Cuando la gente enfrenta problemas o tiene que hacer decisiones importantes, a menudo acude a otros buscando consejo acerca de lo que debe hacer. Si el problema es pequeño o familiar, puede que les pregunte a sus familiares o vecinos qué hacer. Pero cuando el problema es grande y habrá consecuencias a largo plazo, la gente a menudo busca un experto, alguien de quien se tenga la seguridad de que lo guiará con veracidad y autoridad sobre lo que se debe hacer. A lo largo de la historia de las Escrituras, Dios proveyó ese tipo de guía totalmente confiable a través de sus profetas. Estos hombres y mujeres aplicaron los pactos de Dios con autoridad a las situaciones que su pueblo enfrentaba.
Esta es la tercera lección de nuestra serie Creemos en Jesús, y la hemos titulado el Profeta. En esta lección, veremos las formas en las que Jesús cumple el oficio de profeta, aplicando con autoridad el pacto de Dios en nuestras vidas.
Como mencionamos en la lección anterior, en el Antiguo Testamento, Dios instituyó tres oficios a través de los cuáles administró su reino: los oficios de profeta, sacerdote y rey. Y en la etapa final del reino de Dios, la cual comúnmente llamamos la era del Nuevo Testamento, los tres oficios encuentran su cumplimiento máximo en Cristo. Por esta razón, estudiar la importancia y función de estos tres oficios a través de la historia puede ayudarnos a entender la presente administración de Jesús del reino de Dios, así como las bendiciones y obligaciones de sus seguidores fieles.
Cuando la mayoría de la gente escucha la palabra "profeta," tiende a pensar en alguien que hace predicciones acerca del futuro. Incluso esto creen la mayoría de los cristianos. Pero aunque es verdad que los profetas bíblicos a veces predecían el futuro, ese no era el propósito principal de su ministerio. Fundamentalmente, los profetas de Dios eran sus embajadores. Su trabajo era explicar los pactos de Dios, y animar a su pueblo a serle fiel. Y eso también fue central en el trabajo profético de Jesús.
Continuando con esta comprensión de lo que hicieron los profetas, definiremos el profeta como:
El embajador del pacto de Dios, que proclama y aplica la Palabra de Dios, especialmente para advertir del juicio contra el pecado, y para fomentar el tipo de servicio leal a Dios que lleva a sus bendiciones.
Nuestra lección explorará tres temas relacionados con Jesús en su papel de profeta. Primero, examinaremos el trasfondo del Antiguo Testamento de su oficio profético. En segundo lugar, exploraremos las enseñanzas del Nuevo Testamento sobre el cumplimento de su oficio en Jesús. Y tercero, consideraremos la aplicación moderna del trabajo profético de Jesús. Comencemos con el trasfondo del Antiguo Testamento del oficio profético de Jesús.
Cuando los cristianos pensamos acerca de Jesús como nuestro profeta, es importante recordar que él no fue el primer profeta que sirvió a Dios y a su pacto. A lo largo de la historia bíblica hubo cientos de profetas del Señor. No fueron iguales a Jesús en poder o autoridad. Pero su servicio a Dios presagió todas las formas en las que Jesús desarrolló su oficio en el reino. Así que si queremos entender lo que Jesús hizo como profeta, nos ayudará comenzar por los profetas que vinieron antes de él.
Nuestra discusión del trasfondo del Antiguo Testamento del oficio profético de Jesús se dividirá en tres partes. En la primera, mencionaremos los requisitos para el oficio de profeta. En la segunda, veremos la función de los profetas. Y en la tercera, consideraremos las expectativas que el Nuevo Testamento creó acerca de tal oficio. Veamos primero los requisitos para el oficio de profeta.
Como ya hemos sugerido, los profetas del Antiguo Testamento eran embajadores o emisarios de los pactos de Dios. En sus pactos, Dios se reveló a sí mismo como el gran emperador de su pueblo, y sus profetas sirvieron como emisarios o mensajeros autorizados de su corte real en el cielo. Llevaron la palabra de Dios al pueblo de Israel y a varias naciones más, y les exhortaron a ser fieles a Dios como su rey.
Por supuesto, muchas de las naciones alrededor de Israel también tenían sus propios profetas que eran semejantes a los verdaderos profetas de Dios de manera superficial. Pero estos falsos profetas usaban trucos, supersticiones y poderes demoníacos para representar a sus dioses falsos.
Los falsos profetas en los días bíblicos, tanto en Israel como alrededor de otros países, hacían, decían, se veían y se comportaban mucho, como verdaderos profetas. Pero creo que por encima de todo, lo que sobresale cuando vemos la Biblia en Reyes, Crónicas, y otros libros proféticos, es el hecho de que los profetas del Antiguo Testamento se distinguían de los demás como verdaderos porque hablaban en nombre del Señor mismo. Como hablaban en nombre del Señor, no infringían lo que Dios había dicho en su Palabra. No infringían lo que otros profetas verdaderos habían dicho, distinguiéndose de esa manera. Creo que es muy importante entender, que los profetas del Antiguo Testamento eran usualmente personas que se oponían a las creencias populares, y desafortunadamente, especialmente en el norte de Israel, hubo un período de tiempo en el que los profetas estaban en las nóminas de pago. Cuando Amós dijo en Amós capítulo 7, " No soy profeta ni soy hijo de profeta", lo que está diciendo al sumo sacerdote en el reino del norte, es que en realidad él no está en la nómina de pago del rey, ni en la del sumo sacerdote. "No soy un profeta", o sea un profeta profesional, tampoco "el hijo de un profeta", o sea que no estoy en una escuela de profetas. Por eso no puedes decirme qué hacer. La razón por la que Amós dice esto, es porque el sumo sacerdote le dice que se vaya a su casa y deje de molestarlos en el norte, que se regrese al sur. Y Amós dice: no puedo hacerlo porque Dios me ha ordenado hacer esto. A menudo encontramos que profetas como Jeremías, Miqueas y otros, encontraban falsos profetas que estaban en las nóminas de pago de los reyes. Y si hay algo que podemos decir sociológicamente acerca de los verdaderos profetas, es que: Ellos no están en la nómina de pago de los reyes o de los sacerdotes. Ellos representan a Dios como testigos en contra de los abusos, los crímenes y principalmente de la maldad que era cometida por personas como reyes y sacerdotes. [Dr. Richard L. Pratt, Jr.]
En un mundo donde había muchos falsos profetas, era muy importante que los israelitas pudieran distinguir a los verdaderos profetas de Dios de los falsos profetas. Por esta razón, el Antiguo Testamento puso varios requisitos para los verdaderos profetas de Dios. Estos requisitos están mencionados en Deuteronomio 18:17 al 22, en donde Moisés escribió las siguientes palabras:
Y Jehová me dijo Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare El profeta que tuviere la presunción de hablar palabra en mi nombre, a quien yo no le haya mandado hablar, o que hablare en nombre de dioses ajenos, el tal profeta morirá Si el profeta hablare en nombre de Jehová, y no se cumpliere lo que dijo, ni aconteciere, es palabra que Jehová no ha hablado; con presunción la habló el tal profeta; no tengas temor de él. (Deuteronomio 18:17-22)
En este pasaje podemos ver por lo menos cuatro requisitos de los verdaderos profetas de Dios. Tal como Moisés enseñó aquí, los verdaderos profetas fueron llamados por Dios. Les fue dada la palabra de Dios para decírsela a la gente. Demostraron su lealtad a Dios al hablar en su nombre de acuerdo a sus mandamientos. Y la autenticidad de su ministerio fue demostrada por el cumplimiento de su mensaje.
Nuestra exploración de los requisitos de los profetas del Antiguo Testamento se enfocará en cada uno de los cuatro requisitos que Moisés mencionó: Primero, los verdaderos profetas tenían que ser llamados por Dios. Segundo, se les tenía que ser dada la palabra de Dios para que la predicaran. Tercero, tenían que ser leales a Dios, solamente predicando de acuerdo a sus mandamientos. Y cuarto, su ministerio tenía que ser validado por el cumplimiento de su mensaje. Veremos cada uno de estos criterios en más detalle, comenzado con el hecho de que los verdaderos profetas eran llamados por Dios.
En el Antiguo Testamento, Dios llamó a mucha gente para servirle como profeta. Este llamado no era una invitación; era una orden divina. Dios, el rey divino, ordenó a uno de sus ciudadanos a servirle como su embajador. Vemos esta orden divina cada vez que el Antiguo Testamento registra la llamada de un profeta. Por ejemplo, consideremos el llamado del profeta Ezequiel en Ezequiel 2:1 y 2:
Me dijo: Hijo de hombre, ponte sobre tus pies, y hablaré contigo. Y luego que me habló, entró el Espíritu en mí y me afirmó sobre mis pies, y oí al que me hablaba. (Exequiel 2:1-2)
Aquí vemos que cuando Dios le ordenó a Ezequiel pararse y escuchar la comisión, también envió su Espíritu para asegurarse de que Ezequiel cumpliera los requisitos. El llamamiento de un profeta era una oportunidad para que Dios ejerciera la toma de decisiones como rey celestial de su pueblo.
Dios frecuentemente emitía esos llamados proféticos directamente al profeta, a menudo de manera audible. Dios directamente llamó a Samuel en 1 Samuel 3, a Isaías en Isaías 6, a Amós en Amós 7 y a Jeremías en Jeremías 1.
Pero en otras ocasiones, Dios comisionó a profetas de manera indirecta al instruir a algún profeta que llamara a otro. Por ejemplo, en 1 Reyes 19:16, Dios le mandó al profeta Elías comisionar a su sucesor Eliseo. Tal llamado también nos ayuda a entender la compañía de los profetas y los hijos de los profetas, vista en lugares como 1 Reyes 20 y 2 Reyes 2, que eran grupos de profetas centrados alrededor de un profeta llamado divinamente. A pesar de que el llamamiento venía directamente del profeta de Dios o a través de un siervo autorizado de Dios, el llamado del profeta venía por iniciativa del Señor a final de cuentas. Sin este llamado sobrenatural nadie podía volverse profeta, sin importar sus buenas intenciones, devoción a Dios o conocimiento de la palabra de Dios.
Además de ser llamados por Dios, los profetas del Antiguo Testamento tenían que recibir la palabra dada por Dios para decirla.
El Espíritu Santo inspiraba a los profetas a decir lo que Dios les ordenaba. Los verdaderos profetas no podían decir otras cosas diferentes de la que profetizaban. Pero cuando comparamos las diferentes maneras en las que los profetas de las Escrituras hablaban, podemos ver que la inspiración divina no significaba que los profetas no tuvieran control sobre sus palabras, al contrario, el Espíritu Santo usó las personalidades de los profetas y sus perspectivas al presentar su mensaje profético de manera infalible a través de ellos. En este sentido, la inspiración de la profecía era idéntica a la inspiración de todas las demás Escrituras. Escuchemos la manera en la cual Pedro habló de la inspiración del Espíritu Santo para los profetas en 2 Pedro 1:20 y 21:
Ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo. (2 Pedro 1:20-21)
Como vemos aquí, el Espíritu Santo supervisó las palabras de los verdaderos profetas en el Antiguo Testamento y esto garantizó que sus palabras estuvieran llenas de autoridad y fueran infalibles.
El Espíritu Santo obró a través de la personalidad y la perspectiva del profeta particular con el que estaba lidiando. El marco tradicional para entender lo que teológicamente se llama "inspiración orgánica" es que Dios trabajaba a través de sus siervos, a través de sus profetas, y usa su personalidad, su punto de vista particular, su educación y su falta de educación para sus propósitos. También podríamos pensar en usar la doctrina de la santificación y la comprensión de cómo Dios toma las cosas que son humanas, terrenales y físicas y las santifica para sus propósitos, para usarlas para sus propios fines, y hace eso con los profetas. Hay ejemplos en la literatura profética donde uno ve a Dios, realmente dictándole a los profetas, como diciéndoles "tienen que ir y decirle esto al pueblo" e Isaías, Jeremías y Ezequiel iban y se lo decían. Así que hay momentos, dentro de la literatura profética en los que Dios le dicta a los profetas y al mismo tiempo los utiliza tal y como son, sin ignorar sus personalidades cuando trae su obra profética tanto para el antiguo Israel como para la iglesia. [Dr. Mark Gignilliat]
El tercer requisito de los profetas en el Antiguo Testamento era que tenían que ser leales a Dios al poner sus profecías en conformidad con su Ley.
A pesar de que es verdad que los profetas no simplemente tomaban dictado de Dios, el Espíritu Santo no les daba total libertad para decir cualquier cosa que ellos quisieran. No sólo tenían que someterse a lo que Dios mandaba hablar, sino también tenían que asegurar que sus profecías estuvieran de acuerdo con la revelación existente de Dios, especialmente la que estaba registrada en las Escrituras. Escuchemos las palabras de Moisés en Deuteronomio 13:1 al 4:
Cuando se levantare en medio de ti profeta te anunciare señal o prodigios, y si se cumpliere la señal o prodigio que él te anunció, diciendo: Vamos en pos de dioses ajenos y sirvámosles; no darás oído a las palabras de tal profeta, ni al tal soñador de sueños En pos de Jehová vuestro Dios andaréis; a él temeréis, guardaréis sus mandamientos y escucharéis su voz, a él serviréis, y a él seguiréis. (Deuteronomio 13:1-4)
Moisés enseñó algo muy importante aquí: Aunque un profeta pudiera hacer milagros y predijera el futuro, debía ser rechazado si sus instrucciones transgredían los mandamientos de Dios.
Vemos este mismo énfasis en Lamentaciones 2:13 y 14, en donde Jeremías se lamenta sobre el hecho de que los falsos profetas en Israel han llevado a la nación fuera de su rumbo. Jeremías dijo que estos profetas habían fallado en exponer el pecado, esto es, habían aprobado la transgresión de la ley de Dios en vez de hacer que la gente tomara responsabilidad en el pacto de Dios; Habían alentado la desobediencia y de esta manera habían demostrado que eran falsos profetas.
Finalmente, el cuarto requisito de los profetas del Antiguo Testamento era que sus profecías tenían que ser validadas por su cumplimiento. Es decir, sus predicciones tenían que hacerse realidad.
Escuchemos las palabras de Moisés en Deuteronomio 18:22:
Si el profeta hablare en nombre de Jehová, y no se cumpliere lo que dijo, ni aconteciere, es palabra que Jehová no ha hablado; con presunción la habló el tal profeta; no tengas temor de él. (Deuteronomio 18:22)
Todas las palabras de los profetas de Dios eran confiables porque transmitían de manera precisa la palabra de Dios, cuyo carácter y promesas de pacto son absolutamente dignas de confianza. Las verdaderas profecías no fallan porque Dios tiene tanto el poder como el derecho para hacer que sucedan y porque él está comprometido a cumplir su palabra.
A veces las profecías eran validadas como auténticas porque se cumplían relativamente rápido. Por ejemplo, en 1 Reyes 17:1, el profeta Elías declaró que no llovería hasta que se diera la palabra. Y como vemos en 1 Reyes capítulo18, permaneció seco por tres años antes de que Dios finalmente pusiera fin a la sequía. Y en 2 Reyes 7:17 al 20, vemos el cumplimiento inmediato de la profecía de Eliseo de que el oficial del rey moriría.
En otras ocasiones el cumplimiento de las profecías no era tan inmediato. Por ejemplo, alrededor del año 930 a. C. un profeta verdadero predijo el nacimiento de Josías, quién sería un heredero fiel de la casa de David. Esta profecía está registrada en 1 Reyes 13:2. Pero Josías, de quien se había predicho que nacería no nació hasta el año 630 a. C. casi 300 años después de la profecía como leemos en 2 Reyes 22:1. Y las profecías acerca del nacimiento de Jesús tomaron aún más tiempo en cumplirse.
Deberíamos hacer una pausa para mencionar que a veces incluso las palabras de los verdaderos profetas no sucedían precisamente como fueron dichas. Pero tomando en cuenta la enseñanza de Moisés, ¿Cómo pudo haber pasado esto? Para contestar esta pregunta es importante darse cuenta que cuando leemos las profecías del Antiguo Testamento, a veces nos llevamos la impresión incorrecta de sus predicciones. Aunque muchas personas pensaron que los profetas predecían el futuro precisamente como se desarrollaría, en realidad ese no siempre fue el caso.
La mayoría de las veces los profetas advirtieron de las maldiciones que podrían suceder si la gente permanecía en el pecado, y ofrecieron las bendiciones que vendrían si la gente actuaba con fidelidad. La meta de estas profecías era motivar a la gente a arrepentirse del pecado y a seguir siéndole fieles a Dios y a su pacto. Solamente cuando los verdaderos profetas indicaban que Dios había jurado hacer algo, entonces sus predicciones eran absolutas. Como resultado, una forma legítima para que se cumpla la profecía era que la gente cambiará su conducta y esto afectaría el resultado de las profecías. En estos casos, las profecías se cumplían realmente como se habían dicho aunque sus advertencias u ofertas no se cumplieran como se habían dicho.
Hay muchos ejemplos de esto en las Escrituras, pero el principio básico está descrito en Jeremías 18:7 al 10, en donde leemos las siguientes palabras:
En un instante hablaré contra pueblos y contra reinos, para arrancar, y derribar, y destruir. Pero si esos pueblos se convirtieren de su maldad contra la cual hablé, yo me arrepentiré del mal que había pensado hacerles, y en un instante hablaré de la gente y del reino, para edificar y para plantar. Pero si hiciere lo malo delante de mis ojos, no oyendo mi voz, me arrepentiré del bien que había determinado hacerle. (Jeremías 18:7-10)
Hay un principio que es anunciado en Jeremías 18, en el cual Dios efectivamente dice, "Pero si esos pueblos se convirtieren de su maldad contra la cual hablé, yo me arrepentiré del mal que había pensado hacerles." Y la contraparte también es expresada: "Pero si hiciere lo malo delante de mis ojos, no oyendo mi voz, me arrepentiré del bien que había determinado hacerle." Y este principio parece que funciona de tal manera que esta condición se indica explícitamente aquí. Al parecer se llevó a cabo en otros pasajes de manera implícita, específicamente en contextos en los que Dios amenaza con juzgar o promete bendiciones. Probablemente el ejemplo clásico, está en el libro de Jonás, en donde Dios envía a Jonás a anunciar el juicio a la gente de Nínive. Jonás hace esto y la gente de Nínive se arrepiente, invocando el criterio de arrepentimiento humano que parece que era lo que Dios estaba tratando de hacer en sus corazones desde el principio. [Dr. Robert G. Lister]
De una u otra manera, las palabras de los verdaderos profetas siempre se cumplen. A veces se cumplen como fueron dichas, a veces los seres humanos responden a las profecías y entonces traen un resultado diferente. Pero en todos los casos, los resultados de la verdadera profecía son consistentes con el pacto y el carácter de Dios, y hacen auténtico el ministerio de sus verdaderos profetas.
Moisés describió los requisitos del oficio profético como una forma en la que el pueblo de Dios podía reconocer cuáles profetas hablaban realmente en nombre de Dios. Hizo esto porque quería que ellos discernieran y obedecieran los mensajes de los verdaderos profetas y vivir fielmente al pacto de Dios. Es importante para nosotros tener estos requisitos en mente también, porque fueron los mismos requisitos que Jesús cumplió, cuando sirvió como profeta de Dios en la era del Nuevo Testamento. [Dr. Samuel Ling]
Ahora que hemos visto los requisitos de los profetas, estamos listos para considerar la función de su oficio.
Mencionaremos tres aspectos de la función de los profetas. Primero, hablaremos de su autoridad. Segundo, mencionaremos su tarea. Y tercero, veremos los métodos que usaron para llevar a cabo su tarea. Primero veamos su autoridad.
Como mencionamos al principio de esta lección, un profeta es:
El embajador del pacto de Dios, que proclama y aplica la Palabra de Dios, especialmente para advertir del juicio contra el pecado, y para fomentar el tipo de servicio leal a Dios que lleva a sus bendiciones.
En el Antiguo Testamento, Dios fue presentado como el gran rey que gobernaba sobre su pueblo a través de pactos. Y sus profetas eran embajadores de estos pactos. Ellos explicaban lo que Dios les había revelado en su corte celestial.
En el antiguo Cercano Oriente, los imperios poderosos y sus emperadores a menudo gobernaban sobre naciones más pequeñas o vasallas a distancia de su capital. Estos emperadores típicamente imponían un tratado en los vasallos que describía los términos de su relación. Normalmente, la Biblia se refiere a este tipo de tratado como un pacto. Para administrar y ejercer estos pactos, los emperadores empleaban embajadores que hablaban en su nombre y hacían uso de su autoridad. Era el trabajo del embajador decirle a las naciones vasallas los términos del tratado para advertirles sobre las maldiciones que vendrían si eran infieles a los términos del tratado y animarlos a obedecer estos términos para obtener las bendiciones. Conocer la historia del Cercano Oriente es importante porque en el Antiguo Testamento Dios a menudo describió su relación con su gente en términos de un pacto entre un emperador y un vasallo. Y como emperador, él nombraba profetas para ser embajadores con autoridad que le recordaban a sus vasallos los términos de su pacto.
Como los profetas eran los embajadores de Dios, sus palabras tenían que ser recibidas como si Dios mismo las hubiera dicho. El Espíritu Santo también inspiró a los profetas para que proclamaran correctamente los pensamientos de Dios y sus intenciones en respuesta a la gente de Israel. De esta manera, Dios aseguró que todos sus profetas siempre hablarían con autoridad y verdad cuando lo representaran a él.
¿Por qué tomamos las palabras de los verdaderos profetas seriamente? Por que ellos hablaban en el nombre de Dios. Si no tomamos sus palabras en serio, estamos incircuncisos de corazón y de oído, como la Biblia lo describe. Significando que nuestros corazones no han sido cambiados todavía. Revelándonos contra Dios. Si rehusamos a escuchar las palabras de los profetas, nos rehusamos a escuchar la Palabra de Dios. Y nos estamos revelando en su contra. Por lo tanto es una cuestión muy seria. [Dr. Peter Chow]
Con este entendimiento de la autoridad profética en mente reflexionemos acerca de la tarea que Dios le asignó a sus profetas.
Para entender la tarea de los profetas veamos los tratados de los emperadores del antiguo Cercano Oriente. Cuando los emperadores imponían sus pactos sobre los estados vasallos, estos tratados mostraban los detalles del arreglo entre ellos, enlistando la benevolencia de los emperadores en el pasado, es decir, las cosas buenas que el embajador había hecho por el vasallo; la lealtad del vasallo, incluyendo muchas reglas o estipulaciones que el vasallo requería hacer así como las consecuencias que resultarían de la obediencia o desobediencia conforme a los términos del tratado, es decir, las bendiciones para el vasallo si obedecía los términos y los castigos o maldiciones si el vasallo desobedecía.
Dinámicas muy similares tomaban lugar en la relación entre Dios y su pueblo del pacto. Así que, como embajadores del pacto de Dios, a los profetas se les asignaba la tarea de recordarle al pueblo de Dios los detalles de su pacto y la de usar amenazas de juicio y ofrecer bendiciónes para animarlos a obedecer sus términos. Cuando Israel estaba bien con Dios, los profetas les recordaban las consecuencias de sus acciones para animarlos a perseverar en fidelidad. Vemos ejemplos de esto en Jeremías 7:5 al 7, capítulo 21:12 y capítulo 22:4 y 5.
Pero cuando Israel no estaba en buenos términos con Dios por desobediencia seria o prolongada a los términos del pacto, los profetas le acusaban de rebelión y deslealtad. Describían los pecados de Israel y le recordaban a la gente de las maldiciones del pacto para llevarlos al arrepentimiento. Vemos ejemplos de esto en Jeremías 8 y Amós 4:1 al 3. Y en muchos casos, los profetas incluso le ofrecían bendiciones a Israel si la nación cumplía con la exigencia del arrepentimiento. Encontramos este tipo de profecía en Joel 2:12 al 27, y en muchos otros lugares.
Ahora que hemos visto la autoridad y la tarea de los profetas bíblicos, debemos mencionar brevemente los métodos que usaban para lograr su trabajo.
Sin duda alguna, el método más común que los profetas utilizaban para lograr su tarea era hablar. Los profetas realizaban su trabajo principalmente proclamando las palabras de Dios a su pueblo. Acusaban a la gente de pecado, le exigían obedecer, la animaban a perseverar, le advertían sobre los juicios y le ofrecían bendiciones. Decían parábolas. Predecían el futuro. Oraban. E incluso intercedían por el pueblo de Dios. Vemos esto cientos de veces en las Escrituras. Además, muchos profetas también escribieron sus palabras, razón por la cual encontramos muchos libros proféticos y otros escritos en la Biblia.
Pero los profetas también usaron otros métodos que se basaban más en acciones especiales que en la comunicación verbal. Por ejemplo, el Espíritu Santo les dio a algunos profetas el poder de realizar señales y maravillas proféticas. Estos actos milagrosos de poder testificaban la legitimidad de los profetas como embajadores de Dios y demostraban la intención de Dios de respaldar las advertencias y ofrecimientos que los profetas proclamaban.
Como un ejemplo, el profeta Moisés anunció la voluntad del Señor tanto a los israelitas como a los egipcios y sus palabras fueron acompañadas por un sinfín de milagros y señales como las diez plagas sobre Egipto, la partición del Mar Rojo y muchos otros milagros registrados en el libro de Éxodo, Levítico y Números. Estas obras del poder del Espíritu Santo testificaron que Moisés era un verdadero profeta, y advirtieron tanto a los egipcios como a los israelitas que debían obedecerle.
Los ministerios de los profetas Elías y Eliseo también incluyeron muchos eventos milagrosos, como vemos en 1 Reyes 17 a 2 Reyes 13. El profeta Samuel también realizó milagros como enviar truenos y lluvia en 1 Samuel 12. Y un profeta sin nombre en 1 Reyes 13 dio una señal milagrosa al enfermar la mano del rey Jeroboam. Además de los milagros, muchos profetas también realizaron acciones simbólicas que confirmaban sus mensajes verbales. Incluso se involucraron en encuentros espirituales al exhortar al pueblo de Dios a obedecer los términos de su pacto.
Ver a los profetas como emisarios del pacto de Dios nos ayuda a entender que las amenazas de maldiciones de la Biblia están todas basadas en la relación de pacto entre Dios y su pueblo. Dios no es caprichoso en cuanto a la manera de tratar a su pueblo; él no actúa de manera salvaje y de formas impredecibles. En vez de eso, busca que se cumplan los términos de su pacto y tales términos no son un secreto. Él nos ha dado su ley por su gracia, y ha enviado embajadores para mostrar cómo aplicarla a nuestras circunstancias cambiantes. Dios hace más fácil que su pueblo conozca lo que él requiere porque él quiere que lo sigamos en fidelidad para experimentar sus bendiciones y que logremos las metas de su reino.
Ahora que hemos visto los requisitos y funciones del oficio de profeta enfoquémonos en las expectativas que el Antiguo Testamento creó para los ministerios proféticos del futuro.
Las expectativas del Antiguo Testamento para el futuro oficio de profeta eran básicamente de dos tipos. Por un lado, algunas expectativas habian sido creadas por la naturaleza del desarrollo histórico del oficio. Por otro lado, otras fueron creadas por profecías específicas relacionadas con los profetas del futuro. Veremos ambos tipos de expectativas, comenzando con las basadas en el desarrollo histórico del oficio de profeta.
Debido a que la relación de Dios con la humanidad siempre ha sido gobernada por sus pactos, siempre ha existido el papel de los profetas para recordarle a la gente los términos de tales pactos. Sin embargo a través de la historia este papel ha cambiado ocasionalmente. Conforme a la forma en la que el reino de Dios ha cambiado y crecido a través de la historia, el papel de los profetas se ha ajustado para hacer frente a sus necesidades cambiantes.
Consideremos los papeles de los profetas durante cuatro diferentes etapas de la historia, comenzando con el largo período de la historia antes de que Israel tuviera un rey, el cual llamaremos pre-monarquía. Este es el período de tiempo que corresponde a los pactos de Dios con Adán, Noé, Abraham y Moisés.
En el comienzo del período pre-monárquico, el reino de Dios no se había separado del resto del mundo como una nación en particular. Incluso cuando la nación se había separado en los días de Abraham, todavía no tenía rey. En este punto de la historia, los profetas realizaban una variedad de tareas y eran nombrados con varios títulos descriptivos. En general, podemos decir que hablaban con Dios, recibían visiones y hacían que la humanidad tomara responsabilidad de los pactos de Dios.
Por ejemplo, cuando Dios creó el mundo habló directamente a Adán y Eva y estos recibieron su revelación al caminar y hablar con Dios, como leemos en Génesis 2 y 3. Cumplieron con su papel profético al enseñár a sus hijos acerca de Dios y de su pacto. Algunos de sus descendientes también tuvieron una relación similar con Dios, como Enoc, quién es mencionado en Génesis 5:24.
En los días de Noé, Dios habló directamente con él, como leemos en Génesis 6 al 9. Pero también llamó a Noé a profetizar el pacto del juicio en contra del mundo porque habían pecado tan grandemente contra él, como Pedro enseñó en 2 Pedro 2:5. Más allá de esto, Noé realizó la acción realmente profética de construir el arca y llenarla con animales para confirmar su mensaje.
Dios también habló directamente con Abraham y le reveló sus planes para el futuro. A través de sus conversaciones con Dios y de la comunicación que tuvo de aquellas conversaciones con otras personas, Abraham también desempeñó un papel profético, el cual es mencionado en lugares como Génesis 20:7. Los descendientes de Abraham, Isaac, Jacob y José también sirvieron como profetas de Dios. Recibieron sueños y visiones de Dios y también visitas angelicales. Cada uno de los profetas hizo que la gente tomara responsabilidad del pacto de Dios al proclamarles su palabra a ellos, y al exhortarlos a ser fieles al Señor.
En los días de Moisés encontramos otro período significativo de actividad pre-monárquica. De acuerdo a Números 12:6, Moisés mismo era el profeta prominente de este tiempo. En este punto de la historia, Dios le dio a su pueblo un pacto escrito en la forma de los Diez Mandamientos y del Libro del Pacto en Éxodo 20 al 23. Y se volvió la responsabilidad de Moisés administrar este pacto explicándoselo a la gente, gobernándolos de acuerdo a sus términos y exhortándolos a ser fieles a Dios para recibir las bendiciones del pacto en vez de las maldiciones del pacto. Otros profetas contemporáneos de Moisés y posteriores a él continuaron realizando estas funciones aunque ninguno con tanto alcance y tanta influencia como el ministerio de Moisés.
Mientras que el oficio de profeta había sido extremadamente amplio durante la pre-monarquía, se formalizó claramente en los días de la monarquía cuando la nación de Israel se había asentado en la Tierra Prometida y estaba viviendo bajo el reinado de un rey. El período monárquico comenzó con Saúl, el primer rey de Israel, pero está más asociado con el sucesor de Saúl, David y sus descendientes.
Durante el período monárquico, el oficio de profeta se enfocó en los lugares centrales de poder, especialmente en la corte del rey y la ciudad de Jerusalén, y el número de profetas aumentó. Con el rey como el punto de enfoque del pueblo vasallo de Dios, el trabajo del profeta de recordarle a la gente los términos del pacto de Dios fue logrado comúnmente a través del contacto directo con el rey.
Durante este período, el rol primario de los profetas era recordarles a los reyes y a sus cortes del deber de la nación de servir a Dios fielmente. Por ejemplo, 1 y 2 Reyes y 2 Crónicas registran muchas interacciones entre los profetas y los reyes de Israel y Judá. Aun así, los profetas continuaron hablándole a la gente, recordándole los requerimientos del pacto del Señor y de las consecuencias de su conducta. Los profetas también fueron mandados de las naciones vecinas para vivir en paz con Israel y Judá.
La razón por la que la Biblia menciona a Israel y Judá como dos reinos diferentes — ya que inicialmente eran un sólo reino. Pero después el reino se dividió bajo el hijo de Salomón Rehoboam. Esto sucedió alrededor del año 920 a. C. o algo así, y el reino del norte tenía diez tribus, el del sur tenía dos. El reino del norte fue llamado Israel. La tribu más grande era Efraín, pero todas las 10 tribus fueron llamadas Israel. Y la parte del sur fue llamada Judá, la tribu más grande de ahí, y la capital del sur era, por supuesto, Jerusalén. [Dr. Frank Barker]
Después de la era de Salomón, hubo una división entre el reino del norte y el reino del sur. Al reino del norte se le llamó Israel, y tenía su propio lugar central de adoración. Al reino del sur se le dio el nombre de Judá. Después de la separación de los reinos, vemos que los profetas se dirigen a diferentes lugares. Oseas era profeta de Israel, e Isaías era profeta de Judá. Así hay áreas respectivas de ministerio, relacionadas a estos reinos. [Dr. Mark Gignilliat]
Tristemente, los reyes y el pueblo de Israel y de Judá no obedecieron a los profetas. Y como resultado, fueron eventualmente sujetos a la maldición del pacto del exilio de la Tierra Prometida. El reino del norte de Israel fue exiliado en el año 723 o 722 a. C. y fue hecho prisionero en Siria. El reino del sur de Judá fue exiliado en el año 587 o 586 a. C. y hecho prisionero en Babilonia. El oficio de profeta continuó estando orientado hacia los reyes del pueblo de Dios, incluso durante el exilio. Pero en esta etapa de la historia, no había rey, así que el énfasis era restaurar al rey y al reino para el pueblo de Dios. Para lograr su meta, los profetas animaron al pueblo de Dios a arrepentirse de su pecado, y a regresar a la fidelidad del pacto, para que Dios les diera sus bendiciones. Los profetas también proclamaron que si la gente volvía a Dios, él los fortalecería en el mantenimiento de su pacto para que no cayeran bajo la maldición.
Como leemos en Jeremías 31:33 y 34, el Señor incluso haría que fuera imposible que volvieran a romper el pacto de nuevo, para que vivieran en su ley con entusiasmo. A lo largo de su ministerio, los profetas esperaban persuadir a Dios de restaurar su reino en la Tierra Prometida, bajo el reinado de un descendiente justo de David.
Con el paso del tiempo, el período del exilio llegó a un final parcial durante el período de la restauración. Ésta era posterior al exilio, comenzó alrededor del año 539 o 538 a. C. Todavía no había rey en Israel o en Judá en este momento, pero Jerusalén y el templo fueron eventualmente reconstruidos, y muchas familias regresaron a vivir a la Tierra Prometida. Aún había relativamente pocos profetas en este momento.
Algunos profetas fieles como el profeta Hageo y Zacarías mantuvieron su vista en los líderes y la población general para animarlos a ser fieles a Dios. Exhortaron a la nación a ser fieles durante los intentos de restauración para que Dios los guiara hasta que se terminara de completar. Desafortunadamente, la gente no escuchó las advertencias proféticas y los esfuerzos de restauración flaquearon. Durante este período de restauración, las expectativas del reino eran que Dios eventualmente cumpliría las promesas que le hizo a David, regresando a uno de sus herederos al trono de Judá.
Vemos esta esperanza expresada en lugares como Zacarías capítulos 12 y 13. En el comienzo, la esperanza era que la obediencia del pueblo movería a Dios para bendecirlos. Pero al flaquear la restauración, la esperanza se volvió que, con el tiempo, Dios tendría compasión de su pueblo a pesar de su pecado, y restauraría el reino por el bien de su propio nombre.
Siguiendo el desarrollo histórico del oficio de profeta, podemos ver que los profetas siempre fueron embajadores con autoridad, a quienes se les había dado la tarea de hacer que el pueblo de Dios se hiciese responsable de su pacto. Y esta coherencia creó una expectativa particular para los ministerios proféticos del futuro.
Específicamente, al indicar que los futuros profetas de Dios también serían sus emisarios con autoridad, cuyo trabajo sería recordarle a su pueblo de la benevolencia que Dios tuvo hacia ellos, y la lealtad que él requería de ellos, y de las consecuencias en cuanto a bendiciones y maldiciones. Pero también hubo expectativas creadas por las maneras en que el oficio de profeta cambiaba con el tiempo. En el comienzo, los profetas de Dios no estaban asociados cercanamente con el oficio de rey. Pero una vez que Israel tuvo un rey, vemos que el rol de profeta estuvo estrechamente ligado al oficio real y que cada vez que cambios sustanciales afectaban el oficio de rey, hubo repercusiones en el oficio de profeta. Así que las expectativas para el oficio de profeta en el período del Nuevo Testamento tenían que estar trazadas principalmente desde la última etapa de la historia del Antiguo Testamento, es decir, la restauración posterior al exilio, cuando el pueblo de Dios estaba esperando todavía un regreso davídico al trono. En particular, la expectativa era que los futuros profetas proclamarían y acompañarían al rey mesiánico escoltando la nueva era de fidelidad al pacto de Dios.
Además de las expectativas del Antiguo Testamento para los profetas futuros, que estaban basadas en el desarrollo histórico del oficio, también habían expectativas creadas por profecías específicas relacionadas con los profetas del futuro.
Hay demasiadas profecías en el Antiguo Testamento acerca de los profetas del futuro como para mencionarlas todas. Así que para los fines de esta lección, limitemos nuestra discusión a solamente tres. La primera que mencionaremos es la esperanza de que Dios cumpliría en su debido tiempo, la profecía del exilio de que un profeta especial será el mensajero del Señor mismo. De acuerdo a Isaías 40:3 al 5, un profeta especial anunciaría que el Señor vendría a conquistar a todos sus enemigos y a restaurar la monarquía davídica. Y una vez que esté mensajero apareciera, la restauración sería inminente.
Segundo, la gente también seguía esperando un profeta final como Moisés, que se levantaría para guiar a la gente en justicia, tal como Moisés hizo en el período pre-monárquico. Recordemos las últimas palabras del Señor a Moisés en Deuteronomio 18:18:
Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare. (Deuteronomio 18:18)
En el Antiguo Testamento tenemos una anticipación de la venida de nuestro Señor Jesucristo, en función de su obra, de profeta, sacerdote y rey. Deuteronomio 18 es un pasaje muy, muy importante que habla de un profeta en el futuro que va a venir, como Moisés. En el contexto del Antiguo Testamento, Moisés, se encontró con Dios cara a cara, que recibió la revelación de Dios de manera única. De hecho, Moisés fue una especie de pináculo para todos los profetas. Al estudiar todo el Antiguo Testamento, particularmente al final de Deuteronomio 34, hay un anuncio de que ningún profeta como Moisés todavía ha surgido. Preparándonos para uno que vendrá que será como Moisés y aún más grande, que hablará la palabra de Dios, que nos dará la verdad de Dios, que conocerá a Dios cara a cara y que culmina en nuestro Señor Jesucristo. Juan 1 retoma esto. Nuestro Señor, quien ha conocido al Padre por toda la eternidad, es quien lo revela. Hechos 3 lo retoma también, este es el cumplimiento, Jesús es el que trae el reino de Dios, él hace que se cumpla la revelación de Dios. Él es el que cumple el papel de Moisés aún de manera más amplia. Y Hebreos 1 particularmente hace énfasis de que lo que Dios dijo a través de los profetas, incluyendo Moisés, culminó en Jesucristo, su Hijo, quien cumple la revelación. [Dr. Stephen Wellum]
En cierto nivel, el pueblo de Dios siempre esperó que su Señor enviaría un profeta como Moisés. Tristemente, ningún profeta del Antiguo Testamento pudo demostrar que tenía los mismos dones espirituales que Moisés poseía o traer todas las bendiciones del pacto de Dios. Pero en los días de la restauración, se tuvo la renovada esperanza de que Dios finalmente estaba a punto de enviar este profeta a restaurar el reino.
Tercero, había una expectativa de que cuando el reino estuviera totalmente restaurado en el futuro, también habría una restauración de la profecía. Los falsos profetas serían purgados de la tierra, y el número de profetas verdaderos incrementaría. Tal como la restauración que el profeta Zacarías escribió en el capítulo 13:2 de su libro:
Y en aquel día, dice Jehová de los ejércitos, quitaré de la tierra los nombres de las imágenes, y nunca más serán recordados; y también haré cortar de la tierra a los profetas y al espíritu de inmundicia. (Zacarías 13:2)
Además, la gente todavía estaba esperando el cumplimiento de la profecía de Joel acerca de la multiplicación de los verdaderos profetas de Dios que se ocuparían de todas las bendiciones del pacto de Dios. Escuchemos lo que Joel profetizó en Joel 2:28 y 29:
Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días. (Joel 2:28-29)
Estos días futuros a los cuales Joel se refirió con el término aquellos días eran los últimos tiempos, los últimos días, cuando Dios establecería su reino sobre toda la tierra y se derramarían sus máximas bendiciones en su pueblo.
Era de esperarse que en aquel tiempo la profecía sería extremadamente común entre el pueblo fiel de Dios, al promover todos el pacto de Dios y animarse los unos a otros a alabarle.
El Antiguo Testamento cierra con un Israel en desorden y con poca esperanza para el éxito inmediato del reino. Aun así, los fieles en Israel mantuvieron la confianza de que Dios eventualmente cumpliría todas las expectativas del Antiguo Testamento para su reino y que lograría esto en parte a través del oficio de profeta. Y como veremos eso es exactamente lo que pasó en el ministerio de Jesús.
Habiendo investigado el trasfondo en el Antiguo Testamento de las responsabilidades y del ministerio que Dios le dio a sus profetas, estamos listos para ir hacia nuestro segundo tema principal: el cumplimiento del oficio profético en la persona de Jesús.
El Nuevo Testamento pone claro que Jesús es el máximo profeta. Él está perfectamente calificado para servir como el embajador con autoridad del pacto de Dios. Él ejecuta perfectamente las funciones del oficio y en él se cumplen todas las expectativas proféticas del Antiguo Testamento.
Nuestra discusión del cumplimiento de Jesús de la función profética se enfocará en las mismas categorías que usamos para describir a los profetas del Antiguo Testamento y su trabajo, específicamente: los requisitos, función y expectativas del oficio. Veamos primero la forma en la que Jesús cumplió los requisitos de un profeta.
Como vimos anteriormente, los verdaderos profetas de Israel tenían que cumplir con cuatro requisitos: Tenían que ser llamados por Dios. Se les había dado la palabra de Dios para hablar con la gente. Se les requería que fueran leales a Dios, hablando sólo lo que Dios les había ordenado. Y su mensaje tenía que ser confirmado como auténtico a través del cumplimiento de éste. Como veremos, Jesús cumplió cada uno de estos requisitos. En primer lugar, Jesús fue llamado por Dios.
Jesús fue específicamente llamado por Dios para ser su profeta. Podemos ver esto claramente en los eventos que rodearon su nacimiento, bautizo y transfiguración. Escuchemos las palabras del profeta Simeón en el nacimiento de Jesús en Lucas 2:30 al 35:
Porque han visto mis ojos tu salvación, La cual has preparado en presencia de todos los pueblos; Luz para revelación a los gentiles, Y gloria de tu pueblo Israel He aquí, éste está puesto para señal que será contradicha para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones. (Lucas 2:30-35)
Simeón reveló que desde el momento del nacimiento de Jesús, nuestro Señor fue llamado a ser una revelación y una señal profética para su pueblo.
Además de esto, en el bautizo de Jesús, Dios Padre y el Espíritu Santo mostraron que Jesús había sido llamado como un profeta. En Mateo capítulos 3 y 4, Marcos 1 y Lucas capítulos 3 y 4, Dios Padre habló de manera audible y el Espíritu Santo apareció como una paloma para mostrar que Jesús era el Hijo de Dios que había sido nombrado para un misterio especial. En todos estos capítulos, el bautizo de Jesús lo reserva para su ministerio público de proclamar el mensaje profético de arrepentimiento y la venida del reino de Dios. Pero tal vez la acción que más claramente identificó a Jesús como profeta fue su transfiguración, la cual es descrita en Mateo 17:2 y 3:
[Jesús] se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz Moisés y Elías, [estaban] hablando con él. (Mateo 17:2-3)
Jesús apareció con los más grandes profetas del Antiguo Testamento: Moisés, el dador de la ley y el estándar para aquellos que hablarían las palabras de Dios a su pueblo; y Elías, el que hacía milagros, cuya predicación llamó a la infiel casa de David al arrepentimiento. Sólo por su presencia con estos dos hombres, Jesús fue mostrado como un gran profeta. Pero notemos lo que pasó después de esto en Mateo 17:4 y 5:
Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd. (Mateo 17:4-5)
Dios ordenó a Pedro y a los otros discípulos que no escucharan a los tres profetas, sino sólo a Jesús. Debían prestar atención a Jesús por encima de Moisés y Elías. De esta forma, Dios mismo demostró que Jesús era el profeta máximo de todos los tiempos.
Es interesante que en el relato de la transfiguración, Dios ordena a los discípulos a que escuchen a Jesús. Creo que es importante reconocer, que no les instruyó que abandonaran a Moisés o a Elías, sino a darle mayor importancia a Jesús. Lo principal de ese momento, creo yo, era establecer el hecho de que Jesús es el cenit de la revelación de Dios. La tradición de los judíos era reconocer y respetar a Moisés como la encarnación de la Ley, y a Elías como uno de los más famosos profetas. No es que la ley sea obsoleta, o que los profetas sean obsoletos. Ciertamente, no queremos abandonar nuestro Antiguo Testamento. Pero aquí estamos subrayando la naturaleza superior de la revelación de Jesucristo. Es más bien, como el primer capítulo de la epístola de los Hebreos, en donde Dios nos habló en muchas ocasiones de muchas maneras diferentes a través de sus profetas, pero ahora, hemos llegado a lo más puro y lo más completo. Dios no estaba enviando un mensajero aquí, sino Dios mismo estuvo entre nosotros. Eso, creo yo, es lo que subyace al mandato en la transfiguración. [Dr. Glen Scorgie]
Para el segundo requisito, Jesús declaró específicamente que se le había dado la palabra por Dios para decirla.
Tomemos por ejemplo las palabras de Jesús registradas en Juan 14:24:
Y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió. (Juan 14:24)
Jesús hizo declaraciones similares en lugares como Juan 12:49 y capítulo 14:10. De hecho, en Juan 1 Jesús está realmente refiriéndose a la palabra de Dios.
La palabra "Verbo" usada en Juan capítulo 1, la palabra griega "logos" ha sido discutida mucho por los teólogos a través de los años. Podría ser cierto que había un entendimiento griego sobre la idea de Dios como razón o que Dios es sabiduría, pero la idea de la palabra del Señor, la palabra de Dios es un tema muy dominante en el Antiguo Testamento. Juan puede estar reconociendo temas que eran usados en la filosofía griega, aplicándolas a Jesús como el Verbo de Dios, la revelación de Dios, el Dios que dijo: "Hágase la luz" habló y sucedió, y tal vez Juan estaba diciendo eso cuando el Verbo se hizo carne e hizo su morada entre nosotros, él vino con toda la autoridad y el poder comunicativo que Dios ha ejercido a lo largo de todo el Antiguo Testamento también. [Dr. Simon Vibert
Primero, podemos ver el Verbo de Dios como una persona, el Señor Jesucristo, y en segundo lugar como el discurso de Dios. Pero Juan se refiere a él como el "Verbo de Dios." Y lo primero que hace en ese sentido es básicamente comunicarnos el papel de nuestro Señor en hacernos conocer al Padre. Y el escritor hebreo diría que nadie ha visto nunca al Señor, pero Jesucristo que estaba en su seno, obviamente vino y nos lo ha hecho conocer. [Rev. Larry Cockrell]
Si es que Juan hizo algo evangelístico, es que se dirigía al punto de decir éste es Dios, y tenemos que ver qué hacemos con ello. En Juan 20:28, en donde el autor quiere que hayamos visto a Jesús como Dios, diciéndonos la Palabra de Dios. Podemos confiar en esto porque él es el Verbo de Dios. [Dr. John McKinley]
Tercero, Jesús cumplió el requisito profético de ser leal a Dios.
A lo largo de su ministerio, Jesús insistió continuamente que él estaba haciendo la voluntad del Padre. Dijo e hizo sólo aquellas cosas que el Padre le había mandado. Vemos esto en muchos lugares, como en Juan 5:19 y 30, y capítulo 8:28. Jesús también dejo claro que todas sus palabras y acciones eran consistentes con aquellas de los profetas que habían venido antes de él. Por ejemplo, habló de manera aprobatoria acerca del ministerio de Juan el Bautista en Mateo 11:9 al 14. Afirmó al profeta Jonás en Mateo 12:38 al 45. Inauguró su propio ministerio en Lucas 4 clamando cumplir lo dicho en Isaías 61 y prometió la llegada de un profeta ungido. De hecho, Jesús afirmó repetitivamente y constantemente la verdad y validez continua de las Escrituras del Antiguo Testamento. Como dijo en Mateo 5:17:
No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. (Mateo 5:17)
De ésta y de otras formas Jesús mostró que todo lo que dijo e hizo fue una demostración de lealtad total a Dios.
Finalmente, Jesús también cumplió los requisitos de que sus mensajes proféticos fueran validados por su cumplimiento.
A menudo, los evangelios prueban el estatus de Jesús como un profeta auténtico señalando que sus profecías fueron cumplidas. Algunas veces las palabras se hacían verdad inmediatamente, como cuando controló la naturaleza con éxito, realizó exorcismos, sanó a los enfermos y levantó a los muertos. En estos casos, cosas como el clima, los demonios, las enfermedades e incluso la muerte misma inmediatamente obedecieron sus mandatos proféticos llenos de autoridad. Otras veces, sus profecías fueron cumplidas más tarde como cuando predecía el futuro. Por ejemplo, en Juan 18:9, Juan proveyó este comentario:
Para que se cumpliese aquello que había dicho: De los que me diste, no perdí ninguno. (Juan 18:9)
Aquí, Juan se refirió a algo que Jesús había dicho en su oración de sumo sacerdote en Juan 17:12, e indicó que las palabras de Jesús habían sido cumplidas.
Las palabras de Jesús que se referían a su inminente muerte y resurrección también se cumplieron, como vemos en lugares como Mateo 16:21, capítulo 20:18 y 19 y Juan 18:32. A través de cumplimientos como éste, Jesús fue mostrado como un verdadero profeta de Dios. Pero no todas las profecías de Jesús fueron cumplidas en su vida. Muchas de ellas tenían que ver con el futuro y a menudo con el futuro distante. En algunos casos, el cumplimiento de estas profecías está registrado en otras partes de la historia. Por ejemplo, escuchemos la profecía que Jesús dio en Lucas 21:5 y 6:
Y a unos que hablaban de que el templo estaba adornado de hermosas piedras y ofrendas votivas, dijo: En cuanto a estas cosas que veis, días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra, que no sea destruida. (Lucas 21:5-6)
Jesús dijo que el templo judío sería destruido porque los judíos se rehusaron a arrepentirse de sus pecados. Pero el templo seguía en pie cuando Jesús murió. Fue destruido poco después, cuando los romanos saquearon a Jerusalén en el año 70 d. C.
Obviamente, no todas las profecías de Jesús han sido cumplidas. Por ejemplo, él no ha regresado a consumar el reino de Dios. Pero lo hará. De hecho, podemos y debemos estar totalmente confiados de que Jesús cumplirá todas sus promesas con el tiempo, porque en cada caso podemos evaluar sus profecías con las Escrituras y el resto de la historia, sus palabras siempre han sido confirmadas como auténticas por su cumplimiento. Y como sus palabras siempre han sucedido en el pasado, podemos esperar también que se vuelvan realidad en el futuro.
Creo que la confianza que tenemos es que si regresamos a la historia del Antiguo Testamento podemos ver cómo Dios ha cumplido sus promesas en la primera venida del Señor Jesucristo. Paso a paso a lo largo de su primera promesa en Génesis 3:15, a través de la revelación profética que tenemos, Dios ha estado anticipando la venida de su hijo, el Mesías. Todo eso sucedió y fue cumplido hace 2000 años. Cuando Jesús dice que regresará, así sucederá. Podemos estar seguros, dado a que Dios ha mantenido sus promesas en el pasado, que lo seguirá haciendo en el futuro. [Dr. Stephen Wellum]
Habiendo visto que Jesús cumplió los requisitos del oficio profético, estamos listos para ver su cumplimiento de la función de ese oficio.
Como hemos dicho a través de esta lección, los profetas eran los embajadores del pacto de Dios. Explicaban su voluntad a su pueblo. Le exhortaban a arrepentirse de su rebelión y los animaban a servir a Dios lealmente. En particular, hemos visto tres aspectos de su función: su autoridad, su tarea y sus métodos.
En este punto de nuestra lección, describiremos la función de Jesús como profeta haciendo un paralelo de la función de los profetas del Antiguo Testamento. Primero veremos la autoridad de Jesús para representar a Dios. Segundo, veremos que su tarea era similar a la de los profetas del Antiguo Testamento. Y tercero, mostraremos que sus métodos eran similares a los de ellos. Veamos primero la autoridad de Jesús para representar a Dios.
El Nuevo Testamento deja muy claro que Jesús tenía autoridad para hablar en nombre de su Padre. Vemos esto en pasajes como Juan 7:16 al 19, capítulo 12:49 y 50, y capítulo 14:24. En estos pasajes, Jesús habló con una autoridad que le había sido delegada por Dios Padre. Como Jesús le dijo a las multitudes en Jerusalén en Juan 7:16 al 19:
Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en él injusticia. (Juan 7:16-19)
La autoridad de Jesús venida del Padre también es evidente en su enseñanza de que cualquiera que lo recibiera a él también recibiría al Padre, y cualquiera que lo rechazara también rechazaría al Padre. Esto es claro en muchos pasajes como en Mateo 10:40, Marcos 9:37, Lucas 9:48, y Juan 13:20 y capítulo 12:44. A manera de ejemplo, escuchemos las palabras de Jesús en Lucas 10:16:
El que me desecha a mí, desecha al que me envió. (Lucas 10:16)
Aquellos que se alejan de la persona y mensaje del mensajero autoritativo de Dios con el tiempo reconocerán la autenticidad de su mensaje. Pero, tristemente, para ese entonces pueden ya haber perdido la oportunidad de responder. Escuchemos el relato de la confrontación de Jesús con sus oponentes en Juan 8:26 al 28:
Muchas cosas tengo que decir y juzgar de vosotros; pero el que me envió es verdadero; y yo, lo que he oído de él, esto hablo al mundo. Pero no entendieron que les hablaba del Padre. Les dijo, pues, Jesús: Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. (Juan 8:26-28)
Con este entendimiento de la autoridad profética de Jesús en mente, estamos listos para ver la tarea que le fue dada a Jesús para cumplir.
Como hemos notado antes, dado que los profetas eran los embajadores del pacto de Dios, se les asignó la tarea de recordarle al pueblo de Dios los detalles de su pacto y de animarlos a obedecer sus términos. Y en su papel como profeta, esta tarea también le fue asignada a Jesús.
Vemos esto especialmente en la manera en que Jesús anunció las buenas noticias de que las etapas finales del reino de Dios estaban llegando. Primero, en todas sus enseñanzas acerca del reino de Dios, él proclamó la verdad del reinado de Dios y su autoridad y por lo tanto afirmó la existencia del pacto de Dios con su pueblo. Vemos esto en muchos lugares, incluso en el Padre Nuestro en Mateo 6:10, en donde Jesús le enseñó a sus discípulos a pedirle a Dios que su reino viniera a la tierra, y que su voluntad fuera hecha. Segundo, Jesús también se ocupó de que los términos del pacto siguieran ejerciéndose, los cuales la gente había fallado en obedecer. Esto es claro en sus exhortaciones de que la gente se arrepintiera de sus pecados, como en Mateo 4:17 y Marcos 1:15. Y tercero, Jesús afirmó las consecuencias de su pacto. Por ejemplo, en las siete advertencias de Mateo 23, Jesús exhortó al pueblo de Dios a obedecer a Dios para evadir su juicio. Y en las Bienaventuranzas al comienzo del Sermón del Monte en Mateo 5:3 al 12, ánimo al pueblo de Dios a pedirle a Dios misericordia para recibir sus bendiciones. Escuchemos la manera en que Jesús resumió su tarea al principio de su ministerio público en Lucas 4:17 al 21:
Y se le dio el libro del profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros. (Lucas 4:17-21)
Aquí, Jesús se identificó específicamente él mismo como el mensajero o anunciador de la restauración del reino que había sido profetizado en Isaías 61.
Isaías enseñó que cuando Dios viniera para traer el juicio final contra sus enemigos y extender su reino a través de Israel al mundo entero, comenzaría esta obra a través de un profeta especial. Ese profeta anunciaría las buenas nuevas o evangelio de que el reino de Dios finalmente habría llegado. En el curso de ese anuncio, el profeta también le recordaría al pueblo del pacto de Dios sus obligaciones - animándolos a arrepentirse de sus pecados para evadir las maldiciones del pacto, y para perseverar en fidelidad para así recibir las bendiciones del pacto. Y de acuerdo al propio testimonio de Jesús, nuestro Señor mismo era ese profeta.
¿Cuál es la relación entre el evangelio y el reino de Dios? En el evangelio de Marcos capítulo 1, las primeras palabras registradas de Jesús son: "El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio." El evangelio son las buenas nuevas que proclaman que el reino de Dios ha venido a este mundo. Por lo tanto, todos los milagros de Jesús son señales del reino que vendrá. Como el gobierno y el reino de Dios están aquí, nuestros pecados son perdonados. Los ciegos pueden ver. Los cojos pueden caminar. Los leprosos son limpiados. Los demonios son echados fuera. Los muertos son resucitados: Todas estas son buenas nuevas. La buena nueva, por supuesto, en su esencia, es la cruz - la muerte y resurrección de Jesucristo. Si Jesús no hubiera muerto y resucitado, él no habría ganado nuestra salvación. No hubiera vencido el poder de la muerte. Y el reino de Dios no habría venido a nosotros. Por lo tanto, el evangelio son las mejores nuevas. La venida del reino de Dios es la mayor bendición y alegría para la raza humana. [Dr. Peter Chow]
Una de las verdaderas preguntas del Nuevo Testamento es: ¿Cuál es la relación entre el evangelio y el reino de Dios? Comencemos entendiendo que el reino de Dios es el gobierno y reinado de Dios en los corazones de los hombres y mujeres. Y ese gobierno y reinado se manifiestan en cada esfera de la vida que tocan. La manera en que llegan a ese gobierno y ese reinado es a través del mensaje del evangelio, el euangelion, las buenas nuevas de que Cristo ha dado su vida en la cruz por sus pecados. Y a través de ese poder transformador del evangelio, ellos son llamados a transformar el mundo y llevar la obra de Dios del reino a cada área de su vida. [Dr. Jeff Lowman]
Ahora que hemos visto la autoridad y la tarea profética de Jesús, veamos a los métodos usados para cumplir su ministerio.
Como los profetas del Antiguo Testamento, el principal método de Jesús para cumplir su tarea profética era hablar. Es decir, hacía a la gente responsable del pacto de Dios, principalmente proclamándoles la palabra de Dios. Los acusaba de pecado; les mandaba a arrepentirse y obedecer la voluntad de Dios como había sido revelada en las Escrituras; los animaba a perseverar en fidelidad; les advertía del juicio venidero; y les ofrecía bendiciones a aquellos que eran fieles. Decía parábolas, predecía el futuro, oraba, e intercedía por el pueblo de Dios. Interesantemente, algo que Jesús no hizo fue escribir sus enseñanzas para nosotros en las Escrituras. Pero, tal como los antiguos profetas del Antiguo Testamento, tenía discípulos que hacían esto por él. El Nuevo Testamento contiene cuatro evangelios: Mateo, Marcos, Lucas y Juan en los cuales los discípulos de Jesús registraron su ministerio profético hablado. Y como los profetas del Antiguo Testamento, Jesús también usó muchos métodos, además de hablar para conducir su ministerio profético - métodos que se basaban más en acciones especiales que en comunicación verbal. Tal vez la manera más obvia de esto de que esto es verdad es en sus milagros. Jesús realizó más milagros que ningún otro profeta en la historia del pueblo de Dios. Y las obras milagrosas de Jesús de poder testificaron su legitimidad como embajador de Dios; demostraron la aprobación fuerte de Dios de todo lo que Jesús dijo. Como Jesús dijo en Juan 10:25:
Las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí. (Juan 10:25)
Jesús también realizó muchas acciones simbólicas como los profetas del Antiguo Testamento. Por ejemplo, recibió el bautizo de Juan el Bautista como un acto simbólico en Mateo 3:15 al 17. Y como los profetas del Antiguo Testamento, Jesús también se involucró en encuentros espirituales. Por ejemplo, triunfó sobre la tentación del diablo en Mateo 4:1 al 11 y Lucas 4:1 al 13. Y expulsó demonios en Marcos 1:25 y 26 y capítulo 5:13.
Viendo la autoridad, tareas y métodos proféticos de Jesús podemos ver que realmente llenó su oficio de profeta. Y por eso podemos estar seguros de que todo lo que profetizó se cumplirá; las palabras de Jesús son fidedignas y verdaderas. Y por lo tanto tenemos una obligación para escucharlas y obedecerlas. Para aquellos de nosotros que estamos en el pacto de la comunidad de Dios, la obediencia a las palabras de Jesús nos lleva a las bendiciones del pacto de Dios, mientras que nuestra desobediencia nos lleva a la disciplina. Y para aquellos que no son parte del pueblo de Dios, las palabras proféticas de Jesús son tanto una advertencia de juicio como una oferta de vida para aquellos que se arrepientan de sus pecados y lo reciban a través de la fe.
Habiendo visto que Jesús llenó tanto los requisitos y la función del oficio de profeta, veamos brevemente cómo cumplió las expectativas del Antiguo Testamento para el oficio profético en el futuro.
Anteriormente en esta lección, habíamos dicho que al final del Antiguo Testamento había por lo menos tres expectativas para los profetas durante los períodos finales del reino de Dios: que hubiera un mensajero del Señor; que hubiera un profeta final como Moisés; y que hubiera una restauración de la profecía. Y como veremos, todas estas expectativas se cumplieron en la persona y ministerio de Jesús. Veamos cada una de estas expectativas en relación a Jesús comenzando con el mensajero del Señor.
El mensajero profetico esperado había sido profetizado en Isaías 40:3 al 5, en donde leemos estas palabras:
Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios. Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane. Y se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá; porque la boca de Jehová ha hablado. (Isaías 40:3-5)
El profeta especial predijo aquí que se anunciaba la llegada del Señor, quién conquistaría a los enemigos y restauraría la monarquía Davídica.
De hecho, Jesús era tanto el Señor que vino a derrotar a sus enemigos, como el rey que era el heredero del trono de David. A través de Jesús, Dios estaba cumpliendo todas las profecías acerca de los últimos días del reino de Dios. ¿Pero quién era su mensajero? ¿Cómo se estaba cumpliendo la profecía acerca del mensajero del Señor en Jesús? Era Juan el Bautista, quien anunció la venida de Jesús. Escuchemos las palabras de Juan el Bautista en el evangelio del apóstol Juan 1:23:
Dijo: Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías. (Juan 1:23)
A Juan el Bautista, se le había asignado el papel de anunciar la llegada de Dios, que vendría como guerrero para conquistar a sus enemigos y bendecir a su pueblo. Y aquél a quien el mensajero anunció, era Jesús. Escuchemos el relato del evangelio de Juan 1:32 al 34:
También dio Juan [el Bautista] testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre [Jesús.] Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios. (Juan 1:32-34)
Juan desarrolló su misión profética al identificar a Jesús como el Hijo de Dios que había venido a traer el reino de Dios a través de la derrota de los enemigos de Dios y la restauración del trono de la casa de David.
La segunda expectativa del Antiguo Testamento para la profecía futura que Jesús cumplió fue la de que habría un último profeta como Moisés.
En Deuteronomio 18:15, Moisés le dijo estas palabras a Israel:
Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis. (Deuteronomio 18:15)
En Hechos 3:22 y 23, Pedro explícitamente enseñó que Jesús era aquel profeta como Moisés a quién el Antiguo Testamento había anticipado.
Jesús realizó milagros en una escala que no había sido vista desde Moisés. Profetizó con gran conocimiento, más que ninguno desde Moisés. Conoció a Dios cara a cara como Moisés. Y Jesús aseguró que todos aquellos que respondieran con fe a su enseñanza profética serían contados como guardianes perfectos del pacto, y por lo tanto heredarían las bendiciones totales del reinado del pacto de Dios. Como leemos en Hebreos 3:5 y 6:
Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo, para testimonio de lo que se iba a decir; pero Cristo como hijo sobre su casa, la cual casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza. (Hebreos 3:5-6 [RV95])
De hecho, el Nuevo Testamento enseña que Jesús no fue únicamente el más grande profeta desde Moisés, sino el más grande profeta de todos los tiempos. Hebreos 1:1 y 2 enseña que antes de Jesús, la actividad de Dios a través de sus profetas se desarrolló a lo largo de un gran período de tiempo e incluyó una variedad de formas y aproximaciones. Pero en estos días de la restauración del reino de Dios, Dios ha usado incluso una revelación más grande a través de su Hijo, el profeta más grande de todos. Como vemos en Juan 1:18 y capítulo 14:9, Jesús es la más completa y más clara revelación de la identidad del Padre, de su voluntad y salvación. De hecho, de acuerdo a Juan 1:14, Jesús es la mismísima Palabra de Dios encarnada.
La superioridad de la revelación de Jesús de todos los profetas anteriores, se basa en el hecho de que Jesús no solamente proclamaba la palabra de Dios, sino que él es el mismo Verbo encarnado de Dios. Los demás profetas, a pesar de lo notable de su ministerio, eran voceros de la palabra de Dios. Cuando Jesús viene — es un portavoz de Dios — predica el reino de Dios; el arrepentimiento; los mandamientos de Dios, pero debido a su encarnación, también encarna la identidad de Dios. [Dr. Robert G. Lister]
Cuando Jesús viene como profeta Y viene como profeta, sacerdote y rey, cumpliendo estos papeles en Israel, todos los oficios son cumplidos en Cristo. Como profeta, él es el que fue profetizado por Moisés mismo: "Uno que vendría como yo." Él realmente pondría un final a la profecía. La razón por la cual Dios habló de una forma final a través de su Hijo fue porque ninguno de los otros profetas eran Dios, y ninguno de los otros profetas podían asumir junto con ellos la revelación total de Dios. Pero entonces vino aquél que realmente es el revelador. Aquel que conoce quién es Dios porque él es Dios. Él conoce todos los planes de Dios. Conoce la santidad de Dios. Sabe precisamente lo que se necesita hacer, con el fin de propiciar a Dios. Así que él carga con cada asunto que Dios tiene, todo lo que a Dios le interesa, lo sabe porque él es Dios. La gracia de la revelación de Cristo en su persona y después en sus palabras, como nuestro profeta, nos muestra que no hay otra pregunta más que necesitemos preguntar sino sólo aquello que Cristo mismo nos ha revelado ya que él es lo suficientemente sabio para saber lo que puede revelar y lo que no debe revelar. Y tiene total conocimiento para darnos la verdad absoluta y el ejemplo absoluto en todo lo que hace. Él es el profeta perfecto. [Dr. Thomas Nettles]
El significado de Jesús como el cumplimiento del oficio profético no puede ser enfatizado de más. Él es la más clara y la más pura revelación de la voluntad y propósitos del Padre, revelando tanto los mandatos de Dios y las promesas de Dios para la restauración de su pueblo.
La tercera manera en que vemos las expectativas del Antiguo Testamento para la profecía cumplidas en Jesús tiene que ver con la restauración de la profecía.
Como hemos visto, el Antiguo Testamento anticipó un día en el cual los profetas falsos serían eliminados y los profetas verdaderos serían extremadamente frecuentes dentro del pueblo de Dios. Y a través de Jesús, esta expectativa comenzó a hacerse realidad. Con respecto a la multiplicación de los verdaderos profetas, esto comenzó cuando Jesús le ordenó a muchos de sus apóstoles predicar la palabra con poder alrededor del mundo. Y continuó en el día del Pentecostés cuando él derramó su Espíritu sobre la iglesia, con el resultado de que todos empezaron a profetizar en lenguas. Escuchemos la descripción de este evento en Hechos 2:4, seguida por la explicación de Pedro en Hechos 2:14 al 17:
Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen Entonces Pedro les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras Esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán. (Hechos 2:14-18)
En la iglesia primitiva, Jesús envió a su Espíritu para fortalecer a la iglesia para la profecía. Aunque muchas iglesias modernas a menudo debaten la presencia de tal profecía, nadie puede dudar que éste fuera un ministerio poderoso y prevalente que Jesús usó para establecer su iglesia en los primeros días de su reino.
¿Pero qué podemos decir acerca de la falsa profecía? ¿Cómo se cumplió en Jesús la expectativa del Antiguo Testamento del final de la falsa profesía? Después de todo, muchos pasajes del Nuevo Testamento identifican la falsa profecía como un problema para la iglesia que sigue sucediendo. Vemos esto en Mateo 7:15 y capítulo 24:11 y 24, 2 Pedro 2:1, 1 Juan 4:1, y otros pasajes. Bueno, la respuesta es de dos maneras. Por un lado, la profecía falsa comenzó a ser restringida por la multiplicación de los verdaderos profetas, cuyo trabajo era descubrir y condenar la profecía falsa. Escuchemos la enseñanza de Pablo sobre este asunto en 1 Corintios 14:29:
Asimismo, los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen. (1 Corintios 14:29)
Pablo dejó claro que uno de los trabajos de los verdaderos profetas de la iglesia era sacar de raíz y censurar a los falsos profetas.
Por otro lado, es claro que la profecía falsa es un problema continuo. Pero con el tiempo, Jesús se deshará completamente de los falsos profetas y de sus palabras. Cuando él regrese con su juicio y consume su reino, destruirá a todos los falsos profetas finalmente e irrevocablemente. Hasta que llegue ese momento, nosotros vivimos en la tensión de saber que Jesús ha inaugurado su reino y comenzó a restringir la profecía falsa, pero que todavía no ha llevado a cabo el juicio que terminará la profecía para siempre.
Jesús está perfectamente calificado para el oficio de profeta; él desarrolló fielmente y verdaderamente las funciones de profeta; y cumple las expectativas del Antiguo Testamento para el oficio de profeta. Y estas son buenas noticias. En el Antiguo Testamento, Dios le promete a su pueblo que un día un profeta como Moisés surgiría para guiar al pueblo hacia la fidelidad al pacto. Y ahora, en Jesús, la promesa está siendo cumplida. Por esa razón, reconocemos y honramos a Jesús como el más grande profeta de todo los tiempos; escuchamos y creemos sus palabras; y nos sometemos y obedecemos sus enseñanzas. Y hacemos esto con la confianza de que su palabra profética es segura, y que nos va llevar a un gozo eterno de las bendiciones del pacto de Dios.
Habiendo examinado tanto el trasfondo del Antiguo Testamento como el cumplimiento del oficio profético del Nuevo Testamento, estamos listos para ir hacia nuestro tercer tema, la aplicación moderna del trabajo profético de Jesús.
Una forma conveniente de aproximarnos a la aplicación moderna del trabajo profético de Cristo puede encontrarse en el Catecismo Mayor de Westminster, respuesta número 43, que dice:
Cristo desempeña el oficio de profeta, revelando a su iglesia, en todas las épocas, por su palabra y Espíritu, y por revelaciones hechas de diversas maneras, toda la voluntad de Dios, sobre todas las cosas concernientes a la edificación y salvación de su pueblo.
En esta respuesta, el catecismo resume el trabajo profético de Cristo en términos de su revelación a la iglesia. Y menciona por lo menos dos aspectos de la obra reveladora de Cristo. Primero, habla de la revelación de Cristo, específicamente, en todas las épocas, por su palabra y Espíritu, y por revelaciones hechas de diversas maneras. Y segundo, identifica el contenido de la revelación profética de Cristo, a saber, toda la voluntad de Dios, sobre todas las cosas concernientes a la edificación y salvación de su pueblo.
Como el resumen ofrecido por el Catecismo Mayor de Westminster es tan útil, lo usaremos como modelo para nuestra propia aplicación moderna del trabajo profético de Jesús. Primero, consideraremos la extensión de la revelación profética que recibimos de Cristo, y sus implicaciones para nuestras vidas. Y segundo, nos enfocaremos en el contenido de la revelación profética que recibimos de Cristo y las obligaciones que pone sobre nosotros. Reflexionemos primero en la extensión de la revelación que recibimos de nuestro profeta Cristo.
Cuando el catecismo dice que Cristo provee la revelación de su iglesia en todas las épocas, por su palabra y Espíritu, y por revelaciones hechas de diversas maneras, afirma la verdad bíblica de que Cristo es el que nos habla a nosotros a través de toda las Escrituras y la profecía verdadera.
Jesús habló muchas palabras proféticas, pero también envió a su Espíritu Santo para inspirar a los profetas verdaderos anteriores y posteriores, quienes llevaron sus propios ministerios de varias maneras. Y lo más importante de inferir de este proceso es que toda la Biblia, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento es la palabra profética de Cristo a la iglesia. Ahora bien, parecerá extraño pensar que toda la Biblia es la palabra de Cristo. Después de todo, Jesús no escribió ningún libro de las Escrituras. E incluso en los evangelios, además de algunas de las cosas que dijo, no hay muchas cosas. Pero ésta ha sido la enseñanza consistente a través de la historia de la iglesia.
Por ejemplo, el padre de la iglesia primitiva, Orígenes escribió que el trabajo profético de Jesús es la inspiración de las Escrituras en el Prefacio de su trabajo Sobre los Principios, escrito en el comienzo del siglo tercero. Escuchemos lo que dijo:
Al decir "palabras de Cristo" no nos referimos sólo a lo que dijo cuándo se hizo hombre pues antes de ese momento, Cristo, el Verbo de Dios, estaba en Moisés y los profetas Además después de su ascensión al cielo, El habló con sus apóstoles.
Las palabras de Orígenes que han sido afirmadas a través de la historia de la iglesia, afirman que las Escrituras, en todas sus partes son la palabra profética de Cristo. Y esta idea es enteramente bíblica.
La Biblia enseña que el ministerio profético de Jesús realmente precede su encarnación y su ministerio terrenal porque inspiró a los profetas del Antiguo Testamento.
Escuchemos las palabras del apóstol Pedro en 1 Pedro 1:10 y 11:
Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. ( 1 Pedro 1:10-11)
Pedro enseñó que Cristo envió al Espíritu Santo para inspirar y motivar a los profetas del Antiguo Testamento mientras estudiaban y se maravillaban del cumplimiento de las promesas de redención de Dios. En este sentido, todo el Antiguo Testamento es la palabra de Cristo.
De la misma manera en que el ministerio profético de Cristo comenzó antes de su ministerio terrenal, también continuó después de que ascendió al cielo, porque Jesús también envió a su Espíritu a inspirar a los apóstoles y a los demás escritores del Nuevo Testamento en su trabajo. Como Jesús dijo en Juan 16:13 al 15:
El Espíritu de verdad los guiará a toda la verdad Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber. (Juan 16:13-15)
Es importante reconocer que toda la Biblia es la palabra de Dios para nosotros porque afirma que todo libro de las Escrituras tiene autoridad y es relevante para la vida de la iglesia moderna. Recibir a Cristo como nuestro profeta es recibir todas sus palabras como revelaciones del reino de Dios y su pacto, incluyendo tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento. No podemos estar satisfechos con sólo seguir lo que dice Jesús en los evangelios o incluso todo el Nuevo Testamento. Tenemos que leer, entender y obedecer todo en la Biblia porque es la palabra de Cristo para nosotros. Ahora bien, por supuesto que tenemos que hacer esto de maneras qué estén de acuerdo con los cambios históricos importantes. Por ejemplo, revelaciones recientes como el Nuevo Testamento nos muestra cómo entender y aplicar las revelaciones anteriores - como el Antiguo Testamento. - Pero el principio básico se mantiene sin cambios: toda la Biblia es la palabra de Cristo para su iglesia en todas las épocas.
Cuando acudimos a la Biblia, todos, encontramos que tenemos lugares favoritos, tenemos secciones favoritas de la Palabra, y mucha gente, es atraída hacia los evangelios y las palabras de Jesús. En este caso, como la Palabra lo afirma y como los primeros cristianos y las primeras generaciones afirmaron, "toda la Escritura es inspirada por Dios" Por lo que es provechosa. Es útil para enseñar, y útil para corregir nuestras vidas y mostrarnos la forma correcta, cuál es el camino correcto y nivelado, el camino que da vida. Aunque se nos ha permitido tener ciertas preferencias y ser atraídos hacia libros y dichos particulares, todo el testimonio de las Escrituras es importante porque somos personas completas y al relacionarnos con los demás, esto nos acerca más a la Palabra de Dios, vista como la pieza central. [Dr. James D. Smith III]
El entendimiento apropiado de Jesús como nuestro profeta. Quien es el cumplimiento de la totalidad de la revelación profética, en él todas las promesas de Dios se han cumplido, significa que la revelación del Antiguo Testamento también es su palabra. Los mensajes del evangelio en los cuales él habla directamente, son sus palabras. Y por ende también su llamado a los apóstoles. Ellos sirven como sus emisarios, actúan como uno, por el Espíritu bajo inspiración, para darnos su palabra y enseñarnos quién es él y lo que ha hecho. De modo que, sea el Antiguo Testamento, sean los evangelios, sean las epístolas, la Biblia entera es para nosotros y para nuestra instrucción. Es la Palabra de Dios que nos es dada para leer y seguir completamente a la luz de la venida de Jesucristo y todo lo que él ha hecho por nosotros. [Dr. Stephen Wellum]
Con este entendimiento de la extensión de la revelación profética de Cristo en mente, reflexionemos en el contenido de la revelación profética que recibimos de Cristo, y las obligaciones que pone sobre nuestras vidas.
El Catecismo Mayor de Westminster resume el contenido de las Escrituras diciendo que Cristo le reveló proféticamente a su iglesia "toda la voluntad de Dios, sobre todas las cosas concernientes a la edificación y la salvación de su pueblo." Ahora bien, en un sentido, ésta es una afirmación muy amplia que afirma que las Escrituras son suficientes. Pero cuando las vemos en el trasfondo específico del oficio de profeta de Cristo, nos ayuda a ver que la Biblia completa fue entregada a nosotros por Cristo el jefe de los emisario del pacto de Dios, para que nos instruyera acerca de los términos de su pacto; y para motivarnos a evitar sus maldiciones, y a buscar sus bendiciones a través de la obediencia fiel. La voluntad de Dios, entonces, como los términos de su pacto y su aplicación para nuestras vidas. Y nuestra edificación es nuestro entendimiento apropiado de los términos de ese pacto, mientras que nuestra salvación consiste en las bendiciones del pacto.
La Biblia entera es la palabra del pacto de Dios con su pueblo. Y como Cristo es Dios, la Biblia entera es también su Palabra. Por ejemplo, Jesús frecuentemente afirmó la validez perpetua del Antiguo Testamento. Y cerca del final de su ministerio, prometió enviar al Espíritu Santo a sus apóstoles originales para que pudieran escribir y autorizar escrituras adicionales, las cuales tenemos ahora en el Nuevo Testamento. Jesús también le enseñó a sus seguidores cómo aplicar las estipulaciones del pacto de Dios en su propia época. Y les motivó a obedecer la voluntad de Dios para que recibieran las bendiciones del pacto y evadieran el juicio divino. Como Pablo escribió más tarde, todas las Escrituras han sido dadas a la iglesia para equiparnos, para servir y obedecer a nuestro Señor.
En línea con estas ideas, nos enfocaremos en dos aspectos del contenido de la revelación profética en las Escrituras. Primero, describiremos cómo un entendimiento profético de su oficio de profeta puede ayudarnos a interpretar todas las Escrituras, para que seamos edificados con respecto a la voluntad de Dios. Y segundo, describiremos como un entendimiento apropiado del oficio profético de Cristo puede guiarnos a someternos a las Escrituras para que recibamos las bendiciones del pacto de la salvación. Empecemos con la idea de que el papel de Cristo como profeta tiene implicaciones en la forma en la que interpretamos las Escrituras.
En el antiguo Cercano Oriente, la gente reconocía su obligación de responder al mensaje que los emperadores enviaban a través de sus embajadores. Las consecuencias de ignorar estos mensajes eran serias. Lo mismo es verdad acerca de la revelación de Dios. Cuando Dios revela su voluntad a su pueblo, espera que escuchemos sus palabras para que entendamos lo que requiere, y le respondamos en obediencia para que recibamos nuestra salvación. Vistas de esta forma, las palabras de las Escrituras que Cristo dio a través del Espíritu Santo no son sólo las perspectivas de alguien sobre situaciones, o verdades que ilustran. Son mensajes del pacto del gran rey, y requieren una respuesta obediente. Como leemos en Hebreos 2:2 y 3:
Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor. (Hebreos 2:2-3)
Aquellos que rechazan la palabra de Jesús están destinados a sufrir las maldiciones eternas del pacto. Pero aquellos que reciben su mensaje en fe y obediencia reciben las bendiciones del pacto de salvación y vida eterna.
Como la palabra de Cristo en las Escrituras siempre ha tenido la intención de administrar el pacto de Dios a su pueblo, la mejor manera de interpretarlas es de acuerdo a la estructura del pacto. Como hemos visto, los elementos básicos de su estructura son la benevolencia de Dios hacia nosotros, la lealtad que requiere de nosotros, las consecuencias de las bendiciones para la obediencia y las maldiciones para la desobediencia prometidas.
Como hemos visto antes en esta lección, estos elementos fueron prominentes a lo largo del Antiguo Testamento antes de que Jesús naciera. Los apóstoles de Cristo también escribieron acerca de estos temas frecuentemente después de la ascensión de Cristo al cielo. Y más allá de esto, podemos ver los mismos temas en el ministerio profético de Cristo durante su ministerio terrenal. Por ejemplo, Jesús habló acerca de la benevolencia de Dios en pasajes como Mateo 5:45 y capítulo 6:26 al 33. Enseñó la expectativa de la lealtad humana, como vemos en Mateo 25:14 al 30. Y enfatizó las consecuencias que siguen a las respuestas humanas, como vemos en Lucas 13:1 al 8 y capítulo 12:35 al 38.
Mantener estas estructuras del pacto en mente al leer la Biblia nos ayudará a entender el significado de todas las Escrituras. Sea que estemos leyendo narrativas históricas, o poesía, o literatura de sabiduría, o epístolas, o trabajos de profecía, siempre debemos hacernos preguntas como: ¿Cómo revela este pasaje la benevolencia de Dios hacia su pueblo? ¿Cómo revela la lealtad que requiere su pueblo? ¿Qué dice acerca de las maldiciones que vienen sobre aquellos que rehúsan ser fieles? ¿Qué bendiciones nos ofrece para aquellos que escuchamos y obedecemos? Todo lo que las Escrituras enseñan se relaciona con la benevolencia de Dios, su favor y su ayuda; a los requisitos y las leyes que espera que nosotros cumplamos por lealtad a él; y a las consecuentes recompensas por la obediencia y castigos por la desobediencia.
Los seguidores de Cristo enfrentan un sinnúmero de preguntas y decisiones en el mundo moderno. Cada día, tomamos decisiones acerca de nosotros mismos, de la familia, de nuestro trabajo, de nuestras relaciones, de nuestras iglesias, e incluso de la política nacional. El hecho es que la palabra profética que Cristo nos da toma en cuenta todos estos temas y más. El pacto de Dios cubre cada aspecto de nuestras vidas. Y cuando entendemos que Cristo nos ha dado su palabra como una forma de vivir en obediencia con Dios dentro de este pacto, estamos más preparados para entender esa palabra, y para vivir de maneras que honren a Dios y nos lleven a sus bendiciones.
Habiendo entendido cómo el papel de Cristo como profeta nos puede ayudar a interpretar las Escrituras, consideremos las maneras en que nos puede ayudar a someternos a las Escrituras para que podamos recibir las bendiciones del pacto de la salvación.
Hay muchas maneras en que podemos resumir nuestra obligación a someternos a la voluntad revelada de Dios en las Escrituras, y veremos varias de ellas a través de esta serie. Pero en esta lección queremos verlas desde la perspectiva del oficio de Cristo como profeta.
Nos enfocaremos en dos ideas que los profetas normalmente enfatizan: el arrepentimiento del pecado para evadir las maldiciones del pacto; y la fe en Dios para obtener las bendiciones del pacto. Veamos primero el arrepentimiento.
Como recordaremos, una de las primeras funciones de los profetas en el Antiguo Testamento era amenazar con las maldiciones del pacto para llevar a los pecadores al arrepentimiento. Y esto también es parte del ministerio de Jesús en el Nuevo Testamento.
Escuchemos cómo Mateo resumió la predicación de Jesús en Mateo 4:17:
Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. (Mateo 4:17)
De hecho, este tema puede ser encontrado a lo largo del Antiguo y Nuevo Testamento. Es uno de los más comunes en todas las Escrituras. Y como cada pedacito de las Escrituras revela la voluntad de Dios hacia nosotros, el arrepentimiento de aquellas fallas en nuestra manera de vivir, de acuerdo a su lealtad, es aplicar legítimamente todo el texto.
Como todos sabemos, el arrepentimiento es el acto de alejarnos de la rebelión en contra de Dios y someternos a su voluntad. Nos alejamos de nuestro pecado, y en el mismo movimiento regresamos hacia Dios en fe. El arrepentimiento inicial toma lugar cuando los hombres y mujeres vienen a Cristo en fe salvadora. Escuchamos la palabra del evangelio y nos arrepentimos de nuestros pecados. Pero también es verdad que el arrepentimiento debe ocurrir a lo largo de la vida cristiana.
El reformador protestante Martín Lutero captó esta idea en la primera de sus famosas 95 tesis, escrita en el año 1517 d. C. Escuchemos lo que dijo:
Cuando nuestro Señor y Amo Jesucristo dijo, "Arrepintaos," quiso que la vida entera de los creyentes fuese de arrepentimiento.
Lutero reconoció que los seres humanos caídos constantemente pecamos, y por lo tanto, incluso los creyentes necesitamos hacer del arrepentimiento una práctica diaria.
Una forma de animar el arrepentimiento es seguir el modelo de Jesús y los profetas del Antiguo Testamento, proclamando los términos del pacto de Dios. Cuando le decimos a los no-creyentes lo que Dios requiere, podemos exhortarlos a abandonar sus pecados para escapar el juicio de las maldiciones de Dios. Y cuando los creyentes escuchamos la palabra de Dios y descubrimos nuestros propios errores, también necesitamos arrepentirnos. Claro está que los verdaderos creyentes no necesitamos preocuparnos nunca por caer en las maldiciones eternas de Dios - Jesús se aseguró de ello cuando murió en la cruz por nosotros. Pero sigue siendo verdad, que Dios a veces nos disciplina de maneras que se parecen a sus maldiciones del pacto, como vemos en pasajes como Hebreos 12:5 al 11.
Al animar y practicar el arrepentimiento en nuestras vidas diarias, los creyentes honramos el trabajo profético de Cristo y seguimos las bendiciones del pacto de Dios. Pero al hacer esto, es importante reconocer que el arrepentimiento cristiano no se trata de sumirse en desesperación por nuestro pecado. Mientras que el admitir la culpa puede traer pena, no está diseñada para llevarnos hacia la desesperación. En vez de eso, está diseñada para restaurar nuestra relación con Dios y nuestro gozo en él. Como leemos en 2 Corintios 7:10:
La tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte. (2 Corintios 7:10)
Cada cristiano está llamado a seguir el estilo de vida de arrepentimiento, confesar nuestros pecados, estar limpios delante del Señor. Jesús dice que necesitamos tomar nuestra cruz diariamente, señal de que estamos destinados a sufrir y a ir por el camino de la cruz. Morir a nuestros pecados, buscando el perdón de Dios. Cuando alguien viene al Señor por primera vez y se confiesa, es una nueva persona que ha sido purificada, es una verdad a la que tenemos que aferrarnos, todos nos ensuciamos diariamente, y si queremos seguir limpios, necesitamos regresar a ser lavados, para ser renovados. El Antiguo Testamento dice que hay grandes bendiciones para quienes se arrepienten y se vuelven al Señor, quienes no están ansiando la iniquidad o escondiéndola en el corazón, y el Salmo 32: "bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada a quien Jehová no culpa de iniquidad. Vemos gran gozo en ese Salmo, por aquél que encuentra perdón. Esta es una experiencia que los cristianos podemos tener día a día, el gozo de los pecados perdonados, bendiciones increíbles. El arrepentimiento que nos conduce a una nueva vida. [Dr. Peter Walker]
Habiendo entendido el arrepentimiento del pecado, veamos el tema de la fe en Dios.
Jesús y otros profetas bíblicos animaron la fe continua en Dios y la obediencia de su pacto para que sus audiencias recibieran las bendiciones de Dios. Y este principio también se aplica a los cristianos modernos. Si esperamos recibir las bendiciones de la salvación cuando su reino venga en su totalidad, es importante perseverar en la fe y demostrar nuestra fe obedeciendo el pacto de Dios. Vemos esto en muchos lugares a lo largo del Antiguo y Nuevo Testamento, como en Efesios 2:8 al 10, 2 Tesalonicenses 1:4 al 12, Hebreos 12:1 al 11, y Santiago 2:14 al 18. Mencionemos uno de los ejemplos, escuchemos las palabras de 1 Juan 5:3 y 4:
Pues éste es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos. Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. (1 Juan 5:3-4)
Como Juan enseñó aquí, la fe cristiana verdadera supera — persevera — tanto en su compromiso con Dios como en su expresión en la obediencia a los mandatos de Dios.
Hay que reconocer que perseverar en la fe y la obediencia es una lucha mientras esperamos que Dios cumpla sus promesas. Pero este es el mismo reto que ha enfrentado el pueblo de Dios en todas las épocas. Fue verdad en el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento y a lo largo de la historia de la iglesia. Pero sabemos que las promesas de Dios son seguras y que finalmente, Cristo regresará a terminar lo que comenzó.
Pablo es muy claro en sus cartas acerca de nuestra motivación para la fidelidad en Cristo. Esta consiste en recordar lo que Cristo ha hecho por nosotros. Recordar nuestra salvación. Es la motivación más básica. Pero también, las Escrituras nos informan de otras. Primero, son muy honestas, vendrá un día de juicio. Tendremos que responder por cada palabra ociosa, cada obra ociosa. Esto tiene que ser una motivación a la fidelidad. Encontraremos nuestro más grande gozo en nuestra obediencia más profunda. ¿Quién no querría ese gozo? ¿Por qué nos privaríamos de eso sabiendo que nuestra motivación no es sólo para evadir el castigo y el juicio de Dios, sino para recibir las bendiciones que Dios nos da a través de la obediencia? Las Escrituras también son claras acerca de algo más. Vivimos en un mundo, que observa nuestra credibilidad y nuestro testimonio cristiano tiene que ver mucho con lo que el mundo puede ver si vivimos fieles a Cristo. Eso aumenta las expectativas y nos recuerda que tenemos múltiples motivaciones para la fidelidad en Cristo. [Dr. R. Albert Mohler, Jr.]
Un día nuestra fe será totalmente justificada, cuando Jesús regrese y recibamos las bendiciones totales que él ha profetizado. El arrepentimiento será una cosa del pasado, y nuestra fe será recompensada. En ese momento viviremos todos en el reino cumplido y perfecto de Dios en la tierra, disfrutando todas las bendiciones de su pacto. Pero hasta ese entonces, nuestras vidas en el pacto con Dios tienen que estar caracterizadas por el arrepentimiento del pecado y por perseverar en la fe. Y al vivir fieles a nuestro Señor, nuestra disciplina en ese momento será más ligera y nuestras bendiciones futuras incrementarán.
En esta lección, hemos visto cómo Jesús de Nazaret cumple y lleva a cabo el oficio de profeta. Hemos considerado el trasfondo del Antiguo Testamento al oficio de profeta. Hemos visto el cumplimiento de este oficio en Jesús, notando que él cumple los requisitos para el oficio, desarrolla las funciones del oficio y nos trae el cumplimiento de todas las expectativas del Antiguo Testamento para el oficio. Hemos explorado la aplicación moderna de estas ideas, enfocándonos en la extensión y contenido de la revelación profética de Cristo en las Escrituras.
Comprender el oficio de Cristo como profeta es extremadamente útil para todo creyente. Nos ayuda a orientarnos en el reino de Dios y sus propósitos. Nos enseña a escuchar y a someternos a las enseñanzas de Jesús a lo largo de la Biblia. Nos da un marco de referencia para entender su revelación para nosotros. Y nos asegura que Dios ciertamente cumplirá todas las profecías de Jesús concernientes a su regreso y a nuestra eterna salvación.