En los días del antiguo reino de Israel, el rey David creó los planos para construir el templo de Dios. Incluso reunió muchos de los materiales necesarios para construir y adornar el templo, especialmente sus metales preciosos y joyas. Pero en realidad la construcción del templo se le dejó al hijo de David, Salomón. Y una vez que Salomón había completado el templo, la gloria del Señor lo llenó, y el Señor hizo que su nombre habitara allí perpetuamente.
La obra de Dios en la vida de los creyentes se asemeja un poco a esto. Dios el Padre planeó nuestra salvación. Su hijo, el Señor Jesús, realizó la obra necesaria para salvarnos. Y el Espíritu Santo nos llena y habita en nosotros, asegurando que los planes del Padre y la obra del Hijo se manifiesten en nuestras vidas para siempre. De hecho, en la primera carta de Pablo a las iglesias en Corinto, el apóstol comparó directamente a los creyentes con el templo específicamente porque el Espíritu Santo vive dentro de nosotros. Esta es nuestra cuarta lección de la serie Creemos en el Espíritu Santo. Hemos titulado esta lección "En el Creyente", porque estaremos observando la obra del Espíritu Santo de aplicar la salvación a los creyentes individuales.
La salvación es una obra totalmente trinitaria. En términos simples, el Padre planeó nuestra salvación. Él es el juez cuya ira tuvo que ser aplacada por el sacrificio de Cristo por nosotros. Y Él es el que nos concede la salvación por gracia, por medio de la fe y en Cristo. El Hijo es el que se encarnó como Jesús. Y él realizó nuestra salvación por medio de su vida perfecta, la muerte expiatoria y la resurrección victoriosa y la ascensión. Pero es principalmente el Espíritu Santo quien aplica los diversos elementos de la salvación a las vidas de los creyentes.
En la teología sistemática, la obra del Espíritu Santo de aplicar la salvación a los creyentes es generalmente tratada como parte de la soteriología, que es la doctrina de la salvación. La soteriología es tratada a menudo en dos partes principales, comúnmente conocidas por sus títulos latinos.
Por un lado, historia salutis, o la historia de la salvación, son los eventos salvíficos de Dios y las acciones que logran la salvación para su pueblo. Como hemos visto en lecciones anteriores, el Espíritu Santo siempre ha jugado un papel importante en la historia salutis a través de sus muchas obras de providencia.
Por otro lado, ordo salutis, que significa el orden de la salvación, es el orden lógico y cronológico en el cual el Espíritu Santo aplica los diversos aspectos de la salvación a los creyentes individuales. Dado que esta lección se centra en la obra del Espíritu Santo al aplicar la salvación a los creyentes, trataremos principalmente aspectos del ordo salutis.
Veremos la obra del Espíritu Santo en el creyente bajo dos encabezados principales. Primero, exploraremos su aplicación inicial de salvación durante nuestra conversión, cuando somos salvos por primera vez. Y segundo, explicaremos su aplicación continua de la salvación en nuestra vida cristiana. Veamos primero la obra del Espíritu durante la conversión.
La palabra "conversión" se refiere al cambio de una cosa a otra. En algunas tradiciones cristianas, la conversión es un evento bien definido que ocurre cuando una persona llega a la fe salvadora. Pero en esta lección, usaremos el término de manera más general para referirnos a las etapas iniciales de la salvación, independientemente de cómo las experimente una persona.
Cada historia de conversión es un poco diferente, así que no nos atrevemos a poner a todo el mundo en una categoría y decir que debe ser de esta manera. Pero pase lo que pase, es la obra del Espíritu Santo la que nos atrae, nos corteja, nos convence del pecado, y nos hacer ver nuestra necesidad de salvación, y posteriormente nos da la verdadera fe, la cual consiste en confiar en Jesús, y que eso es lo necesitamos para ser salvos. [Rev. Mike Osborne]
Consideraremos cuatro aspectos de la obra del Espíritu Santo en el momento de la conversión. Primero, abordaremos su obra de regeneración en nuestros espíritu. En segundo lugar, nos centraremos en la convicción que nos da del pecado. Tercero, hablaremos de la obra de justificación del Espíritu que resulta en perdón y justicia. Y cuarto, mencionaremos los aspectos iniciales de su poder de santificación en nuestras vidas. Comencemos con la obra regeneradora del Espíritu Santo.
La palabra "regeneración" significa "recreación" o "renacimiento". En la teología formal, es, "El acontecimiento en el cual un ser humano pasa de un estado de muerte espiritual a un estado de vida espiritual". Todas las personas entran al mundo en un estado de muerte espiritual. Y permanecemos espiritualmente muertos a menos y hasta que el Espíritu Santo nos regenere. Nosotros heredamos nuestra muerte espiritual de Adán, el primer ser humano. Cuando pecó en el Jardín del Edén, Dios maldijo a toda la humanidad tanto a la muerte física como a la espiritual. En ese momento, Adán y Eva se volvieron espiritualmente corruptos. Y esta corrupción espiritual es la esencia de la muerte espiritual. En Romanos capítulo 7 versículos 14 al 25, Pablo se refirió a esto como nuestra "naturaleza pecaminosa". Lo describió diciendo que el pecado vive dentro de nuestros propios cuerpos e incluso toma el control de nuestras mentes.
Además, la muerte espiritual afecta a todos los descendientes naturalmente concebidos de Adán y Eva. Como Pablo indicó en Romanos capítulo 5 versículos 12 al 19, Adán fue nuestro representante ante Dios. Por lo tanto, todos participamos en su culpa, y en sus consecuencias de la muerte física y espiritual. Pasajes como Juan capítulo 3 versículos 5 al 7, Romanos capítulo 8 versículo 10 y Colosenses capítulo 2 versículo 13 confirman que cada ser humano viene a este mundo espiritualmente muerto. Sólo Jesús evitó esta maldición, como leemos en Hebreos capítulo 4 versículo 15, y capítulo 7 versículo 26
Ahora, incluso cuando estamos espiritualmente muertos, nuestras almas aún animan nuestros cuerpos. Y seguimos pensando, sintiendo, soñando, haciendo elecciones y relacionándonos con el mundo. Pero como resultado de nuestra corrupción y muerte espiritual, los seres humanos son moralmente incapaces de agradar a Dios. No tenemos capacidad para agradarle o merecer sus bendiciones. No lo amamos. No tenemos fe en él. Todo lo que hacemos fluye de nuestros corazones y motivos pecaminosos. Justamente merecemos su ira, y necesitamos desesperadamente la salvación.
El tercer y cuarto punto principal de la doctrina de los Cánones de Dort, producidos en 1619, resumen el problema de la muerte espiritual de esta manera:
Por consiguiente, todos los hombres son concebidos en pecado y, al nacer como hijos de ira, incapaces de algún bien saludable o salvífico, e inclinados al mal, muertos en pecados y esclavos del pecado; y no quieren ni pueden volver a Dios, ni corregir su naturaleza corrompida, ni por ellos mismos mejorar la misma, sin la gracia del Espíritu Santo, que es quien regenera.
Como Pablo lo dijo en Romanos capítulo 8 versículos 6 al 8:
Porque el ocuparse de la carne es muerte… Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios (Romanos 8:6-8).
Esta es una situación terrible para la humanidad. Pero también es por eso que la regeneración es tan importante.
La regeneración es un término teológico que se refiere a — y quiero usar las palabras de Wayne Grudem aquí — ese: "acto secreto de Dios en el que imparte nueva vida espiritual en nosotros". Así, la regeneración es una obra sobrenatural del espíritu de Dios. Se trata de renovar y transformar el corazón en semejanza divina. Es un cambio en la vida de un pecador. Una persona regenerada es aquella cuya muerte espiritual ha sido llevada a la vida espiritual. La regeneración es una marca que distingue a un verdadero creyente. La regeneración es la actividad de Dios para cambiar los corazones de las personas. El profeta Ezequiel usa las palabras como "el corazón de piedra es quitado y es sustituido por el corazón de la carne". [Rev. Canon Alfred Sebahene, Ph.D.]
En la regeneración, nuestras almas pasan de la muerte espiritual a la vida espiritual. Vemos este pasaje de la muerte a la vida en lugares como Juan capítulo 5 versículo 24, Efesios capítulo 2 versículos 4 y 5, y Colosenses capítulo 2 verso 13. Y en otros lugares, las Escrituras describen este proceso en términos de renacimiento. Como Jesús dijo en Juan capítulo 3 versículos 3 al 6:
… que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios… el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es (Juan 3:3-6).
El adverbio griego anoten, traducido "de nuevo" en la frase "nacido de nuevo", también puede traducirse "de arriba". Y en este caso, ambos significados son verdaderos. Recibimos un segundo nacimiento, el nacimiento de nuestro espíritu, de arriba, es decir, del Espíritu Santo. Por supuesto, todos los seres humanos tenemos espíritus que animan nuestros cuerpos. Pero sólo los creyentes tienen vida espiritual, porque sólo los creyentes han sido regenerados por el Espíritu Santo. Escuchemos lo que Pablo dijo en Tito capítulo 3 versículo 5:
[Dios] nos salvó… por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo (Tito 3:5).
En algunas traducciones, la palabra griega palingenesia, traducida aquí como "regeneración," se traduce "renacimiento", que es otra traducción perfectamente legítima.
Cuando el Espíritu Santo nos regenera, él da vida a nuestro espíritu y nos inclina hacia Dios. Como Pablo enseñó en Romanos capítulo 6 versículos 4 al 14, nuestra regeneración es también nuestra muerte al pecado, y nuestra libertad del dominio del pecado.
Algunas tradiciones evangélicas creen que sólo después de ejercer la fe salvadora, el Espíritu Santo nos regenerará. Otros argumentan que una persona no regenerada no puede poseer o ejercer fe salvadora, y, por lo tanto, que la regeneración debe lógicamente venir primero. Pero todos debemos estar de acuerdo en que la regeneración es una milagrosa obra de gracia que revierte el funcionamiento normal del mundo natural. Cuando el Espíritu Santo nos regenera, resucita a los muertos dando vida a nuestros espíritus. Y cambia nuestra naturaleza misma como seres humanos, restaurando nuestra capacidad moral y dándonos corazones nuevos que quieren agradar a Dios.
Un corazón nacido de nuevo es aquel que tiene la vida del Espíritu pulsando en él y mostrándonos a Dios de una manera nueva, de modo que vemos que Él es bondadoso con nosotros. Y él viene a nosotros como Padre en nuestra gran necesidad, en nuestra gran necesidad de misericordia y gracia. Y así, él viene a nosotros de esta manera y nos inclina; lo amamos. Y es a quien queremos servir en lo más profundo de nuestro ser, y eso se convierte en definitivo ahora para nuestra nueva identidad. Y creo que se define por un nuevo amor o un nuevo maestro que serviremos. [Dr. Mark Saucy]
Habiendo mirado la conversión en términos del Espíritu Santo regenerando nuestros espíritus, hablemos de su obra de convicción de pecado.
En teología, el término convicción identifica, "La conciencia de la culpa y la injusticia de nuestro pecado". Jesús enseñó explícitamente acerca de la obra de convicción del Espíritu en Juan capítulo 16 versículos 8 al 11, donde leemos estas palabras:
… [Él] convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado (Juan 16:8-11).
El Espíritu Santo nos convence de nuestro pecado para llevarnos al Señor Jesucristo para la salvación. El Espíritu comienza haciéndonos conscientes de nuestro pecado, para que reconozcamos nuestra culpa. Él nos lleva a reconocer que merecemos la ira de Dios. Produce en nosotros la contrición o el quebrantamiento por el mal que hemos hecho. Y nos lleva a confesar y arrepentirnos de nuestro pecado, con la esperanza de recibir el perdón y la salvación en Jesús.
La convicción es una de las primeras obras del Espíritu Santo cuando llama a los incrédulos a la fe. Ahora, el Espíritu llama y convence a muchas personas de maneras que no alcanzan la salvación. La gente puede ser llamada al arrepentimiento y a la fe, a reconocer genuinamente su pecaminosidad, y aún no convertirse a Cristo. Por ejemplo, en Isaías capítulo 59 versículo 12, el profeta describió al pecaminoso pueblo del pacto de Dios de esta manera:
… porque con nosotros están nuestras iniquidades, y conocemos nuestros pecados (Isaías 59:12).
El pueblo fue condenado en la medida en que reconoció y entendió su pecado. Pero en el versículo 20, el Señor declaró:
Y vendrá el Redentor a Sion, y a los que se volvieren de la iniquidad en Jacob… (Isaías 59:20).
No bastaba con que la gente fuese llamada a la fe y se sintiera condenada. Para ser redimidos, también tenían que arrepentirse.
Pero cuando hablamos de la obra de convicción del Espíritu como parte de la conversión, estamos pensando en aquéllos en quienes el llamado del Espíritu es "eficaz", en quien su gracia produce verdadero arrepentimiento y salvación. Esta es una obra especial que no sólo nos prepara para escuchar el evangelio, sino que en realidad nos aplica la salvación.
Encontramos un buen ejemplo de este tipo de convicción en el sermón de Pedro en Hechos capítulo 2. En el primer Pentecostés después de la ascensión de Cristo al cielo, Pedro predicó el evangelio a una gran multitud de judíos que se habían reunido en Jerusalén. Y el Espíritu Santo salvó a muchos de ellos de su pecado, con el resultado de que miles vinieron a la fe. Escuche el relato de Lucas en Hechos capítulo 2 versículos 37 al 41:
Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron… Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese… con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación. Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas (Hechos 2:37-41).
La frase "compungieron de corazón" describe lo que hemos llamado "convicción", que resultó en 3,000 personas que fueron salvas ese día.
Cuando Pedro llamó a la multitud a arrepentirse y a ser bautizados, confirmó lo que hemos estado diciendo acerca de la convicción salvadora. Es muy posible que algunos que oyeron las palabras de Pedro fueron convencidos en un sentido general, pero no como una obra salvadora del Espíritu, por lo que se negaron a arrepentirse y ser salvos. Pero aquellos en quienes el llamado era eficaz experimentaron una convicción salvadora. Reconocían y confesaban su pecado, estaban genuinamente tristes por ello, y fueron movidos al arrepentimiento y al bautismo.
Podemos ver que la convicción y el arrepentimiento son una obra del espíritu en la respuesta de la iglesia a la conversión del gentil Cornelio y su casa. Antes de la conversión de Cornelio, la iglesia consistía enteramente de judíos. Así, en Hechos capítulo 10 versículos 44 y 45, los creyentes judíos se sorprendieron cuando el Espíritu Santo fue derramado sobre Cornelio y su casa. Pero cuando oyeron la noticia de Cornelio y de su casa, alabaron a Dios por la salvación de los gentiles. Escuchemos lo que la iglesia dijo en Hechos capítulo 11 versículo 18:
… ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida! (Hechos 11:18)
Al citar estas palabras favorablemente, Lucas reconoció que la iglesia tenía razón: la convicción y el arrepentimiento son parte del don del Espíritu Santo.
La convicción salvadora se puede describir de varias maneras. Pero para nuestros propósitos, veremos cuatro elementos comunes. Primero, la obra de la convicción del Espíritu Santo nos hace conscientes de la preponderancia de nuestro pecado.
Los seres humanos caídos — e incluso los seres humanos redimidos — no sólo pecan de vez en cuando. Pecamos todo el tiempo. Pensamos en pensamientos pecaminosos; decimos palabras pecaminosas; hacemos cosas pecaminosas. Como leemos en Eclesiastés capítulo 7 versículo 20:
Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque (Eclesiastés 7:20).
Y como el apóstol Juan dijo en 1 Juan capítulo 1 versículo 8:
Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros (1 Juan 1:8).
Encontramos ideas similares en Génesis capítulo 8 versículo 21, Romanos capítulo 3 versículo 23, Santiago capítulo 3 versículo 2, y muchos otros lugares. Pero aún, no es sólo que todos pecamos. Es que todos pecamos mucho. En el Salmo 40 versículo 12, David escribió que sus pecados eran más que los cabellos en su cabeza. ¡Y él era un hombre conforme a el corazón de Dios! Así, los pecados de los incrédulos son aún más numerosos. Debido a esto, parte de la obra salvadora de la convicción del Espíritu Santo, es hacernos conscientes de lo pecaminosos que realmente somos. Él nos muestra cuan mal, y con que frecuencia pecamos.
Es fascinante que ya en Génesis 6: 5, se nos dice que la misma imaginación de los pensamientos de nuestros corazones -y el "corazón" siendo el núcleo de la personalidad- es "solo el mal continuamente". Eso significa, de hecho, que los humanos son controlados por un deseo egoísta de realización, logro, la posesión, y que lo deforma todo lo que hacemos. No puedes entender el comportamiento humano si asumes que los humanos son naturalmente buenos. De hecho, al mirar la historia de la raza humana, hay que decir, no, no somos naturalmente buenos; somos naturalmente, malvadamente, egocéntricos. [Dr. John Oswalt]
Un segundo aspecto común de la convicción salvadora del Espíritu es que nos hace sensibles a la repugnancia del pecado.
Cuando el Espíritu Santo nos convence de pecado, él nos muestra que nuestro pecado no es sólo un descuido de algún tipo, o un error técnico. Es repugnante, detestable, nauseabundo. Es una asquerosa corrupción que pudre nuestros cuerpos y nuestras almas. Es tan terrible que requirió la muerte del único Hijo de Dios para salvarnos de ella.
Hablando del pecado de Israel en Isaías capítulo 64 versículo 6, el profeta Isaías dijo que el pueblo se había vuelto inmundo. Incluso las obras que creían que eran justas no eran más que trapos sucios. Y como resultado de su pecado, la gente se va desgastando. Y la reprensión de Jesús de los escribas y fariseos era similar. En Mateo capítulo 23 versículo 27, los comparó con tumbas blanqueadas llenas de cadáveres y suciedad.
En Romanos capítulo 7, Pablo ayudó a explicar cómo la repugnancia del pecado puede trabajar hacia nuestro arrepentimiento y salvación. En el contexto de ese capítulo, enseñó que la ley santa, justa y pura de Dios incita al pecado en los incrédulos. Pero lo hace de tal manera que el Espíritu Santo puede usarlo para revelar lo repugnante que es realmente el pecado. En Romanos capítulo 7 versículo 13, Pablo explica:
… sino que el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso (Romanos 7:13).
Aquí, Pablo dijo que "lo que es bueno" y "el mandamiento" — ambos refiriéndose a la ley — revelaron la pecaminosidad del pecado.
En muchos sentidos, los seres humanos no regenerados se sienten cómodos con el pecado. Tendemos a vernos a nosotros mismos como principalmente buenos, y minimizamos nuestras deficiencias y fracasos morales. Y hay muchas razones para esto. El pecado es familiar, así que estamos contentos con él. El pecado justifica lo malo que hacemos, por lo que nos hace sentir mejor acerca de nosotros mismos. El pecado ofrece satisfacer nuestros deseos, por lo que es atractivo. Pero la razón principal por la que aceptamos el pecado, es que nosotros mismos somos pecadores. Y lejos de odiarnos a nosotros mismos, tendemos a usarnos a nosotros mismos como el estándar por el cual juzgamos al resto del mundo. No vemos las cosas como Dios lo hace, y no estamos de acuerdo con su moralidad. Por lo tanto, parte del papel del Espíritu Santo es conseguir que los seres humanos caídos vean lo que Dios ve. En la conversión, el Espíritu abre nuestros ojos para que veamos el pecado de la manera en que Dios lo hace — como una corrupción horrible de lo verdadero, lo bello y lo bueno.
Un tercer aspecto de la obra salvadora de la convicción del Espíritu Santo es que nos hace conscientes de lo ofensivo del pecado hacia Dios.
Bajo la convincente obra de salvación del Espíritu Santo, los pecadores llegan a comprender que su pecado ofende el carácter santo de Dios, viola su santa ley y merece su ira. Escuchemos sólo algunos ejemplos de esto en las Escrituras. En Esdras capítulo 9 versículo 6, Esdras oró:
… Dios mío, confuso y avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti, porque nuestras iniquidades se han multiplicado sobre nuestra cabeza, y nuestros delitos han crecido hasta el cielo (Esdras 9:6).
En Isaías capítulo 59 versículo 12, el profeta confesó:
Porque nuestras rebeliones se han multiplicado delante de ti, y nuestros pecados han atestiguado contra nosotros; porque con nosotros están nuestras iniquidades, y conocemos nuestros pecados (Isaías 59:12).
Y en Jeremías capítulo 14 versículo 7, Jeremías oró:
Aunque nuestras iniquidades testifican contra nosotros, oh Jehová… porque nuestras rebeliones se han multiplicado, contra ti hemos pecado (Jeremías14:7).
Es este aspecto de convicción, lo que nos hace darnos cuenta de nuestro estado perdido y condenado. Descubrimos que la justicia de Dios es real, y que nuestro pecado nos ha puesto en el lado equivocado de ella, de modo que estamos condenados, y podemos esperar su ira y castigo.
El cuarto aspecto común de la convicción salvadora del Espíritu Santo que mencionaremos, es que esta nos muestra la desesperanza del pecado.
El pecado nos pone en una posición de desesperanza porque nos hace incapaces de agradar a Dios o de ganar sus bendiciones. Debido a la corrupción del pecado, no podemos hacer nada para agradar a Dios, y mucho menos para salvarnos a nosotros mismos. Por eso Pablo nos llamó "débiles" en Romanos capítulo 5 versículo 6.
La caída de la humanidad en pecado afectó completamente nuestra capacidad de agradar a Dios. Antes de la caída, todo lo que hizo Adán — es interesante pensar en esto — todo lo que Adán hizo fue agradable a Dios, excepto comer del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. Pero una vez que el pecado fue cometido, y una vez que nuestras vidas fueron afectadas en nuestro corazón, mente, alma, todo nuestro ser, todo lo que hacemos ahora es pecaminoso. Y así, ni siquiera las acciones justas que hacemos, o lo que podríamos llamar acciones "justas", están libres de pecado. Y así la caída está completa. Y sin la obra de gracia de Cristo, no hay nada que podamos hacer en última instancia, que complazca y honre a nuestro Dios. [Dr. Jeff Lowman]
Debido a que el pecado nos pone en esta condición desesperada, somos completamente dependientes de la gracia de Dios para el perdón y la salvación. Es por eso que los escritores de Las Escrituras insistieron en que la salvación es por gracia, y no por obras. Como Pablo escribió en Efesios capítulo 2 versículos 8 y 9:
Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe (Efesios 2:8-9).
Es la obra de convicción del Espíritu Santo la que nos lleva a este entendimiento. Nos hace dejar de buscar desesperadamente la salvación por nuestro propio mérito, y nos hace reconocer nuestra impotencia aparte de la misericordia y gracia de Dios. Como resultado, nos conduce al arrepentimiento, creyendo por fe que Dios perdonará nuestros pecados y nos recibirá como sus hijos amados en Cristo.
Ahora que hemos tratado la conversión en términos del Espíritu Santo regenerando nuestros espíritu y condenándonos al pecado, veamos su obra de justificación.
En la teología protestante, el término técnico "justificación" se refiere a la declaración legal de Dios que absuelve a un pecador de la culpabilidad de su pecado y que le acredita con la justicia de Cristo. El término "justificación", el verbo relacionado "justificar", y también las palabras "justo" y "rectitud", provienen de una familia de palabras relacionadas con el verbo griego dikaioō. A lo largo del Nuevo Testamento, estas palabras se refieren regularmente al acto de Dios de perdonar a los pecadores y declararlos justos ante sus ojos. Lo vemos en Romanos capítulo 3 versículo 30, capítulo 4 versículo 5, capítulo 5 versículos 1 y 9; 1 Corintios capítulo 6 versículo 11; Gálatas capítulo 3 versículos 8 y 11; y muchos otros lugares.
Además, el Nuevo Testamento enseña constantemente que los pecadores son justificados, o declarados justos, por medio de la fe, sobre la base del sacrificio expiatorio de Cristo por nosotros. Como un solo ejemplo, en Romanos capítulo 3 versículos 22 al 24, Pablo escribió:
La justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él… siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús. (Romanos 3:22-24).
En la teología sistemática, generalmente pensamos en la justificación en términos de la obra de Cristo. Después de todo, es su muerte expiatoria la que proporciona la base legal para nuestro perdón. Y es su resurrección la que proporciona la posición de justicia y la nueva vida que compartimos después de que seamos perdonados. Pero el Espíritu Santo también juega un papel importante en nuestra justificación. La obra de Cristo fue histórica — una sóla vez y para siempre. Pero los pecadores han necesitado justificación a lo largo de la historia — antes, durante y después del tiempo de Cristo. Y es el Espíritu Santo quien resuelve este problema aplicando los beneficios justificativos de la obra de Cristo a los creyentes en cada período de tiempo.
Escuchemos lo que Pablo dijo en 1 Corintios capítulo 6 versículo 11:
… ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios (1 Corintios 6:11).
Pablo afirmó que estamos justificados en el nombre de Jesús, lo que significa que somos declarados justos sobre la base de su autoridad y su obra salvadora. Pero también dijo que somos justificados en o por el Espíritu, porque él es el que nos aplica la justificación. Vemos algo similar en Romanos capítulo 14 versículo 17, donde Pablo dijo:
Porque el reino de Dios… es… justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (Romanos 14:17).
Nuestra justicia, o justificación, está basada en la expiación de Cristo en nuestro favor. Pero la experimentamos en el Espíritu Santo porque el Espíritu es la persona divina que la aplica a nosotros.
En su carta a Tito, Pablo asoció la obra del Espíritu Santo de aplicar la justificación a nosotros con nuestra regeneración. Él dijo que nuestra justificación no estaba basada en nuestra rectitud, sino en la de Cristo. E indicó que el Espíritu Santo aplicó la rectitud de Cristo a nosotros como parte de su obra de conversión, simultáneamente con nuestra regeneración. Vemos esta idea en Tito capítulo 3 versículos 5 al 7, donde Pablo escribió:
[Dios] nos salvó, no por nuestras propias obras de justicia, sino por su misericordia. Nos salvó mediante el lavamiento de la regeneración y de la renovación por el Espíritu Santo… para que, justificados por su gracia, llegáramos a ser herederos que abrigan la esperanza de recibir la vida eterna (Tito3:5-7, NVI).
Pablo dijo primero que fuimos "salvos… por el Espíritu Santo". Así que, cuando dijo que habíamos sido justificados, él quiso decir que la obra salvadora del Espíritu incluye la justificación.
Los teólogos a menudo describen la justificación en términos de sus elementos negativos y positivos. En el lado negativo, la justificación anula o niega nuestra culpa perdonando nuestros pecados, de modo que ya no estamos sujetos a la condenación de Dios. La participación del Espíritu Santo en el perdón de nuestros pecados se menciona, como leímos antes, en 1 Corintios capítulo 6 versículo 11, y Tito capítulo 3 versículo 5. Ambos versículos hablan del Espíritu "lavándonos" para limpiarnos del pecado.
Y en el lado positivo, la justificación nos declara justos a los ojos de Dios, de modo que tenemos derecho a una herencia eterna junto con todos sus beneficios asociados. Escuchemos lo que Pablo escribió en Efesios capítulo 1 versículos 13 y 14:
… habiendo creído en él, fuisteis sellados [en Cristo] con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia… (Efesios 1:13-14)
La herencia que Pablo tenía en mente incluía todas las bendiciones de la salvación, muchas de las cuales él acababa de enumerar en Efesios capítulo 1 versículos 4 al 12. En esos versículos, mencionó cosas como la santidad, la adopción como hijos, la redención, el perdón, las riquezas de la gracia de Dios y el cumplimiento de todas las cosas en el cielo y la tierra en Cristo. Cada una de estas cosas es parte de nuestra herencia en Cristo. Y cada uno de estas nos es garantizada por el Espíritu Santo.
Hasta ahora hemos considerado la conversión observando al Espíritu Santo regenerándonos, convenciéndonos del pecado y justificándonos. Así pues, ahora volvamos nuestra atención a los aspectos iniciales de su obra santificadora.
En términos simples, Santificación es "El acto de hacer a las personas y las cosas santas". La obra santificadora del Espíritu incluye separar a las personas y las cosas para el uso de Dios, purificarlas y hacerlas aptas para estar cerca de la gloria de Dios.
Cuando la Biblia describe a Dios como santo, en realidad va detrás de un concepto que significa principalmente que Dios es distinto y separado. Por lo tanto, la santidad de Dios está enfatizando el hecho de que Dios es divino y que todos los atributos y características que asociamos con Dios son distintos de los seres humanos, las criaturas que ha hecho. Y de manera análoga, por lo tanto, cuando hablamos de la santidad de los individuos, estamos hablando de personas que se separan de la pecaminosidad para volverse más parecidas al Dios a quien desean servir. [Dr. Simon Vibert]
Las Escrituras usan la palabra "santificación" de diferentes maneras. Y, en consecuencia, los teólogos reconocen múltiples tipos o aspectos de la santificación. El tipo de santificación que el Espíritu Santo nos aplica en la conversión a veces se llama "santificación definitiva", porque es un evento de una sola vez más que un proceso continuo. En nuestra conversión, el Espíritu Santo, nos distingue y nos purifica uniéndonos a Cristo. Y porque Jesús mismo está perfectamente santificado — perfectamente puro y sin pecado — también nosotros somos santificados. Escuchamos lo que nuestro Señor dijo en Juan, capítulo 17 versículo 19:
Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad (Juan 17:19).
La santificación de Jesús es necesaria para nuestra santificación porque la nuestra fluye de la suya. Y en 1 Corintios capítulo 1 versículo 30, Pablo escribió:
… Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho… santificación… (1 Corintios 1:30)
Otros pasajes del Nuevo Testamento también abordan esta idea, incluyendo 1 Corintios capítulo 6 versículo 11, y Hebreos capítulo 10 versículo 10. A través de la santificación definitiva, nuestro Señor Jesús se convierte en la fuente de nuestra vida y fortaleza espiritual ahora, y más adelante en nuestra vida física en la resurrección general. Podemos ver esto de muchas maneras en las Escrituras. Por ejemplo, en Juan capítulo 15 versículos 1 al 5, Jesús se comparó a sí mismo con una vid, y los creyentes a las ramas de la vid. Y su punto es que nuestra unión espiritual hace que su vida fluya a través de nosotros. En 1 Corintios capítulo 6 versículos 15 al 17, Pablo dijo que nuestros cuerpos son miembros del mismo Cristo, y que también somos uno con él en espíritu. Y encontramos ideas similares en la metáfora del cuerpo humano que Pablo usó en lugares como Efesios capítulo 4 versículos 15 y 16, donde dijo que Cristo es la cabeza y los creyentes son su cuerpo.
Estos aspectos orgánicos de la santificación cambian lo que hacemos, cómo pensamos y sentimos, lo que queremos y lo que amamos. Ellos nos imparten nueva vida, nuevas libertades y nuevas habilidades. Por ejemplo, nos liberan de la tiranía del pecado, permitiéndonos resistir el pecado que siempre vence a los incrédulos.
En Romanos capítulos 6 al 8, Pablo habló ampliamente sobre la nueva vida que recibimos cuando llegamos a la fe. Dijo que morimos al pecado y al dominio del pecado. Y, como resultado, ganamos las habilidades para resistir el pecado y obedecer a Dios. Escuche cómo describió este cambio en Romanos capítulo 7 versículos 5 y 6:
Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte. Pero ahora… por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos… sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu (Romanos 7:5-6).
Y en Romanos capítulo 8 versículo 9, él agregó:
Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros (Romanos 8:9).
En la santificación definitiva, el Espíritu Santo nos rehace de maneras que el pecado no puede vencer, de modo que somos libres para volvernos más y más como Cristo.
Todos conocemos a mucha gente que podría beneficiarse de un nuevo comienzo. A veces hemos manejado mal una relación. O hemos cometido errores graves en un trabajo. O podríamos haber tenido problemas con la ley. Bueno, algo similar es verdad para los incrédulos en su relación con Dios. Cuando entramos en este mundo, ya estamos corrompidos por el pecado y condenados por Dios. Pero la conversión nos da un nuevo comienzo. Es un tiempo extraordinario cuando el Espíritu Santo nos da nueva vida, nuevo quebrantamiento sobre nuestro pecado, una nueva posición delante de Dios, y un nuevo corazón para obedecerle alegremente. Y es la obligación de cada creyente estar agradecidos por este nuevo comienzo, y vivir de maneras que sean consistentes con la nueva vida y el llamado que nos han dado.
Habiendo explorado la obra del Espíritu Santo en nuestra conversión, volvamos a su papel continuo a lo largo de nuestra vida cristiana individual.
Como acabamos de ver, hay varios aspectos de la obra del Espíritu Santo en los creyentes que él sólo hace cuando somos salvos por primera vez. Y estos nunca necesitan ser repetidos. Sólo necesita regenerar nuestros espíritus una vez. Aunque constantemente condena a los creyentes del pecado, sólo durante nuestra conversión hace esto de una manera que nos impulsa a recibir a Cristo como nuestro Salvador. Sólo nos aplica la justificación una vez, y después de haber sido justificados nunca perdemos nuestro estatus de justificado. Y lo mismo puede decirse de nuestra nueva vida en la santificación definitiva. Pero muchos otros aspectos de la obra del Espíritu continúan a lo largo de nuestras vidas como creyentes.
En esta lección, mencionaremos cuatro aspectos de nuestra salvación en curso o vida cristiana que dependen del Espíritu Santo. Primero, mencionaremos la morada del Espíritu en nosotros. En segundo lugar, hablaremos de los aspectos continuos de su obra de santificación. Tercero, veremos que él trabaja intercediendo en nuestro favor. Y cuarto, nos enfocaremos en como nos preserva para asegurar nuestra salvación final. Veamos primero su presencia morando en nosotros.
Cuando hablamos de la morada del Espíritu Santo en nosotros, el termino morada se puede definir como su "Presencia especial dentro de y en unión espiritual con los creyentes". Como Dios, el Espíritu Santo es omnipresente — él existe en todas partes a lo largo de la creación al mismo tiempo. Pero no manifiesta su presencia de la misma manera en todos los lugares y tiempos. Y su morada en los creyentes es una de las formas más personales, íntimas y poderosas en las que manifiesta su presencia.
Uno de los hechos más sorprendentes sobre la salvación es que Dios mismo vive dentro de nosotros. Una vez que el Espíritu nos santifica en nuestra conversión, nos convertimos en valiosos recipientes para su presencia. Y porque nos ama tanto, y porque está decidido a influir en nuestros corazones y mentes para lo mejor, vive dentro de nosotros y nunca nos abandona.
Cuando el Espíritu Santo nos regenera, no sólo repara nuestro espíritu y luego nos deja a nuestros propios esfuerzos. Más bien, él reside dentro de nosotros. Vemos esto en lugares como 1 Corintios capítulo 6 versículo 19, 2 Timoteo capítulo 1 versículo 14, y Santiago capítulo 4 versículo 5. Y es su presencia moradora que en realidad da vida a nuestro espíritu. Escuchemos lo que Pablo dijo en Romanos capítulo 8 versículos 9 al 11:
… Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros (Romanos 8:9-11).
Aquí, Pablo indicó que Cristo habita en nosotros por medio de su Espíritu Santo. Y es la presencia moradora del Espíritu la cual nos da la vida espiritual ahora, y la resurrección física en el futuro.
Las Escrituras también hablan de un ministerio del Espíritu Santo que está estrechamente relacionado con su morada, lo que el Nuevo Testamento llama la llenura del Espíritu Santo. Diferentes ramas de la iglesia entienden la llenura del Espíritu de diferentes maneras. Pero todos estamos de acuerdo en al menos dos cosas. Primero, el Espíritu Santo siempre mora en los verdaderos creyentes. Y segundo, su llenura, o el nivel de su influencia en nuestras vidas, varía. De vez en cuando nos llena e influye más poderosamente que en otros tiempos. Esta es la razón por la cual Las Escrituras nunca nos mandan estar habitados por el Espíritu de Dios, pero si nos mandan a ser llenos del Espíritu Santo. Como el apóstol Pablo lo puso en Efesios capítulo 5 versículo 18:
No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu (Efesios 5:18).
Cuando el Espíritu Santo nos llena, ejerce una influencia grande, y a veces arrolladora, sobre nosotros. Nuestros corazones rebosan de alegría, agradecimiento y amor por los hermanos cristianos. O como Pablo lo puso en Gálatas capítulo 5 versículos 22 y 23, vemos el fruto del Espíritu en gran medida.
A través del llenado y la presencia del Espíritu Santo, los creyentes están facultados para realizar las obras que Dios aprueba, tal como Pablo enseñó en Romanos capítulo 8 versículos 5 al 9. También somos capaces de adorar correctamente, acercándonos a Dios en sumisión genuina, y apelando a Él seria y honestamente. Como Jesús dijo en Juan capítulo 4 versículo 24:
Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren (Juan 4:24).
Y como Pablo lo puso en Filipenses capítulo 3 versículo 3:
Nosotros… por medio del Espíritu de Dios adoramos… (Filipenses 3:3, NVI).
Los incrédulos ciertamente son capaces de adorar a Dios externamente. Pueden hacer oraciones, traer ofrendas, cantar, predicar y enseñar. Pero ellos no pueden hacer estas cosas en formas que Dios considera aceptables. Su hipocresía, pecado y muerte espiritual impiden que su adoración le agrade. Pero con el Espíritu que mora en ellos, los creyentes pueden acercarse a Él por medio de la guía interna que viene del Espíritu, y de manera que reconocen y honran debidamente a las personas, obras y atributos de Dios.
Ahora, debemos señalar que los cristianos a veces tienen la idea errónea de que el Espíritu Santo sólo comenzó a morar en los creyentes en la era del Nuevo Testamento. Pero los creyentes en el Antiguo Testamento ciertamente fueron regenerados. Y eso sólo podía ser verdad porque el Espíritu Santo moraba en ellos también. Y muchas otras cosas que eran verdaderas de los creyentes del Antiguo Testamento también dependían de la morada del Espíritu Santo: Tenían fe. Hicieron obras aceptables a Dios. Ellos adoraban correctamente. Y tuvieron el fruto del Espíritu en sus vidas. Ciertamente hay aspectos del ministerio del Espíritu Santo que son más ricos en el Nuevo Testamento. Pero morar en los creyentes ha sido parte de su tarea en todas las eras.
Además de esto, la presencia moradora en el Espíritu Santo también brinda a los creyentes una visión de la revelación de Dios. Como Pablo escribió en 1 Corintios capítulo 2 versículos 12 al 16:
Nosotros… hemos… recibido el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido… Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios… no las puede entender… Mas nosotros tenemos la mente de Cristo. (1 Corintios 2:12-16).
Como discutimos en una lección anterior, los teólogos a menudo identifican dos tipos de percepción espiritual que están asociados con el Espíritu Santo. Iluminación es:
Un don divino de conocimiento o entendimiento que es principalmente cognitivo.
Y la Guía Interna es:
Un don divino de conocimiento o entendimiento que es principalmente emotivo o intuitivo.
En ambos casos, es la morada del Espíritu la que nos da esta visión de la revelación de Dios y las intenciones hacia nosotros.
El Espíritu Santo es dado a los creyentes como un recurso, como el poder de Dios en sus vidas, como la sabiduría, la "mente de Dios" en sus vidas, como la presencia de Dios en sus vidas porque, por supuesto, el Espíritu Santo es Dios… Jesús dijo cuando su Espíritu viniera — esto es al final del Evangelio de Juan — que convencería al mundo del pecado y de la justicia y guiaría a los apóstoles, y se extendería a los creyentes, a toda la verdad. Así, el Espíritu funciona en nuestra vida como un compañero de Dios para guiar nuestras vidas. Y así, todos experimentamos momentos en los que sentimos que el Espíritu… que Dios nos está hablando, que Dios nos pide que hagamos esto o aquello, o a no hacerlo. Y esa es una relación real, una relación real de persona a persona que Dios tiene con el creyente. [Dr. Alan Hultberg]
Ahora que hemos hablado de la presencia moradora del Espíritu en el contexto de nuestra vida cristiana, exploremos su obra santificadora continua.
Como mencionamos anteriormente, podemos hablar de santificación de diferentes maneras, incluyendo la santificación definitiva que recibimos en la conversión. Pero hay otro aspecto o tipo de santificación que, para nuestros propósitos en esta lección, nos referiremos a ella como la "santificación progresiva". Nos sometemos a este tipo de santificación a través de nuestras vidas porque nuestro continuo pecado constantemente requiere perdón y limpieza.
Cada creyente peca. De hecho, lo hacemos todos los días. Si crees que no lo haces, entonces no has pensado lo suficiente en lo que Dios te pide que creas, digas, hagas e incluso seas. Pero la buena noticia es que cuando pecamos, el Espíritu Santo está dispuesto a aplicar el perdón a nosotros, y a limpiarnos de los efectos de la injusticia del pecado. Eso no significa que no volveremos a pecar, o que escaparemos de las consecuencias terrenales de nuestro pecado. Pero significa que Dios sigue amándonos y continuando la obra salvífica que comenzó cuando Él nos regeneró por primera vez.
Cuando el Espíritu Santo nos regenera, no elimina por completo la corrupción y la influencia del pecado de nuestras vidas. Como Pablo explicó en Romanos capítulo 7 versículos 14 al 25, el pecado que vive en nosotros todavía lucha con el Espíritu Santo que mora en nosotros. Las Escrituras describen esta lucha en términos de guerra en lugares como Romanos capítulo 7 versículo 23, Gálatas capítulo 5 versículo 17, y 1 Pedro capítulo 2 versículo 11. Pero la buena noticia es que el Espíritu habita en nosotros y obra en nosotros. Por lo tanto, aunque seguimos tropezando debido a la influencia del pecado, también hacemos buenas obras debido a la influencia del Espíritu. Como Pablo lo puso en Filipenses capítulo 2 versículo 13:
Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad (Filipenses 2:13).Dios nos ha provisto en el Espíritu Santo la respuesta a la pregunta "por qué" y "cómo" de nuestra búsqueda de la obediencia. La pregunta de "qué" — "¿Qué debemos hacer para agradar a Dios?" — es respondida por los mandamientos de la Biblia, el Antiguo y el Nuevo Testamento. Pero luchamos con la pregunta, "¿Por qué?" ¿Por qué debería? ¿Qué me haría querer obedecer a Dios? Y Pablo dice que es el Espíritu Santo quien me llama a reflexionar sobre la gracia, me atrae a amar a Cristo, y es el Espíritu Santo quien me da el deseo. Pero cuando quiero actuar de una manera que agrada a Dios, entonces todavía enfrento esta otra pregunta, "¿Cómo puedo?" Porque encuentro debilidad en mí mismo. Pablo explora esto en profundidad en Romanos capítulo 7, describiendo el dilema, la frustración de un individuo que sabe que la ley de Dios es correcta, está de acuerdo en que es bueno, pero encuentra algo más obrando en sí mismo y está frustrado, incapaz de hacer lo que Dios lo ha llamado a hacer, y lo que quiere hacer. En Romanos 8, Pablo da la respuesta a eso, que aunque la ley era débil, sólo podía dar órdenes, pero no podía cambiar nuestros corazones. Dios, por el Espíritu Santo, nos ha liberado ahora, para que podamos obedecer por la muerte de Cristo y por el poder del Espíritu, mientras caminamos por el Espíritu. La justa exigencia de la ley se está cumpliendo en nosotros porque estamos caminando no según la carne — nuestra propia naturaleza humana sin ayuda — sino en el poder del Espíritu. Eso es lo que Pablo encapsula en esa pequeña frase en Filipenses 2. Él está obrando "tanto el querer como el hacer por su buena voluntad". [Dr. Dennis E. Johnson]
Y nuestra santificación continua es un proceso mediante el cual el Espíritu Santo nos aplica continuamente el perdón y la limpieza cuando pecamos, y continuamente nos aleja del pecado y nos dirige hacia la rectitud. Lo ideal sería que este proceso nos hiciera cada vez más obedientes a Dios en el transcurso de nuestras vidas. Las Escrituras se refieren a esta mejora permanente como "madurez" en Efesios capítulo 4 versículo 13, Colosenses capítulo 4 versículo 12, Hebreos capítulo 5 versículo 14, y muchos otros lugares. Como un solo ejemplo, en Santiago capítulo 1 versículo 4 leemos:
Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna (Santiago 1:4).
Mediante la influencia del Espíritu Santo, este proceso de maduración produce resultados espirituales en las vidas de los creyentes.
A lo largo de las Escrituras, la metáfora del fruto se utiliza a menudo para describir estos resultados. Lo vemos en la condena de los fariseos y saduceos de Juan el Bautista en Mateo capítulo 3 versículos 8 al 10. Lo encontramos en las enseñanzas de Jesús sobre la obediencia verdadera y falsa en el Sermón de la Montaña, y en Mateo capítulo 7 versículos 16 al 20. Es una parte clave de las enseñanzas de Jesús acerca de las buenas obras en Juan capítulo 15 versículos 1 al 16. Y como mencionamos anteriormente, en Gálatas capítulo 5, Pablo describe el fruto específico que el Espíritu manifiesta en las vidas de los que él habita. Escuche lo que Pablo escribió en Gálatas capítulo 5 versículos 17 al 25:
Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne… Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza… los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu (Gálatas 5:17-25).
La discusión de Pablo del fruto del Espíritu en Gálatas capítulo 5 se asemeja a sus enseñanzas en Romanos capítulos 6 al 8. En ambos lugares, contrastó las diferentes influencias que el Espíritu y el pecado tienen sobre nuestros deseos. Y explicó que la única manera de obedecer a Dios desde el corazón, y de manifestar características justas, es siendo habitado por el Espíritu Santo.
A veces los cristianos equivocadamente equiparan el fruto del Espíritu con dones espirituales. Como vimos en una lección anterior, el Espíritu Santo da diferentes dones a cada creyente en el Nuevo Testamento. Pero el fruto del Espíritu es la vida obediente que el Espíritu produce en todos los creyentes. Por lo tanto, debe ser relativamente similar en todas nuestras vidas.
Ahora, al pensar en la obra continua de santificación del Espíritu en los creyentes, debemos mencionar que algunas tradiciones teológicas se refieren a un proceso de santificación progresiva. Este término se refiere a la idea de que progresamos en la santidad, volviéndonos cada vez más piadosos a lo largo de nuestras vidas cristianas. Es cierto que los cristianos deben progresivamente adquirir más madurez espiritual, y que debemos producir más y más fruto. Pero incluso los verdaderos creyentes pueden dejar de crecer de esta manera. Escuchemos cómo Pedro describió estos aspectos de la santificación en 2 Pedro capítulo 1 versículos 5 al 9:
Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas… [ha] olvidado la purificación de sus antiguos pecados (2 Pedro 1:5-9).
La lista de cualidades santas de Pedro se parece mucho a la lista de Pablo del fruto del Espíritu. Y él dijo que estas características deben estar aumentando en nuestras vidas. En otras palabras, deberían ser progresivas. Pero también admitió que, por culpa nuestra, incluso los creyentes pueden carecer de este fruto.
La Biblia nos dice que es el Espíritu Santo quien produce el querer como el hacer por su buena voluntad, pero nosotros también leemos en la Escritura, que en diferentes partes, se nos manda hacer todo esfuerzo. Se nos manda a poner diligencia en nuestra santificación, así qué lo que nosotros podemos ver es que el Espíritu Santo produce en nosotros los deseos y también produce en nosotros la capacidad de hacer lo que Dios quiere. Sin embargo, el creyente tiene qué responder, esforzandose, haciendo uso de los medios de gracia, estando siempre alerta y vigilante para resistir la tentación para entonces poder ir creciendo en la gracia del Señor. [Dr. David Correa]
Habiendo hablado del papel del Espíritu Santo en nuestra vida cristiana en términos de su presencia moradora y nuestra santificación continua, mencionemos brevemente su intercesión a nuestro favor.
Intercesión es la obra del Espíritu Santo de "Pedir al Padre en nombre de los creyentes". Es similar a lo que hacen los seres humanos cuando defendemos a alguien que está siendo amenazado o dañado; o cuando pedimos a alguien que ofrezca ayuda a otro; o cuando oramos por la sanidad, el perdón o la bendición de alguien. Escuchemos la descripción de Pablo de la intercesión del Espíritu en Romanos capítulo 8 versículos 26 y 27:
… el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos (Romanos 8:26-27).
A veces, cuando las Escrituras hablan de que Dios conoce nuestros corazones, lleva una amenaza de juicio. Vemos esto en lugares como Jeremías capítulo 4 versículo 14, 1 Corintios capítulo 4 versículo 5, y Hebreos capítulo 4 versículo 12. Pero en el caso de los creyentes, Cristo ha quitado nuestra condenación. Por lo tanto, cuando el Espíritu examina nuestros corazones, siempre es para nuestro beneficio. Ve las necesidades que no podemos expresar y la expresa por nosotros. Él ve el pecado que ni siquiera reconocemos, y pide perdón en nuestro lugar. Él ora por nosotros, precisamente de la manera en que debemos orar, pero no lo hacemos. Y esta intercesión es siempre exitosa. ¿Por qué? Porque, como dijo Pablo, el Espíritu siempre intercede de acuerdo con la voluntad de Dios. Y a eso, podríamos añadir que el Padre siempre honra las oraciones del Espíritu porque el Espíritu es Dios mismo.
Ahora, eso no significa que nuestras vidas estén libres de pecado, dolor y dificultad. Después de todo, el Espíritu sabe por qué el Padre planeó estas cosas para nuestras vidas, y él no intercedería para deshacer ese plan. Pero el Espíritu también sabe, así como Pablo explicó unas pocas líneas más adelante en Romanos capítulo 8 versículos 28 a 30, que Dios está usando todas las cosas malas en nuestras vidas para nuestro bien. Él los está usando para completar nuestra santificación y para llevarnos a una maravillosa y eterna herencia en Cristo.
La oración es algo notable, ¿no? Dios Todopoderoso, el Creador del universo, el Perfecto y Santo nos escucha, e incluso nos responde interviniendo en nuestras vidas. Y no lo hace porque tiene que hacerlo, sino porque lo quiere. Le encanta escuchar nuestra alabanza y gratitud. Él nos perdona generosamente cuando confesamos nuestros pecados. Y responde a nuestras peticiones con preocupación y sabiduría. Pero cada creyente tiene momentos en que nuestros corazones y nuestras cabezas están tan llenos que simplemente no podemos expresarnos bien en la oración. Cada creyente tiene momentos en que nuestros corazones y nuestras cabezas son tan tercos que simplemente nos negamos a orar como debemos. Y cada creyente tiene tiempos en que nuestra ignorancia de nuestro Dios incomprensible y de sus formas inescrutables nos impide acercarnos a Él como Él se merece. Entonces, ¿no es reconfortante saber que, si estamos en lo mejor o en lo peor, el Espíritu Santo ora por nosotros?
Hasta ahora hemos explorado la vida cristiana mirando la presencia moradora del Espíritu Santo, su obra de santificación y su intercesión por nosotros. Ahora volvamos nuestra atención a su trabajo de preservar a los creyentes para nuestra salvación final.
Preservación es "La continua obra de gracia del Espíritu Santo de asegurar que los creyentes perseveren en la fe hasta que nuestra salvación esté completa".
La obra preservadora del Espíritu Santo fluye de su presencia interior, para que nuestros corazones permanezcan fieles a Dios. Esto no significa que nunca dudemos. Pero significa que nuestra salvación es segura, porque el Espíritu mantiene la fe salvadora dentro de nosotros. Escuchemos lo que Pablo dijo en Romanos capítulo 8 versículos 11 al 14:
Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros… si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios (Romanos 8:11-14).
Pablo enseñó que, si el Espíritu Santo nos ha regenerado y nos habita, también nos guía. Y si él nos guía, entonces somos permanentemente hijos de Dios, y finalmente levantará nuestros cuerpos en gloria.
Cuando llegamos a la fe en Cristo, nuestra salvación está segura para siempre. Esto no es porque Dios ha prometido salvarnos sin importar lo que hagamos. Más bien, es porque el Espíritu Santo nos preserva. Él se asegura de que los verdaderos creyentes permanezcan activamente en la fe, y nunca abandonen finalmente y completamente a Cristo. Como Pablo escribió en Filipenses capítulo 1 versículo 6:
… el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo. (Filipenses 1:6)
Sabemos que el Espíritu comenzó nuestra salvación durante nuestra conversión. Así que tenemos seguridad de que continuará aplicándonos la salvación hasta nuestra glorificación al regreso de Jesús. Encontramos esta misma idea en lugares como Gálatas capítulo 3 versículos 1 al 5, 1 Tesalonicenses capítulo 5 versículos 23 y 24, y 1 Pedro capítulo 1 versículos 3 al 5.
Una de las grandes verdades de nuestra salvación es lo que llamamos "la perseverancia de los santos" — aunque a Spurgeon le gustaba referirse a ella como "la perseverancia del Salvador", y que el Salvador perseveró en nuestro favor, y porque estamos en él, estamos seguros en él. Y no estoy en desacuerdo con eso en absoluto. Sin embargo, hay un lado subjetivo de la perseverancia en el cual el Espíritu de Dios entra y usa, lo que los puritanos solían llamar "medios prácticos" para asegurar que perseveramos en términos de nuestra experiencia. Entonces, ¿cómo lo hace? … Bueno, lo hace de esta forma cariñosa, suave, tranquila, siempre, sin embargo, usando la Palabra para guiarnos. Y es por eso que hablamos en la tradición de la Reforma de "la Palabra y el Espíritu" — la Palabra y el Espíritu, la Palabra y el Espíritu — trabajando siempre en una armonía hermosa para llevarnos a la meta final que Dios tiene para nuestra salvación. [Dr. Danny Akin]
Otra forma muy común en que las Escrituras hablan de la obra preservadora del Espíritu Santo es a través del lenguaje de un sello legal. En el mundo antiguo, un sello era a menudo un anillo u otro dispositivo que podía ser presionado en barro húmedo o cera, o incluso de metal, con el fin de dejar una impresión física. Esta impresión funcionaba de manera muy parecida a una firma, de modo que autenticaba y autorizaba el documento u objeto al que se aplicaba. Por ejemplo, Mateo capítulo 27 versículo 66 menciona que cuando Jesús fue enterrado, los romanos pusieron un sello en la piedra para que supieran si alguien había alterado el cuerpo de Jesús en su tumba.
En el caso del Espíritu Santo, él funciona como el sello de propiedad de Dios, demostrando que aquellos que poseen el Espíritu realmente pertenecen a Dios. Y nadie puede quitarlos de Dios. En cierto modo, esto se asemeja a las prácticas de la servidumbre antigua. Por ejemplo, Éxodo capítulo 21 versículo 6 describe la práctica de perforar el oído de un siervo para marcarlo como siervo de por vida. De manera similar, el Espíritu Santo sella a los creyentes con la propiedad de Dios. Pablo lo puso de esta manera en 2 Corintios capítulo 1 versículo 22:
[Dios] nos selló como propiedad suya y puso su Espíritu en nuestro corazón como garantía de sus promesas (2 Corintios 1:22, NVI).
Cuando Dios nos sella con el Espíritu Santo, no sólo nos marca como su posesión. También garantiza que la salvación que hemos comenzado a experimentar llegará a nosotros en toda su plenitud. Y a diferencia de los sellos y marcas en el servicio antiguo, el sello de Dios no sólo nos marca como siervos. También nos marca como sus hijos y herederos. Escuchemos cómo Pablo combinó estas ideas en Efesios capítulo 1 versículos 13 y 14:
… habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su Gloria (Efesios 1:13-14).
Cuando recibimos el Espíritu Santo, recibimos la promesa de Dios que garantiza no sólo el futuro cumplimiento de nuestra salvación, sino también nuestra "herencia". Una herencia no es lo que un siervo recibe de su amo. Es lo que un hijo recibe de su padre.
Y esa herencia será nuestra salvación final — nuestra glorificación, la cual el Espíritu Santo nos aplicará cuando Jesús regrese. La glorificación incluye la resurrección de nuestros cuerpos a un estado incorruptible e inmortal. Como hemos visto, Pablo habló de esto en Romanos capítulo 8 versículos 11 al 14. Pero él entró en aún más detalle en 1 Corintios capítulo 15. Por ejemplo, en los versículos 37 al 44, comparó nuestros cuerpos existentes con semillas. Correspondientemente, comparó nuestros cuerpos resucitados con las plantas que crecen de esas semillas. Escuchemos lo que Pablo dijo en 1 Corintios capítulo 15 versículos 42 al 44:
… Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción… resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual… (1 Corintios 15:42-44)
Nuestros cuerpos poderosos y glorificados habrán sido rehechos por el Espíritu Santo para que sean moralmente y físicamente perfectos. Serán incapaces de deshonrar y pecar, e impermeables a la enfermedad y a la muerte. De hecho, como Pablo enseñó en 1 Corintios capítulo 15 versículos 48 y 49, nuestros cuerpos resucitados serán como el cuerpo glorificado que Jesús recibió cuando resucitó. Pablo lo puso de esta manera en 2 Corintios capítulo 3 versículo 18:
Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor (2 Corintios 3:18).
Nuestra glorificación será nuestro estado final, cuando estaremos completamente libres de la presencia, influencia y efectos del pecado tanto en nuestros cuerpos como en nuestras almas, y cuando finalmente entremos en las gloriosas bendiciones de los nuevos cielos y la nueva tierra. La obra preservadora del Espíritu Santo, y la perseverancia que produce en nuestras vidas, debe darnos tremenda confianza y paz. El Espíritu de Dios vive dentro de nosotros, asegurando que la salvación que ya hemos comenzado a experimentar nunca terminará. Y finalmente nos llevará a bendiciones aún mayores, incluyendo nuestra total libertad de la presencia y los efectos del pecado, y nuestra resurrección final en gloria. Si verdaderamente creemos en el evangelio, nunca temeremos que nuestra salvación se pierda. En cambio, podemos — y debemos — descansar en la promesa de que el Espíritu será fiel para completar la obra que comenzó.
En nuestra lección sobre el Espíritu Santo en el creyente, hemos explorado la conversión mirando la obra del Espíritu de regeneración, convicción, justificación y santificación. Y hemos considerado su papel en la vida cristiana morando, santificando, intercediendo por y preservando a los creyentes.
En esta serie sobre pneumatología, hemos explorado la deidad, la persona y la obra del Espíritu Santo. Hemos prestado especial atención a los diferentes aspectos de su participación en la Trinidad, el mundo, la iglesia y el creyente. Y hemos visto que el Espíritu es la persona de la Trinidad que más directamente se relaciona con la creación, y la que más afecta directamente nuestras vidas. Si recordamos lo importante que son sus ministerios y cómo está presente con nosotros — y si confiamos en esas cosas — estaremos mejor preparados para navegar las dificultades y las tensiones de la vida. Y seremos mucho más conscientes de lo bueno que es nuestro Dios, y de cuánta gratitud, alabanza y lealtad se merece.
Dr. Ramesh Richard (Host) es Fundador y Presidente de RReach, un ministerio global de proclamación que busca envangelizar lideres y fortalecer pastores en todo el mundo. Él Tambien es Profesor de Participación Teológica Global y Ministerios Pastorales en Dallas Theological Seminary. Dr. Richard recibió su doctorado en Teología Systematica de Dallas Theological Seminary y su Doctorado de University of Delhi. En 2008, Dr. Richard fue orador principal para el 23rd Annual International Prayer Breakfast en la Naciones Unidas. Él Tambien es el fundador de Trainers of Pastors International Coalition (TOPIC) y el convocante general de el 2016 Proclamation Congress for Pastoral Trainers.
Dr. Uche Anizor es Profesor Asociado de Estudios Biblicos y Teológicos en Talbot School of Theology.
Dr. David Correa es Pastor de la Iglesia Presbiteriana de Jesús y Director del Instituto de Ministerio de Jovenes en el Seminario Teológico Presbieriano San Pablo en Merida, Mexico.
Dr. J. Scott Horrell es Profesor of Estudios Teológicos en Dallas Theological Seminary.
Dr. Keith Johnson sirve como el Director de Educación Teológica para el ministerio de campus de E.U. en Crusade for Christ y es un profesor invitado de Teológia Systematica para Reformed Theological Seminary.
Dr. Glenn R. Kreider es Profesor de Estudios Teológicos en Dallas Theological Seminary.
Dr. Steve McKinion es Profesor Asociado de Teológia y Estudios Patrísticos en Southeastern Baptist Theological Seminary.
Rev. Dr. Emad A. Mikhail es Presidente de Great Commission College en Egypto.
Rev. Vuyani Sindo es un Conferenciante en George Whitefield College en Africa del Sur.
Dr. Simon Vibert is the former Vicar of St. Luke's Church, Wimbledon Park, UK, and is presently the Vice Principal of Wycliffe Hall, Oxford, and Director of the School of Preaching.