenda de las primicias de la cosecha. Observamos esto, por ejemplo, en Levítico capítulo 23 versículo 17. Estas primicias eran sólo la primera parte de toda la cosecha, y ellas representaban toda la cosecha. Ellas eran una forma de garantía — al dar al Señor la primera parte de la cosecha, los Israelitas expresaban la fe que ellos mismos recibirían el resto de la cosecha. Al darnos la resurrección de Jesús, Dios demostró su completa intención de resucitarnos en la misma forma. Entonces, como creyentes, podemos tener gran confianza en nuestra propia resurrección futura, sabiendo que Dios nos ha sellado para aquel día por la resurrección de Cristo.

Hasta ahora en nuestro estudio de la resurrección del cuerpo, hemos observado la maldición que resulta en la muerte de nuestros cuerpos, y el evangelio que ofrece vida a nuestros cuerpos. Ahora, estamos listos para considerar la forma en la que nuestros cuerpos experimentan la redención.

Redención

Consideraremos la redención de nuestros cuerpos en tres etapas. Primero, las cosas que los creyentes experimentan durante nuestra vida presente en la tierra. Segundo, el estado intermedio de nuestros cuerpos que comienza con nuestra muerte física. Y tercero, la nueva vida de la resurrección misma, que empezará cuando Cristo regrese. Empecemos con nuestra vida presente.

Vida Presente

Aunque los cristianos normalmente hablan de la resurrección de nuestros cuerpos en términos de nuestra resurrección en el día postrero, la Biblia enseña que la salvación de nuestros cuerpos comienza con la morada del Espíritu Santo cuando primero venimos a la fe. Esta morada es mencionada, por ejemplo, en Romanos capítulo 8 versículos 9 al 11. A pesar de que no resulta en nuestra resurrección corporal inmediata, si nos sella con la garantía de una redención completa de nuestros cuerpos en el futuro, como Pablo enseñó en Efesios capítulo 1 versículos 13 y 14.

Y nuestros cuerpos continúan beneficiándose de la morada y presencia del Espíritu Santo a través de nuestras vidas, específicamente a través del proceso de santificación. La santificación de nuestros cuerpos es similar a la santificación de nuestras almas. El Espíritu Santo nos separa para Dios y nos purifica. Él continúa santificándonos a través de nuestras vidas, mientras perdona los pecados que cometemos con nuestros cuerpos, y asegura que usemos nuestros cuerpos en formas que honren al Señor. Idealmente, esto resulta en que honramos a Dios con nuestros cuerpos, como Pablo enseño en 1 de Corintios capítulo 6 versículo 20, y dando nuestros cuerpos a Dios como sacrificio vivo, como leemos en Romanos capítulo 12 versículo 1.

Después de empezar con la redención de nuestros cuerpos en la vida presente de los creyentes, el proceso continúa durante nuestra muerte física.

Estado Intermedio

Cuando morimos, nuestros cuerpos son temporalmente separados de nuestras almas. Esta etapa es muchas veces llamada el estado intermedio — el estado entre nuestras vidas en la tierra ahora, y las vidas que tendremos en la resurrección. Durante el estado intermedio, nuestras almas moran con Cristo en el cielo. La Escritura habla acerca de esto en Mateo capítulo 17 versículo 3 y 2 de Corintios capítulo 5 versículos 6 al 8.

Pero mientras que nuestras almas están en el cielo, nuestros cuerpos permanecen en la tierra. Nuestros cuerpos siguen siendo corruptos por el pecado, como se prueba en el hecho de que están deteriorándose. Pero el pecado que los corrompe ya no tiene influencia sobre nosotros para cometer pecado. Por una parte, la muerte nos libra del dominio del pecado, como Pablo enseñó en Romano capítulo 6 versículos 2 al 11. Por otra parte, nuestros cuerpos permanecen en el sepulcro en un estado inconsciente, siendo incapaces de ningún pensamiento, acción o entendimiento, ya sea bueno o malo.

Pero a pesar de que nuestros cuerpos y almas son temporalmente separados en la muerte, la Biblia nunca dice que nuestros cuerpos dejan de ser parte de nosotros. Ya sea que sean enterrados, o cremados, o se pierdan, nuestros cuerpos continúan siendo parte de nosotros. Hay docenas de ejemplos de esto en la Biblia. Por ejemplo, 1 de Samuel capítulo 25 versículo 1 dice que Samuel fue sepultado en su casa en Ramá. 1 de Reyes capítulo 2 versículo 10 dice que David fue sepultado en Jerusalén, la ciudad de David. Y el refrán que aparece a través de 1 y 2 Reyes, así como 2 de Crónicas, es que los reyes de Judá son sepultados en la ciudad del ancestro David. Sus cuerpos siguen perteneciéndoles, y siguen siendo parte de sus personas.

El Catecismo Menor de Westminster describe nuestra muerte en esta manera en la pregunta y respuesta número 37. Respondiendo a la pregunta:

¿Qué beneficios reciben de Cristo los creyentes, después de la muerte?

El catecismo responde:

Las almas de los creyentes son hechas después de la muerte, perfectas en santidad y pasan inmediatamente a la gloria; y sus cuerpos, estando todavía unidos a Cristo reposan en sus tumbas hasta la resurrección.

Aquí, el Catecismo dice que los creyentes tienen dos destinos en la muerte — una para sus almas, y una para sus cuerpos. Nuestras almas pasan a la gloria en el cielo, pero nuestros cuerpos, estando todavía unidos a Cristo, reposan en sus tumbas — permanecen en estado inactivo, esperando por la nueva vida en la resurrección.

Pienso que es verdad decir que cuando nuestra alma está en el cielo y nuestro cuerpo en el sepulcro, sí, estamos en dos lugares en el mismo tiempo. Esto requiere una explicación y la respuesta en el catecismo menor es muy buena en este punto. "Las almas de los creyentes son hechas después de la muerte, perfectas en santidad y pasan inmediatamente a la gloria; y sus cuerpos, estando todavía unidos a Cristo reposan en sus tumbas hasta la resurrección". La primera parte de que el alma se separa del cuerpo es el tema en Segunda de Corintios capítulo 5, versículos 1 al 10. Pablo habla de su cuerpo presente y mortal como una tienda terrenal y él no se goza en la perspectiva de la muerte debido a que su alma será separada de su cuerpo, lo cual es un estado no natural. [Dr. Knox Chamblin]

Esta tensión de estar en dos lugares al mismo tiempo se siente incluso en el cielo. No hay duda de que el cielo será maravilloso más allá de nuestras expectativas. Pero también es verdad que incluso en el cielo nuestra salvación no será completa debido a que nuestros cuerpos no habrán sido todavía resucitados.

Escuchemos como Pablo habló acerca de la resurrección del cuerpo en Romanos capítulo 8 versículo 23:

Nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo. (Romanos 8:23)

Aquí, Pablo dice que nosotros gemimos en esta vida debido a que no tenemos nuestros cuerpos resucitados. Pero las almas en el cielo siguen esperando por sus nuevos cuerpos, también. Entonces, tiene sentido el pensar que ellas también gimen, en cierto sentido, mientras esperan la redención de sus cuerpos.

Algunas personas piensan que los cuerpos que recibiremos son sólo trajes convenientes, un equipo opcional, y que nosotros estamos absolutamente contentos y felices de no tener cuerpo. Esto parece ser un poco más platónico que bíblico. Entonces, ¿qué significa estar en este estado intermedio entre la muerte personal y la resurrección prometida del cuerpo? ¿Cómo es? No se nos ha dado un reportaje fotográfico sobre eso. No se nos han dado descripciones detalladas de eso. Pero la respuesta que la Escritura nos ha dado es bastante segura y demasiado relacional. Nosotros estaremos con el Señor. Dr. Glen Scorgie]

Con nuestra vida presente y nuestra muerte física en mente, estamos listos para ver como la redención de nuestros cuerpos es completada en la nueva vida.

Nueva Vida

Nuestros cuerpos recibirán una vida nueva y perfecta cuando sean restaurados a la vida en la resurrección general. En la resurrección, las consecuencias del pecado finalmente y para siempre serán quitadas de nosotros. Leemos de esto en Romanos capítulo 8 versículo 23, 1 de Corintios capítulo 15 versículos 12 al 57, y Filipenses capítulo 3 versículo 11. Los teólogos muchas veces se refieren a esta etapa de la salvación como la glorificación, debido a que resulta en que nosotros seamos hechos seres humanos perfectos y gloriosos. La Escritura no nos da muchos detalles con respecto a nuestra glorificación. Pero Pablo brevemente comparó nuestros cuerpos glorificados con nuestros cuerpos existentes en 1 de Corintios capítulo 15.

Escuchemos lo que él escribió en 1 de Corintios capítulo 15 versículos 42 al 44:

Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. (1 Corintios 15:42-44)

No podemos estar seguros de las continuidades y discontinuidades precisas entre los cuerpos que tenemos ahora y los cuerpos que tendremos en la resurrección. Así como el cuerpo de Cristo se sometió a cambios en su resurrección, nuestros cuerpos también serán cambiados. Estos serán renovados y hechos perfectos. Serán inmortales, gloriosos, poderosos y espirituales. Pero también serán enteramente humanos. En nuestra resurrección, nosotros finalmente seremos la gente que Dios siempre había planeado que fuéramos.

Nuestros cuerpos mueren como consecuencia del pecado; la muerte física es el juicio de Dios en contra de la maldad de la humanidad en la caída. Pero las buenas nuevas es que el evangelio proclama la restauración de nuestros cuerpos. Nos dice que Jesús vino a redimirnos como personas completas, de cuerpo y alma. Y esta redención es gloriosa. Es causa de gozo y celebración. Con la resurrección de nuestros cuerpos, nosotros finalmente seremos capaces de declarar la victoria sobre la muerte. Estaremos finalmente preparados para heredar todas las bendiciones que Dios tiene para nosotros en los nuevos cielos y la nueva tierra. Y finalmente seremos capaces de ver con nuestros propios ojos la victoria de Jesucristo.

Hasta ahora en nuestra discusión de la salvación, hemos hablado acerca de los artículos de fe en el Credo de los Apóstoles que tienen que ver con el perdón de pecados y la resurrección del cuerpo. En este punto, estamos listos para ver nuestro último tópico: la vida eterna.

VIDA ETERNA

El Credo de los Apóstoles menciona la vida eterna en su último artículo de fe:

Creo en …la vida eterna.

En este punto, el credo tiene en vista la vida eterna, muchas veces llamada vida perdurable, que sigue a la resurrección de nuestros cuerpos. El credo afirma la creencia de que todo el pueblo fiel de Dios finalmente será recompensado con una perfecta, bendita e incorruptible, vida sin fin.

A pesar de que hay muchas cosas que podríamos decir acerca de la vida eterna, nos enfocaremos en tres cuestiones en esta lección. Primero, mencionaremos el tiempo de la vida eterna. ¿Cuándo comienza? Segundo, hablaremos acerca de la calidad de la vida eterna. ¿Cómo difiere de otros tipos de vida? Y tercero, mencionaremos el lugar donde viviremos por siempre. Empecemos con el tiempo de nuestra vida eterna.

Tiempo

¿Cuándo empieza la vida eterna? Cristo dijo que él vino para que tuviéramos vida y la tuviéramos en abundancia. Ciertamente él esta sugiriendo que estar en Cristo, el ser un discípulo de Cristo, nos introduce a una forma cualitativamente superior de vida, ¿pero es eso vida eterna? ¿La vida eterna empieza cuando pasamos de esta esfera de existencia mortal a la vida del más allá? ¿Es ahí cuando la vida eterna comienza? Bueno, en un sentido, sí. Pero hay otro sentido, la nueva vida, la resurrección de vida de Cristo que nos llevará a través del sepulcro y nos impulsa a la vida eterna, una eternidad sin fin con Dios, es una vida que ha sido plantada como una semilla dentro de nosotros. Entonces la vida que nunca terminara esta empezando ahora, y es importante entender que esta vida eterna no es una vida definida con duración sin fin, pero una vida definida cualitativamente como una vida que es ahora centrada en Cristo y centrada en Dios y se mueve hacia la completa restauración de todo lo que se ha destinado para los seres humanos. Y nosotros participamos en eso ahora, incluso mientras estamos incrustados en un mundo doloroso, complicado y roto. [Dr. Glen Scorgie]

La Escritura muchas veces dice que los creyentes ya poseen la vida eterna como una realidad en el presente. Vemos esto en Juan capítulo 10 versículo 28, 1 de Timoteo capítulo 6 versículo 12, 1 de Juan capítulo 5 versículos 11 al 13, y en muchos otros pasajes. Para citar un ejemplo de esto, escuchemos lo que Jesús dijo en Juan capítulo 5 versículo 24:

De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida. (Juan 5:24)

Jesús y los escritores del Nuevo Testamento algunas veces hablaron acerca de la vida eterna como una realidad presente que resulta de nuestra unión con Cristo. Y por supuesto es verdad. Nuestras almas nunca morirán, a pesar que nuestros cuerpos si mueran. La vida espiritual que poseemos ahora es la misma vida que tendremos por siempre.

Por otra parte, la Escritura habla con más frecuencia acerca del hecho de que se nos dará una vida eterna como nuestra herencia en el juicio final. Vemos esto en lugares como Mateo capítulo 25 versículo 46, Marcos capítulo 10 versículos 29 al 30, Juan capítulo 12 versículo 25, Romanos capítulo 2 versículos 5 al 7, y Judas versículo 21.

Para citar un ejemplo, escuchemos lo que Juan escribió en el capítulo 6 versículo 40 de su evangelio:

Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. (Juan 6:40)

Como Juan lo mencionó aquí, la Escritura muchas veces asocia nuestra completa recepción de la vida eterna con la resurrección de nuestros cuerpos. Cuando nuestros cuerpos son hechos vivos, viviremos por siempre, en cuerpo y alma, como completamente redimidos y completamente seres humanos restaurados.

Es de ayuda el describir lo que recibimos en Cristo, a través de nuestra unión con Cristo, como lo que llamamos el "ya" y el "todavía no". Me refiero a que los beneficios de Cristo, que incluyen la vida eterna, "ya" son nuestros cuando recibimos a Cristo, cuando ponemos nuestra fe en Cristo. Son nuestros — tenemos vida eterna. Pero a la vez, todavía no, en el sentido, de que, por supuesto, aún cuando recibimos a Cristo muchos de nosotros nos haremos viejos, nos enfermaremos, experimentaremos la muerte si Cristo no viene antes. Y en ese sentido, entonces el "todavía no" de la vida eterna nos sigue esperando. Entonces, el "ya", y el "todavía no", nos ayuda a entender, que si, tenemos una vida eterna, y al mismo tiempo, la vida eterna nos espera en los cielos y tierra nueva. [Dr. Jeffrey Jue]

Hay un sentido en el cual es justo decir que la vida eterna de nuestras almas empieza en esta vida cuando somos regenerados. Pero no estaremos completamente vivos hasta que nuestros cuerpos sean levantados en el juicio final. Sólo entonces todo nuestro ser vivirá delante de Dios. Antes de eso, tenemos un anticipo de la vida eterna a través de la redención de nuestras almas. Pero sólo cuando nuestros cuerpos también tengan una vida nueva nosotros estaremos listos para vivir como Dios lo había planeado.

Con este entendimiento del tiempo de la vida eterna en mente, ahora veamos su calidad.

Calidad

En la Biblia, la vida eterna no es simplemente una cuestión de tener nuestra existencia y conciencia por siempre. Después de todo, incluso la gente que esta bajo el eterno juicio de Dios también tiene existencia y conciencia continuas. En cambio, la importancia de la calidad de la vida eterna es que viviremos por siempre en las bendiciones de Dios. En este sentido, tener vida es recibir el favor y sus bendiciones. Y por contraste, sufrir la muerte es caer bajo su ira y maldición. Tanto la vida eterna como la muerte eterna envuelven una existencia continua. La diferencia entre ellas es la calidad de esta existencia.

Como Jesús oró en Juan capítulo 17 versículo 3:

Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. (Juan 17:3)

Aquí, Jesús enseñó que la vida eterna es equivalente a conocer a Dios y a Jesús. En este contexto, la idea de conocer implica una relación amorosa. El punto de Jesús fue que la vida eterna no esta definida meramente en términos de existencia o conciencia, pero en términos de la experiencia del amor de Dios.

O consideremos la forma en que Pablo habló acerca de la vida y la muerte en Romanos capítulo 7 versículos 9 al 11, donde escribió lo siguiente:

Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí. Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte; porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató. (Romanos 7:9-11)

Durante todo el período que Pablo describió aquí, él estaba física y mentalmente vivo. Él existió como un ser racional y con conciencia. Aun así, él afirmó primero el haber estado vivo, y después haber muerto, haber sido puesto a muerte. Y la diferencia era su presencia delante de Dios. Antes que la ley lo condenara, él estaba vivo. Pero una vez que la ley lo puso bajo la maldición de Dios, Pablo murió. Después, cuando él vino a Cristo y la maldición fue levantada, él podía ser descrito teniendo una nueva vida. Vemos esta misma idea en lugares como Juan capítulo 5 versículo 24, y 1 de Juan capítulo 3 versículo 14.

Pensemos acerca de esto en esta forma: En el día último, todos los muertos se levantarán en la resurrección general. Nuestras almas inmortales serán reunidas con nuestros cuerpos resucitados. De acuerdo a Juan capítulo 5 versículos 28 y 29, aquellos que han hecho el bien se levantarán para ser recompensados, y aquellos que han hecho lo malo se levantarán para ser condenados. Ambos vivirán vidas conscientes con sus cuerpos resucitados para siempre. Pero la Biblia llama el destino de los justo vida, y el destino de los malvados muerte. La diferencia no es si ellos van a existir o si van a pensar o tener experiencias. La diferencia es su relación con Dios. Si estamos bajo la bendición de Dios, la Biblia dice que estamos vivos. Si estamos bajo su maldición, dice que estamos muertos. Entonces, la vida eterna es una continua existencia consciente en una relación bendecida con Dios. ¿Pero, cuáles son estas bendiciones? ¿Cómo es una vida bendecida?

Pienso que no debemos concebir nuestra vida eterna con Dios como si estuviéramos flotando en las nubes. Pero tendremos cuerpos nuevos resucitados; cuerpos que no han sido tocados por el pecado o por enfermedad o muerte. Seremos inmortales; nunca moriremos. Y viviremos en una tierra nueva. Ahora, los detalles nos eludan — ¿Qué envolverá esto? No conocemos todos los detalles, pero sabemos que tendremos alguna responsabilidad. Reinaremos con Cristo. Y lo tomo así, ya que es un universo nuevo donde nosotros estaremos interactuando con el cosmos que Dios ha creado. Habrá cosas específicas que haremos, yo creo. Pero fundamentalmente, lo que el Nuevo Testamento enfatiza, no es lo que haremos, tan interesante como parezca, y estoy seguro que será fascinante e interesante. Pero lo que el Nuevo Testamento enfatiza es que Dios estará con nosotros. Veremos su rostro. La comunión con Él será el gozo que ha de satisfacer nuestro todo. [Dr. Tom Schreiner]

El famoso teólogo Louis Berkhof, quién vivió de los años 1873 a 1957, describió el estado final de la vida eterna en la parte 6, capítulo 5 de su libro Teología Sistemática. Escuchemos lo que escribió:

La plenitud de esta vida se goza en comunión con Dios …Verán a Dios en Jesucristo cara a cara, encontrarán plena satisfacción en El, se regocijarán en El, y lo glorificarán…habrá intercambio y reconocimiento social…el gozo de cada individuo será perfecto y pleno.

En algunas formas, parece extraño que la Biblia no habla acerca de la naturaleza de la vida eterna comúnmente. Después de todo, la vida eterna es la gran recompensa que el evangelio ofrece a aquellos que se arrepienten y tienen fe salvífica en Cristo. Pero la realidad es que la Escritura tiende a hablar de la vida eterna en términos bastante generales. Apocalipsis capítulo 21 versículos 3 y 4 nos dice que Dios morara con su pueblo, y que no habrá muerte ni tristeza. Nosotros tendremos nuevos cuerpos, y seremos completamente libres de la presencia, corrupción e influencia del pecado. ¿Pero que acerca de los detalles? La verdad es que la Biblia dice muy poco acerca de ellos. En cambio, mas que todo nos anima a confiar en que Dios es bueno, y a no especular mucho acerca de las maravillas que Él tiene preparadas para nosotros.

Escuchemos lo que Pablo escribo en 2 de Corintios capítulo 12 versículos 2 al 4:

Conozco a un hombre en Cristo, que …fue arrebatado hasta el tercer cielo…fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar. (2 Corintios 12:2-4)

Notemos lo que Pablo dijo acerca de esta experiencia. Las cosas que escuche fueron inefables — no podrían ser suficientemente expresadas en lenguaje humano. Además, al hombre no le es permitido expresar lo que contiene el tercer cielo. Es tan maravilloso que Dios lo mantiene en secreto por ahora.

Y esto era sólo el cielo — el estado intermedio antes de nuestra resurrección. Si los secretos del cielo no pueden ser revelados, ¿Cuánto más los secretos de nuestro estado final? ¿Quién puede imaginarse cuan maravillosa será la vida que tendremos cuando Cristo regrese? La Biblia nos dice que no habrá más tristeza, sufrimiento, desilusiones, o muerte. Estas cosas son maravillosas y verdaderas, pero la Biblia simplemente no nos dice muchos detalles acerca de esto.

Ahora que hemos considerado el tiempo y la calidad de la vida eterna, vayamos a nuestro tópico final: el lugar donde viviremos por siempre.

Lugar

La Escritura muchas veces habla del lugar donde viviremos eternamente como los nuevos cielos y la nueva tierra. Encontramos este lenguaje en Isaías capítulo 65 versículo 17 y capítulo 66 versículo 22, 2 de Pedro capítulo 3 versículo 13, y Apocalipsis capítulo 21 versículo 1. Esta recreación de los cielos y la tierra lleva la historia general de la Biblia a su realización completa. La historia comienza en Génesis capítulo 1 versículo 1 cuando Dios creó los cielos y la tierra. Pero después fue corrompida por la caída de la humanidad en pecado, haciéndola inhabitable para Dios. El resto de la Biblia nos cuenta la historia de cómo tanto la humanidad y la creación están siendo redimidas. Y una vez que Jesús regrese, el resultado final será que los cielos y la tierra serán redimidos y renovados, para que Dios finalmente more sobre la tierra con su pueblo resucitado.

Esta es la meta que Jesús tenía en mente en Mateo capítulo 6 versículos 9 y 10, cuando nos enseñó a orar estas palabras:

Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. (Mateo 6:9-10)

La meta fue siempre que el reino de Dios fuera completamente manifestado tanto en los cielos, donde los ángeles y las almas de los santos que han partido viven, así como también en la tierra, donde nosotros vivimos. Este es el por qué Jesús nos enseñó la petición de que Dios trajera su reino sobre la tierra, y para que su voluntad sea obedecida en la tierra completamente como lo es en el cielo.

A pesar de que la Escritura no habla mucho veces de esta nueva creación, cuando lo hace deja en claro que el destino final de los seres humanos redimidos no estará en los cielos, sino en la tierra renovada. En Isaías capítulo 65 versículos 17 al 19, aprendemos que el pueblo de Dios morará en la renovada ciudad santa de Jerusalén. Y en Apocalipsis capítulo 21 versículo 2, encontramos que esta nueva Jerusalén existirá en la nueva tierra. Escuchemos lo que Juan escribió en Apocalipsis capítulo 21 versículos 1 al 5:

Vi un cielo nuevo y una tierra nueva …vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios …Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios…Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. (Apocalipsis 21:1-5)

Aquí vemos que Dios está preparando la nueva Jerusalén en el cielo. Y cuando la nueva tierra este lista, él traerá la nueva Jerusalén a la tierra como su morada santa entre su pueblo, quienes también habitarán la tierra nueva. Si el plan de Dios fuera simplemente llevarnos al cielo por la eternidad, entonces no habría necesidad de una tierra nueva. Pero como leemos aquí, Dios esta haciendo todo nuevo, incluyendo el mundo mismo como nuestro eterno hogar.

El padre de la iglesia primitiva Agustín, el famoso obispo de Hipona quién vivió del año 354 al 430 DC., escribió acerca de la nueva tierra de esta forma en su famosa obra La Ciudad de Dios, libro 20, capítulo 16:

Para que el mundo; renovado y mejorado, se acomode concordemente a los hombres renovados y también mejorados en la carne. [Agustín]

Vendrá un día cuando Dios renovará todas las cosas. Vemos esto especialmente en las hermosas palabras cuando Jesús enseñó a sus discípulos a orar cuando dijo Padre nuestro, qué estás en el cielo, que tu nombre sea santificado que venga tu reino y que sea haga tu voluntad en esta tierra como lo es en el cielo. Esta idea crucial, central fundamental y cristiana, es que ahora vivimos en un tiempo de espera para que las realidades celestiales lleguen a ser realidades terrenales — la forma en cómo las cosas son hechas en el cielo donde Dios es santificado, donde todas las cosas son correctas, y justas y la gloria y la verdad y el amor reina. Nuestra esperanza como cristianos, nuestra segura esperanza, es que esas realidades del cielo se convertirán en realidades terrenales, y esto es lo que la Escritura promete y espera de la nueva creación, nuestro hogar eterno. [Dr. Jonathan Pennington]

Si perdemos de vista el hecho de que la tierra nueva será nuestro hogar final, puede ser fácil que nos separemos nosotros mismos de los aspectos físicos de la realidad, y pensar que nuestra existencia corporal en la tierra es una dificultad más que una bendición. Pero cuando nos damos cuenta que la tierra misma será nuestro hogar permanente, podemos ver el mundo presente como una bendición y un anticipo de la belleza y bendición que Dios tiene preparada para nosotros en el mundo venidero.

CONCLUSIÓN

En esta lección del Credo de los Apóstoles, nos hemos enfocado en el tópico de la salvación. Hemos hablado acerca del perdón de los pecados en términos del problema del pecado, el don de la gracia divina, y el rol de la responsabilidad humana. Hemos explorado la doctrina de la resurrección del cuerpo al observar la maldición de la muerte, el evangelio de vida, y la redención en Cristo. Y hemos considerado la naturaleza de la vida eterna, incluyendo su tiempo, calidad y lugar.

En esta lección sobre la salvación, hemos visto que el Credo de los Apóstoles se enfoca en elementos esenciales de nuestra confesión cristiana común que la iglesia ha mantenido a través de los milenios. Si mantenemos estas doctrinas comunes en mente cuando hablamos a cristianos de otras tradiciones y denominaciones, hallaremos que tenemos una base sólida para buscar la unidad con aquellos que afirman el Credo de los Apóstoles, y para corregir a aquellos que no. Además, mientras nos enfocamos en estas doctrinas esenciales de salvación, nos ayudará a ver la imagen general de lo que Dios está haciendo en este mundo, y encontrar más y más razones para adorarle a él por su amor y su gracia.