¿Alguna vez ha pensado en todas las excusas que tiene la gente para no hacer lo correcto? Cuando los niños no hacen su tarea, cuando los empleados no hacen su trabajo o los amigos no mantienen sus promesas, ¿qué dicen? Quizá no tenían la suficiente información que necesitaban, y su excusa es, "yo no sabía". O quizá ellos no entendieron la información que tenían, y dicen, "yo no sabía que tenía que hacerlo". O quizá simplemente prefirieron hacer las cosas mal, así que ellos admiten, "no quise hacerlo". Bien, el hecho es que para hacer lo correcto al final, normalmente tenemos que hacer muchas otras cosas en el camino. Tenemos que conseguir la información correcta, evaluarla correctamente y tenemos que aplicarla de manera correcta.
Ésta es la décima lección en nuestra serie Cómo tomar decisiones bíblicas. Y hemos titulado esta lección la perspectiva existencial: Escogiendo el bien. En esta lección, analizaremos cómo los cristianos realmente tomamos decisiones éticas, cómo hacemos para escoger el bien. Y pondremos particular atención a la manera en que nuestras habilidades personales y capacidades contribuyen a estas elecciones.
En estas lecciones, hemos estado enseñando que el juicio ético implica la aplicación de la Palabra de Dios a una situación por una persona. Y hemos estado resaltando tres elementos de este modelo: la Palabra de Dios, la situación y la persona misma.
Cuando nos acercamos a la ética con un enfoque en la Palabra de Dios, estamos usando la perspectiva normativa. Y cuando prestamos atención a las circunstancias, como los hechos, metas y medios, estamos empleando la perspectiva circunstancial o también llamada situacional. Finalmente, cuando nos concentramos en las personas involucradas en la toma de decisiones éticas, estamos viendo asuntos de la perspectiva existencial. Cada una de estas perspectivas contribuye a las elecciones éticas dándonos información sobre Dios, sobre nuestra situación y sobre nosotros. Y todas ellas están íntimamente interrelacionadas. En esta lección, veremos la perspectiva existencial una vez más, esta vez enfocándonos en la manera que usamos nuestras facultades personales en el proceso de escoger hacer el bien.
Los seres humanos usamos una variedad de capacidades y habilidades para tomar decisiones éticas. En esta lección, nos referiremos a estas habilidades como nuestras facultades existenciales. Hay muchas maneras de describir estas facultades, pero nosotros las resumiremos en siete capacidades y habilidades: experiencia, imaginación, razón, conciencia, emociones, corazón y voluntad. Ahora, existe una gran armonía entre cada una de estas facultades existenciales. Todas están profundamente interrelacionadas y son interdependientes. Aun así, cada una funciona en su propia manera, por lo que es útil ver los papeles principales que cada facultad juega en la ética.
En esta lección, agruparemos nuestras facultades existenciales conforme a las principales maneras en las que normalmente nos ayudan a tomar juicios éticos. Estas agrupaciones son de alguna manera artificiales, porque todas nuestras habilidades y capacidades están trabajando en cada paso que damos por el camino. Pero también es verdad que nosotros confiamos en ciertas facultades principalmente para realizar ciertas tareas, así que estas divisiones pueden ser útiles cuando pensamos en el proceso de tomar opciones éticas.
Conforme analicemos el concepto de escoger el bien, nos enfocaremos en la manera en que nuestras facultades existenciales funcionan en tres fases principales del proceso de la toma de decisiones. Primero, veremos las principales facultades que usamos cuando adquirimos conocimiento de nuestra situación, de nosotros mismos y de la Palabra de Dios. Segundo, consideraremos las capacidades y habilidades que normalmente usamos al evaluar o valorar este conocimiento. Y tercero, nos enfocaremos en las que usamos cuando aplicamos nuestro conocimiento para hacer las elecciones éticas. Empecemos con las principales facultades que empleamos cuando adquirimos conocimiento.
Consideraremos dos de las facultades más básicas que son críticas para adquirir conocimiento: primero, consideraremos cómo confiamos en la experiencia. Y segundo, veremos la manera en que nuestra imaginación contribuye a nuestro conocimiento. Empecemos con la manera en que la experiencia nos ayuda a adquirir el conocimiento que debemos tener al tomar decisiones éticas.
Por obvio que parezca, es muy importante recordar en el estudio de la ética que los seres humanos obtienen el conocimiento a través de muchos tipos diferentes de experiencias. Conocemos a las personas porque tenemos la experiencia de verlas, hablar con ellas, etc. Sabemos lo que son las emociones porque hemos experimentado el miedo, el amor, el enojo y el gusto. Sabemos sobre algunos acontecimientos directamente porque vivimos a través de ellos, experimentándolos de primera mano. Sabemos sobre otros acontecimientos indirectamente porque hemos tenido la experiencia de leer sobre ellos o de aprender sobre ellos a través de algún otro medio. Al hablar de la experiencia en esta lección, tendremos éstos y otros tipos de experiencias en mente.
Para ayudarnos a resumir todos estos diferentes tipos de experiencias, definiremos la experiencia como el conocimiento de personas, objetos y acontecimientos. Cada experiencia produce conocimiento de algún tipo, ya sea sobre Dios, el mundo alrededor de nosotros o nosotros mismos. Y este conocimiento nos ayuda a discernir lo bueno de lo malo.
Al considerar la experiencia más detalladamente, veremos en dos direcciones. Primero, nos enfocaremos en nuestro físico o interacciones sensoriales con el mundo alrededor de nosotros. Y segundo, nos dirigiremos a nuestras experiencias mentales, es decir aquellas experiencias que se encuentran en nuestra propia mente. Empecemos con nuestro físico, es decir la interacción con el mundo alrededor de nosotros.
Nuestra interacción física con el mundo se desarrolla por medio de nuestra percepción sensorial - nuestra vista, oído, olfato, gusto y tacto. Estos cinco sentidos representan las principales maneras en las que obtenemos información sobre Dios, las personas, objetos, nuestro ambiente y todos los acontecimientos que ocurren. Por ejemplo, sabemos de otras personas porque las vemos, hablamos con ellas y las tocamos. Aprendemos sobre los acontecimientos cuando los presenciamos, leemos sobre ellos y oímos información de ellos. Aprendemos sobre la gloria de Dios leyendo su Palabra, escuchando a otros hablar sobre Él y observando la grandeza de su creación. Claro, la Escritura a veces menciona las limitaciones de nuestros sentidos.
Por ejemplo, en 2 de Corintios capítulo 5 versículo 7, Pablo escribió:
Porque por fe andamos, no por vista. (2 Corintios 5:7)
Como lo indicó Pablo aquí, nuestros sentidos están limitados en su habilidad de darnos conocimiento sobre el futuro de nuestra salvación. Sí, nosotros usamos nuestra vista para leer la Palabra de Dios, pero se necesita algo más que la percepción sensorial para que lleguemos a estar convencidos de que la Palabra de Dios es verdadera – se necesita fe, es decir, la creencia en las cosas que están más allá de la experiencia sensorial directa.
Pero además de estas limitaciones, Dios nos ha dado nuestros sentidos como herramientas importantes para obtener conocimiento. Como resultado, nuestros sentidos tienden a ser confiables, nos enseñan cosas verdaderas sobre Dios, la creación alrededor de nosotros y nosotros mismos. Ahora, necesitamos estar conscientes de que la caída de la humanidad en pecado ha afectado nuestras percepciones sensoriales. No sólo las enfermedades y otras anormalidades limitan nuestras habilidades físicas, a veces también encontramos ilusiones. A veces creemos que oímos, vemos o sentimos algo que realmente no está allí. Pero en general, nuestros sentidos son confiables. Considere las palabras de Juan en 1 de Juan capítulo 1 versículos 1 al 3:
Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. (1 Juan 1:1-3)
Juan habló de la vista, el oído y el tacto como sentidos confiables que le dieron a él y a otros el verdadero conocimiento sobre Jesús. De la misma manera, aquéllos que leen las palabras de Juan usan sus sentidos para percibir las palabras de Juan, oír y leer su testimonio, de manera que ellos también puedan tener conocimiento de la verdad. De manera similar, el Salmo 34 versículo 8, nos anima con estas palabras:
Gustad, y ved que es bueno Jehová. (Salmo 34:8)
Como David enseñó aquí, el hecho de que tenemos comida para comer es una prueba de que Dios es bueno; nos enseña que Él nos ama y nos provee. Y aunque no podemos ver físicamente a Dios, nuestro conocimiento de su bondad puede describirse metafóricamente como la vista, ya que nos da conocimiento sobre él. Así que tanto nuestro sentido del gusto como nuestra experiencia de comer nos da un verdadero conocimiento sobre Dios.
También es por medio de nuestros sentidos que aprendemos sobre las normas de Dios al revelarlas a través de la revelación especial y general. Es por medio de nuestros sentidos físicos que aprendemos sobre los muchos hechos, metas y medios de nuestras situaciones. Y es por medio de nuestros sentidos que aprendemos mucho sobre nosotros mismos. Sí, debemos tener cuidado de usar nuestros sentidos correctamente, usando las Escrituras y nuestras otras facultades para confirmar el conocimiento que obtenemos a través de nuestros sentidos. Pero también debemos reconocer que nuestros sentidos generalmente son confiables, como herramientas dadas por Dios, y que el conocimiento que obtenemos a través de ellos es crítico para la ética cristiana.
Una vez que hemos considerado la interacción física con el mundo como una parte importante de nuestra experiencia, estamos listos hablar de nuestras experiencias mentales, es decir, de aquellas experiencias que se encuentran en nuestras mentes.
Nuestros sentidos nos proporcionan la información, pero mientras esa información no entre en nuestro proceso del pensamiento interior, nuestras experiencias no producen ningún conocimiento. Ahora, desde el comienzo debemos reconocer que a lo largo de la historia la relación entre las percepciones del sentido y los conceptos mentales se ha entendido de muchas maneras diferentes. Pero para nuestros propósitos, ilustraremos la conexión de una manera muy simple.
Considere la experiencia de ver una vaca. Cuando veo la vaca, mi ojo envía una imagen de ésta a mi cerebro. Ésta es la experiencia sensorial física de la vista. Pero la experiencia de saber que el animal es una vaca es mental. Mis ojos no le dicen a mi mente que la imagen es una vaca. Al contrario, es mi mente la que interpreta la imagen como una vaca. Sólo cuando mi mente ha experimentado la imagen de la vaca, entonces mi vista produce conocimiento.
De una manera similar, todas nuestras experiencias mentales son vitales para obtener conocimiento. El auto-análisis, la reflexión, las emociones, los recuerdos, las imágenes, los planes para la lucha futura con los problemas, el conocimiento de Dios, la convicción del pecado – todas estas son actividades interiores que experimentamos.
Ahora, así como nuestra experiencia física, nuestra experiencia mental es afectada por el pecado. A veces cometemos errores en nuestro pensamiento o creemos que hemos experimentado cosas que realmente no han pasado. Así que, necesitamos tener el cuidado de confirmar nuestras experiencias con las Escrituras y nuestras otras facultades. Pero también debemos reconocer que el Espíritu Santo usa nuestras experiencias mentales para enseñarnos verdadero conocimiento.
Cuando pensamos en nuestras experiencias mentales de esta manera, es fácil ver que todo el proceso de obtener conocimiento puede evaluarse desde la perspectiva de nuestra experiencia mental. Si nuestro conocimiento viene de leer libros o de observar acontecimientos, este reside finalmente en nuestra mente. Y por esta razón, la experiencia mental es crítica para obtener y procesar el conocimiento.
Con esta comprensión de la experiencia en mente, estamos listos para pasar a la segunda facultad existencial que usamos para adquirir conocimiento, esto es, la imaginación. A veces se piensa que la imaginación es una manera ilegítima de alcanzar el conocimiento, como si necesariamente trajera en sí falsedad o incluso engaño. Pero como veremos, la Biblia tiene muchos usos positivos para la imaginación.
En esta lección, usaremos el término imaginación simplemente para referirnos a nuestra habilidad de formar imágenes mentales de cosas que están más allá de nuestra experiencia. A primera vista, puede parecer extraño pensar en la imaginación como una manera de adquirir conocimiento ético. Pero como veremos, nuestras habilidades imaginativas son vitales para aprender y pensar sobre Dios, el mundo y nosotros mismos.
Analizaremos el concepto de imaginación de tres maneras: primero, hablaremos de la imaginación como una forma de creatividad; segundo, consideraremos la manera en la que la imaginación nos permite pensar sobre asuntos que existen en diferentes periodos de tiempo; y tercero, veremos cómo la imaginación nos permite pensar sobre cosas que están separadas de nosotros por una distancia física. Empezaremos con la idea de que la imaginación es una forma de creatividad.
Una manera típica de pensar en la imaginación como creatividad es considerando los pasos que toman los artistas al dibujar los cuadros. Ellos empiezan a menudo conceptualizando los dibujos, formando imágenes mentales de cómo se verán los dibujos una vez terminados. Cuando empiezan a dibujar, imaginan los resultados de cada trazo antes de efectuarlo. Si el trazo refleja lo que tenían en la mente, a menudo estarán contentos. Pero si no coincide con la imagen de su mente, tal vez alteren lo que han dibujado. Este proceso de imaginar y pintar continúa hasta completar el trabajo.
De una manera similar, la imaginación está envuelta en todo lo que hacemos o creamos. Usamos nuestra imaginación todos los días para simples actos de creatividad, como decidir qué tipo de comida cocinaremos o incluso qué decir en una conversación. Y también usamos nuestra imaginación de muchas otras maneras creativas. Los científicos usan su imaginación para proponer sus teorías y para probar sus teorías. Los inventores usan su imaginación para crear nuevas tecnologías y dispositivos. Los arquitectos usan su imaginación para diseñar edificios y puentes. Y los maestros y predicadores usan su imaginación cuando escriben lecciones y sermones. Escuche el relato de este evento en 2 de Samuel capítulo 12 versículos 1 al 7:
Natán le dijo: Había dos hombres en una ciudad, el uno rico, y el otro pobre. El rico tenía numerosas ovejas y vacas; pero el pobre no tenía más que una sola corderita, que él había comprado y criado, y que había crecido con él y con sus hijos juntamente, comiendo de su bocado y bebiendo de su vaso, y durmiendo en su seno; y la tenía como a una hija. Y vino uno de camino al hombre rico; y éste no quiso tomar de sus ovejas y de sus vacas, para guisar para el caminante que había venido a él, sino que tomó la oveja de aquel hombre pobre, y la preparó para aquel que había venido a él. Entonces se encendió el furor de David en gran manera contra aquel hombre, y dijo a Natán: Vive Jehová, que el que tal hizo es digno de muerte Entonces dijo Natán a David: Tú eres aquel hombre. (2 Samuel 12:1-7)
Bajo la inspiración del Espíritu Santo, Natán creó una situación ética imaginaria, un caso legal imaginario. Y le pidió a David que sacara una conclusión moral de esta situación imaginaria. El éxito de la confrontación de Natán se basó en su habilidad y la de David de imaginar creativamente.
Como lo ilustra este ejemplo bíblico, la imaginación nos permite formar y reconocer modelos morales y analogías. Por ejemplo, cuando vemos las Escrituras, encontramos muchos ejemplos específicos de cosas que Dios ha bendecido y maldecido, y también encontramos muchos principios generales que explican cómo Dios determina qué bendecir y qué maldecir. Y entender cómo estos principios generales se relacionan con estos ejemplos específicos es hasta cierto punto una cuestión de imaginación creativa. Creamos conexiones entre los principios y los ejemplos, luego probamos estas conexiones imaginando contra-ejemplos. Y después imaginamos maneras consistentes de aplicar los mismos principios a nuestras propias vidas.
Claro, una vez más debemos recordar que la corrupción del pecado puede hacer que imaginemos toda clase de errores, así que tenemos que usar nuestras otras facultades para asegurarnos de que las conclusiones de nuestra imaginación están de acuerdo con la Palabra de Dios. Aun así, podemos seguir teniendo bastante confianza en nuestra imaginación, cuando la usamos cuidadosa y correctamente, porque el Espíritu Santo nos dio esta facultad como una herramienta confiable para evaluar el conocimiento ético.
Además de usar la imaginación para la creatividad, también podemos usarla para ayudarnos a pensar sobre las cosas que están separadas de nosotros por el tiempo, cosas que no existen en el momento en que estamos pensando en ellas.
Considere a Jesús. Él ya no está en la tierra enseñándoles a sus doce discípulos. Ya no está muriendo en la cruz, ni levantándose de entre los muertos, ni ascendiendo al cielo. Así que, para entender y aplicar el ministerio de Jesús a nuestras decisiones éticas, tenemos que usar nuestra habilidad de imaginar el pasado.
Por ejemplo, la Biblia nos exige que sigamos las metas buenas, sobre todo la glorificación de Dios a través del triunfo de su reino. Pero esta meta está en el futuro. Tenemos que imaginarlo para poder seguirlo. Y también tenemos que usar nuestra imaginación para encontrar los mejores medios que podemos usar para alcanzar esta meta. En resumen, sin nuestra habilidad de imaginar el futuro, no podríamos aplicar la Palabra de Dios a nuestras vidas.
Una vez que hemos visto la imaginación en lo que se refiere a la creatividad y el tiempo, debemos pasar a la manera en que la imaginación nos ayuda a pensar sobre cosas que están separadas de nosotros por la distancia. Así como las cosas pueden estar separadas de nosotros por el tiempo, también pueden estar separadas de nosotros por la distancia física.
Por ejemplo, muy pocos de nosotros hemos visitado la isla de Malta donde el apóstol Pablo naufragó en su viaje a Roma. Pero el hecho de que nunca hayamos visto la isla en persona, no significa que no podamos imaginarla. De hecho, hasta cierto punto cuando leemos la historia bíblica del tiempo de Pablo en Malta en el libro de Hechos, no podemos evitar imaginarla.
Vea usted, cuando las personas y las cosas están tan distantes de nosotros que están más allá del alcance de nuestros sentidos, en ese momento no son parte de nuestra experiencia. Y como no son en ese momento parte de nuestra experiencia, tenemos que usar nuestra imaginación para pensar en ellas. Claro, la información que recibimos sobre estas cosas distantes no es exacta, y por lo tanto nuestros pensamientos tampoco lo son. Por consiguiente, necesitamos confiar fuertemente en el Espíritu Santo para ayudarnos a evaluar nuestra imaginación según la Palabra de Dios y para armonizarla con nuestras otras habilidades y capacidades. Cuando se usa debidamente, nuestra imaginación es sumamente útil para pensar sobre cosas que están distantes de nosotros.
Considere el caso del apóstol Pablo durante uno de sus periodos de encarcelamiento. Según Filipenses capítulo 2 versículo 25, y capítulo 4 versículo 18, cuando la iglesia filipense oyó que Pablo estaba en prisión y en necesidad, enviaron una ofrenda económica para apoyarlo y a una persona para cuidar de él. Ésta fue una buena elección ética. Primero vieron cuales eran los hechos, se fijaron una meta piadosa, y entonces planearon los medios para alcanzar esa meta.
Pero note usted la gran confianza que tuvo este proceso en la imaginación para acortar la distancia entre Pablo y los filipenses. Pablo no estaba presente en la experiencia de los filipenses, así que ellos usaron su imaginación para entender los hechos de la situación de Pablo. Después usaron su imaginación para fijarse la meta de las circunstancias cambiantes de Pablo en su prisión distante. Finalmente, imaginaron los medios que les permitirían unir con un puente la distancia entre ellos y Pablo para alcanzar su meta. En cada paso de este proceso, la imaginación le permitió a los filipenses pensar sobre cosas que existían a una distancia más allá de su experiencia física.
Hasta aquí ya debe estar claro que el proceso de adquirir conocimiento depende en gran manera de las experiencias y la imaginación. Ya sea que estemos investigando las dimensiones éticas de la Palabra de Dios, de nuestra situación o incluso de nosotros mismos, normalmente obtenemos nuestro conocimiento a través de estas facultades existenciales.
Ahora que hemos considerado adquirir el conocimiento, como un paso en el proceso de escoger el bien, estamos listos para pasar a evaluar el conocimiento, es decir, el paso en que evaluamos la información que hemos recibido.
Hablaremos sobre algunas de las maneras en las que tres facultades existenciales específicas nos ayudan en nuestra tarea de evaluar el conocimiento. Primero, mencionaremos la razón o intelecto que es nuestra facultad más lógica. Segundo, nos dirigiremos a nuestra conciencia, nuestra habilidad de reconocer lo bueno y lo malo. Y tercero, nos enfocaremos en nuestras emociones como los indicadores intuitivos de lo correcto y lo incorrecto. Empecemos con la razón, es decir, la facultad por la que ordenamos nuestros pensamientos de una manera lógica.
Desgraciadamente, los cristianos a menudo se van al extremo cuando piensan en el papel de la razón en la ética. Por un lado, algunas tradiciones teológicas le prestan más atención a la razón que a cualquiera de nuestras otras facultades existenciales. Estos teólogos a veces hablan de la "primacía del intelecto," como si tuviéramos que confiar más en nuestra razón que en cualquiera de las otras habilidades y capacidades. Pero siempre debemos recordar que para usar la razón correctamente, debemos emplearla en armonía con nuestras otras facultades. Por otro lado, algunas tradiciones se van al otro extremo, a veces incluso viendo la razón como un enemigo, como si usar el intelecto humano fuera ignorar la guía personal del Espíritu Santo. Pero la verdad es que nuestro intelecto viene de Dios, y que el Espíritu Santo nos ayuda a usarlo correctamente. Por consiguiente, juega un papel importante en nuestro proceso de toma de decisiones.
Para nuestros propósitos, la razón puede definirse como la capacidad de hacer conclusiones lógicas y juzgar la consistencia lógica. En un contexto cristiano, el razonamiento correcto es la habilidad de pensar de manera coherente y ordenada, y de hacer juicios que concuerden con los modelos bíblicos del pensamiento.
La razón entra en juego en muchas áreas del estudio de la ética cristiana. Pero a estas alturas en nuestra lección, estamos más interesados en cómo nos permite darle sentido a nuestra situación, tanto ayudándonos a entender los hechos, como permitiéndonos comparar estos hechos con las normas reveladas en la Palabra de Dios.
Como ya hemos visto, en un nivel básico, incluso el conocimiento que adquirimos a través de nuestra experiencia sensorial requiere una porción de razonamiento. Cada vez que procesamos mentalmente datos sensoriales, estamos ejerciendo la razón en alguna medida.
Piense una vez más en la manera en que nuestros ojos envían la imagen de la vaca a nuestro cerebro. Nuestro cerebro graba la imagen, pero es nuestra razón la que reconoce la imagen como una vaca. Evaluamos la calidad visible de la imagen, comparamos la imagen con nuestro conocimiento existente y determinamos que la imagen es una vaca. Una parte de este nivel básico de conocimiento es la razón.
Y en un nivel más complejo, la razón nos permite comparar diferentes hechos entre sí más extensivamente para determinar su relación lógica. Por ejemplo, consideremos una ilustración muy simple sobre el razonamiento de dos hechos. Por un lado, tenemos la declaración; David está enfermo. Y por otro lado, tenemos la declaración; Dios puede sanar al enfermo. La primera declaración expresa el hecho de la salud delicada de David y la segunda declaración expresa el hecho de la habilidad de Dios.
La razón nos dice que la enfermedad de David es un caso específico de la categoría más general de enfermedad. Quizás él tiene gripe, un resfriado, o pulmonía. Cualquier cosa que sea, está incluida en la más extensa categoría de enfermedades que Dios puede sanar. Esto nos permite bosquejar una conclusión que está implícita pero no declarada en el hecho inicial: Dios puede sanar a David.
Cuando tenemos el desafío de tomar decisiones bíblicas, debemos aplicar un razonamiento similar a los hechos de nuestra situación, determinando cómo se relacionan entre sí.
La razón también nos ayuda a relacionar las declaraciones de hecho con las declaraciones de deber. En este proceso comparamos los hechos de nuestra situación con los requisitos de las normas de Dios. Considere las declaraciones; David está enfermo y Debemos orar por los enfermos. David está enfermo, aun es una declaración de hecho, pero Debemos orar por los enfermos, es una declaración de deber. Nos dice lo que Dios requiere de nosotros. Cuando usamos el razonamiento moral para evaluar estas declaraciones, podemos derivar una conclusión ética específica: Debemos orar por David.
Por supuesto, hay muchas otras maneras que debemos razonar en la ética. Usamos la razón cuando argumentamos desde aquello de menor importancia hasta aquello de mayor importancia, como lo hizo Jesús cuando enseñó que así como Dios alimenta a los pájaros que tienen poco valor, también alimentaría a su pueblo que tiene mayor valor. También usamos la razón cuando hablamos de acontecimientos que son condicionales, como cuando Dios inundó la tierra en los días de Noé porque las acciones pecadoras de la humanidad alcanzaron las condiciones necesarias para su destrucción.
Tristemente, los cristianos a veces creen que la Biblia nos enseña a no usar la razón en la ética. Piensan que de algún modo debemos desconectar nuestra capacidad lógica cuando obedecemos a Dios. Pero nada podría estar más lejos de la verdad. La Escritura usa la razón todo el tiempo y regularmente nos llama a hacer lo mismo. Constantemente presenta argumentos morales lógicos. Y como la Biblia es infalible, su lógica es un modelo perfecto para nuestro propio razonamiento ético.
Claro, siempre debemos recordar que la influencia corruptora del pecado ha alcanzado incluso nuestra habilidad de razonar. Como resultado, la razón humana caída nunca puede ser tan perfecta como el razonamiento que encontramos en la Escritura. Así que, para estar más seguros, debemos confirmar nuestras conclusiones con nuestras otras facultades, con otras personas y sobre todo con la Palabra de Dios. Es más, como dijimos al principio de esta sección, debemos confiar en el poder y la presencia del Espíritu Santo que mora en nosotros para lograr esto de una manera que agrade a Dios. Cuando usamos la razón de esta manera, esta es una herramienta muy útil para evaluar el conocimiento que hemos adquirido.
Con esta comprensión de la razón en mente, estamos listos para hablar de la manera en que nuestra conciencia nos permite evaluar nuestro conocimiento ético. ¿Cómo nos ayuda la conciencia humana a evaluar la información que adquirimos?
Para nuestros propósitos, en esta lección definiremos conciencia como nuestra habilidad dada por Dios para discernir lo bueno y lo malo. El sentido de convicción hace que nuestros pensamientos, palabras y hechos, sean agradables u ofensivos a Dios.
Escuche la manera en la que 2 de Corintios capítulo 1 versículo 12, revela la confianza de Pablo en su conciencia:
Nuestra gloria es esta: el testimonio de nuestra conciencia, que con sencillez y sinceridad de Dios, no con sabiduría humana, sino con la gracia de Dios, nos hemos conducido en el mundo, y mucho más con vosotros. (2 Corintios 1:12)
Pablo y Timoteo estaban convencidos de que su comportamiento era aprobado por Dios. Su conciencia aprobaba sus acciones. En este caso, su conciencia les dio verdadera afirmación de que su conducta estaba agradando a Dios.
En otros casos, cuando hemos pecado, nuestra conciencia puede condenarnos justamente como culpables y exhortarnos al arrepentimiento. Por ejemplo, cuando el Rey David, de una manera pecaminosa realizó el censo de sus hombres guerreros, su conciencia condenó sus acciones y lo llevó al arrepentimiento. Escuche el registro de esto en 2 de Samuel capítulo 24 versículo 10:
Entonces le remordió a David la conciencia por haber realizado este censo militar, y le dijo al Señor: He cometido un pecado muy grande. He actuado como un necio. Yo te ruego, Señor, que perdones la maldad de tu siervo. (2 Samuel 24:10 [NVI])
Aquí la palabra traducida conciencia es lev, que literalmente significa "corazón". Pero en este caso la palabra "corazón" se refiere al concepto de conciencia, la habilidad de David de distinguir lo bueno de lo malo.
En este sentido, la conciencia nos permite evaluar el conocimiento que hemos adquirido y juzgarla conforme a las normas de la Palabra de Dios. Nos aprueba cuando creemos que estamos actuando de acuerdo a la Palabra de Dios, y nos condena cuando creemos que estamos violando la Palabra de Dios.
Como todas nuestras otras capacidades y habilidades existenciales, nuestra conciencia ha sido corrompida por el pecado. Por consiguiente, está sujeta a cometer errores de vez en cuando. Comete el error de [aprobar] algo que realmente es pecado, o condena algo que realmente es bueno. En cualquier caso, el resultado es que entendemos mal lo que Dios dice que hagamos. Por ejemplo, escuche las enseñanzas de Pablo en 1 de Corintios capítulo 8 versículos 8 al 11:
Si bien la vianda no nos hace más aceptos ante Dios; pues ni porque comamos, seremos más, ni porque no comamos, seremos menos. Pero mirad que esta libertad vuestra no venga a ser tropezadero para los débiles. Porque si alguno te ve a ti, que tienes conocimiento, sentado a la mesa en un lugar de ídolos, la conciencia de aquel que es débil, ¿no será estimulada a comer de lo sacrificado a los ídolos? Y por el conocimiento tuyo, se perderá el hermano débil por quien Cristo murió. (1 Corintios 8:8-11)
Pablo enseñó que era aceptable para los creyentes de conciencia fuerte y bien-informada, comer comida que había sido sacrificada a los ídolos. Pero si ellos fueran débiles de conciencia y equivocadamente creyeran que sería incorrecto comer la comida del ídolo, entonces sería pecado para ellos comerla
Y lo contrario también es cierto. Es pecado hacer cosas que Dios prohíbe aun cuando nuestra conciencia nos dice que estas cosas son buenas. Considere las palabras de Pablo en 1 de Corintios capítulo 4 versículo 4:
Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor. (1 Corintios 4:4)
La conciencia de Pablo estaba limpia porque él creía que había hecho lo correcto. Pero él sabía que el tener una conciencia limpia o buena no era suficiente, porque nuestra conciencia puede cometer errores.
Obviamente, la solución contra la influencia corruptora del pecado es confiar en el poder del Espíritu Santo que trabaja dentro de nosotros mientras nos esforzamos por ajustar nuestra conciencia a la Palabra de Dios. Cuando él nos ayuda a armonizar nuestras facultades existenciales, podemos corregir nuestra conciencia cuando esta cae en el error, y podemos ratificarla cuando juzga correctamente.
Ahora que hemos hablado sobre la razón y la conciencia, estamos listos para enfocarnos en la manera en que usamos nuestras emociones para evaluar el conocimiento. Desgraciadamente, muchos cristianos creen que las emociones no deben tener nada que ver con tomar decisiones bíblicas, pero como veremos, las Escrituras recalcan que las emociones juegan un papel muy importante.
Las emociones son sentimientos internos; que son los aspectos afectivos de nuestra sensibilidad ética. La Biblia no tiende a hablar sobre las emociones abstractamente o como un grupo. Sin embargo habla bastante sobre las emociones individuales, como el amor, el odio, el enojo, el miedo, la alegría, el dolor, la ansiedad, el contentamiento y el gusto. Así que, para ver la manera en la que usamos las emociones para evaluar el conocimiento, veremos cómo varias emociones específicas pueden ayudarnos a interpretar el mundo que nos rodea.
Las emociones son habilidades humanas dadas por Dios que nos permiten evaluar nuestro conocimiento de muchas maneras diferentes. Por ejemplo, a menudo tenemos respuestas emocionales a las situaciones incluso antes de entrar en cualquier reflexión consciente, racional. En estos casos, nuestras emociones nos proporcionan nuestra orientación inicial hacia los hechos. Son evaluaciones inmediatas de nuestras circunstancias.
Por ejemplo, si voy cruzando la calle y oigo la bocina del automóvil muy fuerte detrás de mí, mi primera reacción probablemente será emocional, como miedo o sorpresa. Y sólo después de una reflexión consciente podré explicar que tuve miedo porque sentí que podría estar en peligro.
En casos como este, es posible decir que las emociones están basadas en alguna forma subconsciente del razonamiento. Yo sé que las bocinas del automóvil normalmente me alertan del peligro. Así que, cuando oigo una bocina de automóvil, puedo reaccionar reflexivamente, con la emoción de miedo. Pero sería difícil identificar un proceso de pensamiento, racional en este reflejo. Cualquier persona estará de acuerdo que sucede tan rápido que no tendría tiempo de entrar en un razonamiento activo, consciente.
En cambio, parece que mi emoción es mi primera reacción a la experiencia y que mi reflexión en el pensamiento de lo sucedido viene después. Y sucede lo mismo en muchas otras situaciones éticas. Nuestras emociones son a menudo nuestra interpretación inicial de los hechos. Escuche el registro del encuentro de Daniel con un ángel en Daniel capítulo 10 versículos 8 al 17:
Nadie se quedó conmigo cuando tuve esta gran visión. Las fuerzas me abandonaron, palideció mi rostro, y me sentí totalmente desvalido Y le dije a quien había estado hablando conmigo: "Señor, por causa de esta visión me siento muy angustiado y sin fuerzas. ¿Cómo es posible que yo, que soy tu siervo, hable contigo? ¡Las fuerzas me han abandonado, y apenas puedo respirar!" (Daniel 10: 8-17 [NVI])
El susto, terror y angustia de ver a este ser celestial paralizó a Daniel con miedo. Sintió sus emociones intensamente antes de que él pudiera pensar racionalmente sobre la visión. Y su experiencia emocional poderosa influyó en su respuesta a la visión, motivándolo a someterse al mensaje del ángel de Dios.
O piense una vez más en la manera en que el Rey David respondió al profeta Natán en 2 de Samuel capítulo 12. David había cometido adulterio con Betsabé y había mandado matar a su marido Urías para cubrir el adulterio. Pero él no se había sentido apenado ni culpable de su pecado, por lo que nunca se había arrepentido. La falta de este tipo de emociones le impidió pensar correctamente sobre su pecado, cegándolo en su dureza e impidiendo su arrepentimiento.
En respuesta a la dureza de corazón de David, Dios envió a Natán a que le dijera a David una parábola sobre un hombre rico que le había robado la oveja que tenía de mascota a un hombre pobre y la dio a sus invitados. David por supuesto, había sido pastor él mismo, y esta historia conmovió sus emociones. Sus emociones le permitieron ver la injusticia en esta situación, y él se indignó por la falta de piedad del hombre rico. Entonces Natán le reveló la verdad: la parábola era una metáfora de las propias acciones de David. David era el hombre rico que le había robado a Betsabé al pobre Urías. David conocía los hechos de sus acciones desde mucho tiempo atrás. Pero fue hasta que usó sus emociones que él pudo ver su pecado claramente para medir estos hechos conforme a las normas de Dios.
Nuestras emociones pueden ser una herramienta muy útil para determinar cómo aplicar la Palabra de Dios a nuestra vida moderna. Los sentimientos de compasión pueden ayudarnos a ver la importancia de ayudar a quienes tienen necesidad. El sentimiento de enojo puede persuadirnos del valor de seguir la justicia. Las experiencias de alegría pueden permitirnos ver y afirmar la bondad de Dios incluso en medio de tiempos difíciles. El miedo puede llevarnos a buscar maneras de evitar el pecado. Los sentimientos de culpa pueden alertarnos cuando hemos caído en pecado. Los sentimientos de amor pueden enseñarnos cómo dar, proteger, amonestar y mostrar misericordia.
Por supuesto, al igual que el resto de nuestras facultades existenciales, nuestras emociones están corrompidas por el pecado y por consiguiente sujetas al error. Es por esto que debemos aconsejar a las personas a no seguir sus emociones ciegamente, sin la reflexión. No todos los sentimientos que tenemos son rectos, o incluso correctos. Nuestras emociones revelan el nivel de alcance de nuestros corazones, incluyendo nuestros pecados y errores. Así que, siempre debemos tener cuidado de someterlos al consejo del Espíritu Santo y a la guía de la Palabra de Dios, y armonizarlos con nuestras otras habilidades y capacidades dadas por Dios.
En resumen, siempre que pensemos cómo se relacionan los hechos entre sí o cómo se relacionan con nuestro deber ante Dios, estamos evaluando el conocimiento que hemos adquirido. Y en estas evaluaciones, la razón, la conciencia y las emociones son todas herramientas valiosas que pueden ayudarnos a sacar conclusiones que agradan a Dios. Hasta ahora en nuestra investigación de escoger el bien, hemos visto algunas de las facultades existenciales en las que más confiamos cuando adquirimos conocimiento sobre nuestra situación, así como las principales facultades en las que más confiamos cuando evaluamos este conocimiento. Ahora pasaremos al tercer paso en el proceso de escoger el bien, es decir aplicar el conocimiento. En esta sección de nuestra lección, nos enfocaremos más directamente en las habilidades y capacidades relacionadas con el acto de decidir.
Una vez que nos entendemos correctamente a nosotros mismos, nuestra situación y la Palabra de Dios, estamos finalmente en posición de tomar una decisión ética. No es suficiente con sólo tratar de deducir lo que debemos hacer. De hecho tendremos que decidir hacerlo. Tenemos que tomar una elección consciente para hacer lo correcto, y tenemos que llevar a cabo esa elección. Y eso es lo que tenemos en mente aquí cuando hablamos de aplicar el conocimiento: Estamos hablando de decisiones que producen acción.
Nuestro estudio de aplicar el conocimiento se enfocará en dos facultades. Primero, hablaremos de la facultad más general del corazón. Segundo, hablaremos de la facultad más específica de la voluntad. Comencemos con el corazón como la más general de estas dos.
Como hemos visto en una lección anterior, nuestro corazón es el centro de todo nuestro ser. Es el fondo de nuestra persona interna y el centro de nuestros motivos, es decir la suma de todas nuestras disposiciones interiores. En el vocabulario de la Biblia, existe una gran armonía entre las palabras "corazón," "mente," "pensamientos," "espíritu" y "alma." Sin embargo, para nuestros propósitos, en esta lección queremos enfocarnos en la función de nuestro corazón en el proceso de toma de decisiones. Así que, definiremos el corazón como el centro del conocimiento moral y la voluntad moral. Es toda nuestra persona interna, considerada desde la perspectiva de lo que sabemos y lo que hacemos con nuestro conocimiento.
Veremos dos aspectos del corazón para ver cómo funciona cuando tomamos decisiones éticas. Primero, investigaremos nuestros compromisos sinceros, nuestras lealtades básicas. Y segundo, analizaremos los deseos de nuestro corazón, es decir aquellas cosas que queremos cuando tomamos una decisión. Empezaremos con los compromisos de nuestro corazón.
Tenemos muchos compromisos en la vida. Somos fieles a varias personas, como nuestras familias, amigos, compañeros de trabajo y compañeros cristianos. Nos comprometemos con organizaciones como las iglesias, escuelas, compañías, gobierno e incluso equipos de deportes. Nos comprometemos a los principios como la bondad, la honestidad, la verdad, la belleza y la sabiduría. Somos fieles a ciertos estilos de vida, ciertos modelos de conducta y preferencias para todo tipo de cosas. Y por extraño que nos parezca, debido a que somos seres humanos caídos, existe un sentido en el que incluso tenemos compromisos para pecar.
Ahora, por supuesto que no estamos comprometidos con todas estas cosas en el mismo grado. Y para los cristianos, hay un compromiso que debe estar por encima de todos los demás: nuestro compromiso con Dios. Este compromiso debe gobernar la dirección fundamental de toda nuestra vida, y todos nuestros otros compromisos deben servir a este compromiso que es el más básico. Como lo declaró Salomón en 1 de Reyes capítulo 8 versículo 61:
Sea, pues, perfecto vuestro corazón para con Jehová nuestro Dios, andando en sus estatutos y guardando sus mandamientos. (1 Reyes 8:61)
Y como lo enseñó el profeta Jananí en 2 de Crónicas capítulo 16 versículos 9:
Los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él. (2 Corintios 16:9)
Los compromisos son importantes en la ética porque de alguna manera gobiernan todas nuestras elecciones. Para ser más específicos, nosotros elegimos según los compromisos que sentimos que son mayores al momento de escoger. Cuando nuestros compromisos correctos son los más fuertes, actuamos según nuestra sincera lealtad a Dios, y él juzga nuestra conducta como buena. Pero cuando cedemos ante nuestros compromisos pecadores, Dios juzga nuestra conducta como mala. Como dijo Jesús en Lucas capítulo 6 versículo 45:
El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca. (Lucas 6:45)
Aquí, Jesús se refirió a nuestros compromisos como las cosas que están atesoradas en nuestros corazones. Y nuestros compromisos siempre se hacen explícitos en nuestras obras. Así que, expresamos nuestro compromiso con Dios en las buenas obras, y expresamos nuestro compromiso con el pecado en las malas obras.
Debido a que el pecado aun mora en nosotros, todos los cristianos tenemos compromisos mixtos. Algunos de nuestros compromisos son buenos, siendo parte de nuestro compromiso más grande con Dios. Pero algunos de nuestros compromisos son malos, siendo el resultado del pecado en nuestros corazones. Así que, si queremos tomar decisiones bíblicas, tenemos que ser muy conscientes de nuestros compromisos. Nos sometemos al Espíritu Santo mientras trabaja en nosotros para ajustar todos nuestros compromisos al carácter de Dios, tanto a través de nuestra comprensión de su Palabra, como a través del uso de nuestras otras facultades. Y debemos rechazar e intentar cambiar aquellos compromisos que fluyen del pecado.
Con esta comprensión de nuestros compromisos y lealtades en mente, estamos listos para pensar sobre nuestros deseos. ¿Cómo impactan nuestras necesidades y anhelos, nuestras elecciones morales?
La Escritura indica que así como los cristianos hemos mezclado los compromisos, también tenemos deseos buenos y malos en nuestro corazón. Cuando ponemos nuestro corazón en cosas que Dios aprueba, nuestros deseos son buenos. Pero cuando ponemos nuestro corazón en las cosas que Dios condena, nuestros deseos son malos. Por ejemplo, en 2 Timoteo capítulo 2 versículos 20 al 22, Pablo dio esta instrucción:
Pero en una casa grande, no solamente hay utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para usos honrosos, y otros para usos viles. Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra. Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor. (2 Timoteo 2:20-22)
Pablo enseñó que debemos purificar nuestro corazón deshaciéndonos de nuestros deseos malos, de los anhelos que están motivados por el pecado que mora en nosotros. Conforme purguemos los deseos malos de nuestro corazón, sólo nos quedarán aquéllos deseos que agradan al Señor.
Purificar nuestro corazón no es fácil; el pecado nos pone en una lucha fuerte. De hecho, esta batalla es tan difícil que nunca podríamos ganarla por nuestra propia fuerza. Sólo confiando en el poder del Espíritu Santo podemos esperar ganar esta batalla. Pero como somos personas imperfectas, ciertamente fallamos incluso al no confiar en el Espíritu como deberíamos. Escuche las palabras de Pablo en Gálatas capítulo 5 versículo 17:
Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis. (Gálatas 5:17)
Y en Romanos capítulo 7 versículos 15 – 18, él escribió esto:
No hago lo que quiero, sino lo que aborrezco ya no soy yo quien lo lleva a cabo sino el pecado que habita en mí Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. (Romanos 7:15-18 [NVI])
En estos versículos, Pablo contrastó nuestros deseos buenos con nuestros deseos malos. Por un lado tenemos deseos espirituales, deseos que nos da el Espíritu Santo y que agradan a Dios. Por otro lado, tenemos deseos pecaminosos que vienen de nuestra naturaleza caída, pecaminosa. Y estos dos deseos pelean por el dominio cada vez que tomamos una decisión. Cuando cedemos ante nuestros deseos pecaminosos, nuestras elecciones son malas. Pero cuando nos resistimos a esos deseos pecaminosos y actuamos con nuestros deseos espirituales, nuestras elecciones son buenas. Y no hay ninguna otra opción; sólo hay dos tipos de decisiones: buenas o malas. Cada decisión buena está tomada conforme a los deseos del Espíritu Santo, y cada decisión mala está tomada conforme a los deseos pecaminosos.
En la vida cristiana, nuestro mayor deseo debe ser siempre agradar a Dios y hacer su voluntad. Odiamos el hecho de que deseamos el pecado. Considerándolo desde una perspectiva de nuestra vida en general, nuestras elecciones pecaminosas contradicen nuestros deseos. Elegimos pecar aun cuando no deseamos pecar.
Pero considerándolo desde el momento de nuestra decisión, nuestras elecciones nunca contradicen nuestros deseos. Desde esta perspectiva, escogemos siempre lo que más deseamos en el momento que decidimos. En otras palabras, escogemos pecar porque deseamos pecar. Como leemos en Santiago capítulo 1 versículos 14 y 15:
Cada uno es tentado cuando sus propios malos deseos lo arrastran y seducen. Luego, cuando el deseo ha concebido, engendra el pecado. (Santiago 1:14 y 15 [NVI])
Cuando pensamos en nuestro corazón, en lo que se refiere a nuestros compromisos y deseos, es fácil ver que el corazón es esencial para tomar decisiones éticas. A veces seguimos nuestros compromisos y buenos deseos para tomar decisiones que aplican correctamente a la Palabra de Dios en nuestras vidas. Otras veces, seguimos nuestros compromisos y malos deseos, negándonos a vivir conforme a la Palabra de Dios. En todo caso, estas elecciones surgen de nuestro corazón.
Una vez que hemos hablado de nuestro corazón como la facultad más general que usamos cuando aplicamos el conocimiento, estamos listos para ver la voluntad como algo más estrecho, como una facultad existencial más específica para tomar elecciones morales.
Nuestra voluntad es nuestra capacidad para tomar decisiones. Es nuestra predisposición, nuestra habilidad para hacer elecciones. Así que, cada vez que hacemos una elección o una decisión, estamos usando nuestra voluntad.
Como todas nuestras facultades existenciales, nuestra voluntad es una perspectiva de toda nuestra persona. Así que, no debemos cometer el error de pensar que depende de nuestras otras capacidades y habilidades. Más bien, hablar de nuestra voluntad es ver nuestro proceso completo de toma de decisiones desde la perspectiva de las elecciones que hacemos, y sobre todo desde la perspectiva del resultado final.
Claro, tomar la decisión correcta es a menudo difícil porque nuestra voluntad es afectada por nuestra naturaleza caída. Para el cristiano, esto significa que mientras el Espíritu Santo nos permite que tomemos decisiones que agradan a Dios, siempre existe la posibilidad de que el pecado que mora en nosotros nos tiente a tomar decisiones pecadoras.
Ahora, es importante reconocer que nuestra voluntad puede ser [Activa] o [Pasiva]. Es decir, a veces tomamos decisiones de manera pasiva e inconsciente, como por la fuerza del hábito. Pero en otros momentos, las preguntas éticas que enfrentamos requieren de una reflexión activa y de decisiones conscientes.
Considere, por ejemplo, la manera activa en la que podría usar mi voluntad cuando se me presenta la oportunidad de robar una valiosa pieza de joyería. Cuando veo la joya, tengo que tomar a una opción activa, consciente, ya sea de robarla o no robarla. De hecho, podríamos ir tan lejos como decir que cada asunto ético que reconocemos como un problema o dilema requiere que usemos nuestra voluntad de una manera activa, simplemente en virtud del hecho que lo reconocemos como un problema.
Pero hay muchos otros asuntos éticos que manejamos de una manera pasiva e inconsciente, como aquéllos con los que habitualmente tratamos o a los que respondemos como un reflejo.
Por ejemplo, nuestra voluntad puede ser bastante pasiva cuando nos enfrentamos con las elecciones que tomamos en situaciones normales, como cuando disciplinamos a nuestros hijos. Ahora, en algún momento, la mayoría de los padres han usado su voluntad activamente para determinar qué tipo de castigo usarán para sus hijos, como darles con la vara, quitarles privilegios o asignarles tareas extras. Pero cuando realmente es tiempo de ejercer la disciplina, no siempre pensamos en la moralidad de nuestras diferentes opciones. A menudo, simplemente caemos en nuestro modelo habitual.
Nuestra voluntad también funciona de manera pasiva, inconsciente cuando respondemos por reflejo. Estoy pensando en aquellas decisiones que parecen llegar por sí solas o incluso se nos imponen. Por ejemplo, cuando veo un pájaro, yo creo que fue creado por Dios. No es algo que tengo que pensar conscientemente ni tampoco es que tenga un hábito en pensar este tipo de cosas. Más bien, es una creencia que me llega instantáneamente porque reconozco la mano de Dios en su creación. No obstante, es un acto de voluntad porque involucra una decisión. En este caso, la decisión es reconocer a Dios como el creador del pájaro.
Así que, de una u otra manera, activa o pasivamente, nuestra voluntad está envuelta en todas y cada una de las cosas que elegimos pensar, decir o hacer. Es la facultad que usamos para tomar cada decisión en nuestra vida. Así que, si nuestras decisiones son agradar a nuestro Señor, debemos someter nuestra voluntad a Él a cada paso. Debemos desear lo que la Palabra de Dios nos ordena y debemos permitir al Espíritu Santo trabajar dentro de nosotros para influir en nuestra voluntad de manera positiva. Como lo escribió Pablo en Filipenses capítulo 2 versículo 13:
Dios es quien produce en ustedes tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad. (Filipenses 2:13 [NVI])
A lo largo de esta lección hemos visto que Dios nos ha dado muchas facultades existenciales que juegan papeles importantes cuando se trata de escoger lo bueno. Si pasamos por alto cualquiera de ellas, corremos el riesgo de no poder tomar decisiones verdaderamente morales. Pero para asegurarnos de que entendemos la manera en que cada una de estas habilidades y capacidades funcionan en armonía con las otras, consideremos una ocasión cuando Jesús ejerció todas estas capacidades y habilidades existenciales para tomar una decisión ética. En Mateo capítulo 12 versículos 9 al 13, leemos esta historia:
Jesús vino a la sinagoga de ellos. Y he aquí había allí uno que tenía seca una mano; y preguntaron a Jesús, para poder acusarle: ¿Es lícito sanar en el día de reposo? El les dijo: ¿Qué hombre habrá de vosotros, que tenga una oveja, y si ésta cayere en un hoyo en día de reposo, no le eche mano, y la levante? Pues ¿cuánto más vale un hombre que una oveja? Por consiguiente, es lícito hacer el bien en los días de reposo. Entonces dijo a aquel hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y le fue restaurada sana como la otra. (Mateo 12:9-13)
Veamos este asunto en lo que se refiere a nuestra lección. Primero, Jesús adquirió conocimiento. Utilizó su experiencia para ver y reconocer que el hombre que estaba ante él tenía una mano paralizada. Jesús también usó su imaginación para fijarse la meta de sanar la mano del hombre y para considerar las diferentes maneras en las que podría contestar la pregunta que le plantearon los Fariseos.
Segundo, Jesús evaluó su conocimiento. Su razón presentó una analogía entre la práctica legítima de rescatar una oveja en el día sábado, y la acción que él estaba considerando, específicamente, sanar a un hombre en el día sábado. Y su conciencia concluyó que sanar a este hombre sería algo bueno. Sus emociones lo llevaron a tener piedad de aquel hombre.
Tercero, Jesús aplicó su conocimiento. Comenzó la aplicación determinando en su corazón hacer lo bueno. Su compromiso más fuerte era con Dios y su mayor deseo era actuar de una manera que honrara y glorificara a Dios, especialmente sanando al hombre. Finalmente, Jesús usó su voluntad para llevar a cabo su decisión de sanar al hombre.
Así que, vemos que aplicar el conocimiento es el paso final en cada una de nuestras decisiones éticas. Es donde nuestro corazón determina permanecer comprometido a nuestro Dios, deseando glorificarlo. Y es donde nuestra voluntad elige pensar, hablar y hacer lo que su Palabra nos pide.
En esta lección sobre escoger el bien, hemos visto nuestras distintas facultades existenciales, es decir, nuestras habilidades y capacidades, en lo que se refiere a los tres pasos de nuestro proceso de toma de decisiones: el paso de adquirir el conocimiento, es decir dónde obtenemos la información; el paso de evaluar el conocimiento, es decir dónde evaluamos la información que hemos adquirido; y el paso de aplicar el conocimiento, en otras palabras dónde de hecho tomamos nuestras elecciones éticas y actuamos sobre ellas.
Escoger el bien debe ser la meta de todo cristiano. Estudiamos la ética porque queremos tomar las opciones correctas. Examinamos la Palabra de Dios, nuestras situaciones actuales y a nosotros mismos para saber cómo tomar decisiones que agradan al Señor. A lo largo de esta serie hemos visto la importancia atender a todos estos y otros factores. Pero finalmente, después de todo nuestro estudio, cada problema ético termina en una decisión existencial: ¿Elegirá usted lo que es bueno? Su respuesta a esta pregunta determinará si usted ha tomado una verdadera decisión bíblica.